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De rosa y oro 

                                            por Antonio Burgos


Num. 3092 - 13 de noviembre del 2003                                    Ir a "¡Hola!" en Internet
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No vayan a creer que Japón es el país donde se hacen más televisores, más coches, más transistores, más relojes o más enriquecimiento en Bolsa a través del índice Nikei. Japón, aparte de todo eso, es el país del mundo donde más tarjetas de visita reparten los ejecutivos. Aquí en España estamos con un amigo que es director general o presidente de una compañía, le preguntamos el teléfono y nos dice:

-- Perdona, ¿tienes dónde apuntarlo? Es que nunca llevo tarjetas encima.

Si ese mismo amigo fuera japonés, te daba siete mil tarjetas. Llegan los ejecutivos japoneses a las reuniones, a los congresos, a las convenciones de ventas y van repartiendo tarjetas de visita como si fueran folletos de propaganda por los buzones. Esas enormes maletas con ruedas que vemos que los japoneses retiran en las cintas de equipaje de los aeropuertos y luego arrastran dificultosamente por los pasillos, ¿saben por qué son tan voluminosas? Porque dentro traen las tarjetas de visita que se hartan luego de repartir a todo el que se les ponga por delante. Te presentan en un cóctel a un japonés, te hace la reverencia de la etiqueta oriental y, ¡zas!, sin mediar palabra te pega el tarjetazo. A lo que tenemos que decir como ese amigo importante:

-- Perdone usted, pero no puedo darle la mía porque no llevo tarjeta.

La tarjeta de visita ha bajado de categoría social. Antes las daban las marquesas y los condes, con sus coronas; los médicos famosos, los abogados de campanillas. Ahora te la dan casi exclusivamente el que viene a arreglar el gas, el recepcionista del taller del coche o el vendedor de la sastrería que ha quedado en mandarte el viernes el pantalón ya arreglado a casa. Es la tarjeta a la japonesa, de empresa, de trabajo. La otra, la particular, aquella de buena cartulina de Muñagorri, cada vez se usa menos. Y los que la usan para cortesías de sociedad, cada vez ponen en ellas menos cargos. Imprimir en la tarjeta de visita personal algo más que el nombre es una horterada, como hace ya muchos años descubrió el novelista Angel Palomino, que cuando todo el mundo alardeaba de títulos y ringorrangos en la cartulina, se puso, como genial humorista que es: "Angel Palomino - Señor Particular".

Me acuerdo de Angel Palomino cada vez que llamo por teléfono a un amigo importante con empresa floreciente. Lo que ponía Angel Palomino en sus tarjetas es algo que las secretarias de dirección no admiten. Por lo visto, no se puede ir de señor particular por la vida. Hay que ser de algo, y ese algo se supone que es una empresa. Llamas a ese amigo importante a su oficina, a don José Carlos, para invitarlo a una cenita simpática en casa y te sale su secretaria, que de momento no te conoce de nada y no tiene noticia alguna de tu amistad con José Carlos:

-- ¿Quién dice que lo llama?

-- Ignacio, dígale a don José Carlos que lo llama Ignacio.

Y es entonces, cuando la secretaria no tiene la menor idea de quién sea ese osado Ignacio que intenta hablar con don José, cuando viene la pregunta terrible y de uso empresarial cada vez más prodigado:

-- ¿De dónde?

La vez primera que me lo preguntaron, respondí con toda naturalidad:

-- ¿Que de dónde? De aquí de Sevilla, señorita, de la Puerta del Arenal...

-- No, ¿de dónde, de qué empresa? --me dijo, tajante.

En boca de las secretarias de dirección, ese "dónde" de la pregunta no es un adverbio de lugar: es un sinónimo de "empresa". Si cuando llame a su don José Carlos de turno le pregunta su secretaria que de dónde, por Dios, no se le vaya a ocurrir como a mí, no le diga:

-- De Villanueva de la Serena.

Eso es lo que le pasó a Don Juan Carlos en su primera visita a Andalucía como Príncipe de España. Le presentaron a los periodistas que cubrían la información y les iba preguntando a cada uno de qué medio era. Como en aquella escena de la Prensa con el cameo de Julián Cortés Cavanillas en "Vacaciones en Roma" el uno le iba diciendo que era de "La Vanguardia" y el otro que de "ABC". Hasta que Don Juan Carlos se acercó a uno muy buena persona, pero muy tímido, que cubría la información para la SER y que hasta entonces no se había presentado. Con su simpatía de siempre, le dijo Don Juan Carlos:

-- ¿Y tú, que eres el único que me falta? ¿Tú de dónde eres?

Y aquel azorado periodista de la radio, en el nerviosismo de su timidez, respondió:

-- ¿Yo? De Villamanrique de la Condesa, para servirle...

 

 

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