Cuando
el siglo XIX iba a a doblar la esquina y Maurice Ravel tenía
sólo veinticuatro años, el gran discípulo de Fauré escribió
una breve pieza por encargo, que llegaría a ser su primera obra
de éxito: "Pavane pour une Infante défunte". Por
este encargo de la princesa Edmond de Polignac nació una obra
cuya popularidad inmediata llegó a molestar casi de por vida al
riguroso músico francés. Era muy difícil no dejarse arrastrar
por una melodía tan inspirada como la que daba vida musical a
la ficticia infanta muerta. Era una frase destinada a perdurar
más que otras de sus obras como "La Valse", la
"Sinfonía española" o el repetitivo y obsesionante
"Bolero".
Más de un siglo más tarde de
su composición, comprendo la aversión de Ravel por la
popularidad de su "Pavana". No era ciertamente para
tanto. La "Pavana para una infanta difunta" no tiene
el menor mérito al lado de otra obra musical que usted conoce y
que hasta la canta en cuanto se la cite, y que yo titularía
"Pavana para un Papa que se está muriendo". ¿Que
cuál es esta pavana? Ya le digo que usted no sólo la conoce,
sino que se la sabe de memoria. Es una pavana por sevillanas.
Son las sevillanas que empezaron a cantarle a Juan Pablo II
cuando lo despedían en su primera visita a la capital de
Andalucía y que desde entonces se ha quedado como una especie
de escudo musical y sentimental de su pontificado:
Algo se muere en el alma
cuando un amigo se va...
Estas sevillanas, perdón, esta
pavana, no crean que se las han escrito al Papa por encargo,
como Ravel cumplió el de la Princesa de Polignac. Son
relativamente antiguas, y anteriores a su pontificado. Tienen
exactamente el mismo tiempo que el reinado de Don Juan Carlos I.
Fueron escritas por el poeta Manuel Garrido y el compositor
Manuel García y grabadas por primera vez por Los Amigos de
Gines en 1975. No las podía haber escrito mejor un poeta que se
pusiera a pensar en una letra que un día recogiese con tal
fuerza los sentimientos de la Cristiandad ante la vida de un
Papa que, por decirlo en verso de otra copla ilustre, "lo
mismito que una lamparilla se va apagando".
Los que llegan de los fastos
cardenalicios del Vaticano vienen impresionados por la
adecuación del arte a la realidad, por la exacta descripción
que del final de la vida de Juan Pablo II hacían en el órgano
interpretado por Enrique Ayarra las sevillanas de "El
adiós", que tal es su título exacto. Me lo comentaba, por
ejemplo, el alcalde de Sevilla, peregrino en Roma para
acompañar al nuevo cardenal de la sede de San Isidoro:
-- Es que escuchabas la música
del "algo se muere en el alma cuando un amigo se va",
veías allí a aquel Papa sobreponiéndose a sus propias faltas
de fuerzas, y era impresionante, porque todos teníamos el
sentimiento de que se está yendo por momentos...
De ahí la grandeza de los
poetas, que saben anteponerse a los tiempos, adivinar esos
sentimientos. Hacer suya la voz de todos. Si a Manuel Garrido
una Princesa de Polignac le hubiera encargado ahora que
escribiera un himno solemne y sentido para decirle adiós a un
Papa que se nos muere, en una lucha con la vida a cuya
retransmisión estamos asistiendo en directo por la televisión,
no le habría salido una letra más exacta que "El
adiós". Vuelvo a leer esa letra, ya sin música de órgano
vaticano y sin el Papa en la plaza de San Pedro, y cada cuarteta
parece escrita para este largo adiós de Juan Pablo II. Es como
si el poeta, en 1975, hubiera adivinado las rimas populares de
los gritos de las visitas del Papa a España ("Juan Pablo
II, te quiere todo el mundo"), cuando escribió: "Ese
vacío que deja/el amigo que se va/ es como un pozo sin fondo/
que no se vuelve a llenar". Con razón venían con un nudo
aún en la garganta y en el corazón los que llegaban de Roma de
ver al Papa con los cardenales: "Algo se muere en el alma,/
cuando un amigo se va/y va dejando una huella/que no se puede
borrar./ No te vayas todavía,/ no te vayas por favor, / no te
vayas todavía,/que hasta la guitarra mía/llora cuando dice
adiós."
El que se estaba yendo en la
solemnidad de rito, en la berniniana plaza de San Pedro, era
aquel amigo que una mañana de beatificación de Sor Angela de
la Cruz en Sevilla se había emocionado con esta copla y había
llegado a aprenderla y hasta a cantarla, en su más pentecostal
que babélico universal don de lenguas. Si impresionados vienen
de Roma los que escucharon al órgano esta popular "Pavana
para un Papa que se está muriendo", ahora a mí también
se me pone un nudo en el alma cuando recuerdo la impresionante
imagen de Juan Pablo II sin poder leer la homilía y leo que la
letra de "El adiós" lo describe exactamente: "Un
pañuelo de silencio a la hora de partir".
Letra
de las sevillanas de "El Adiós"