Que conste que
esta temporada no me ha dado por los Alvaros. Lo digo por el
título, cuando la otra semana el texto de esta sección era sobre "Alvaro
y Miguel". Entonces la titulación tenía algo de intriga. Sólo
leyendo el texto se sabía que iba sobre las
andanzas y venturas de
Alvaro de Marichalar, nuestro navegante, y las nuevas rutas de
Miguel de la Quadra Salcedo, nuestro descubridor del Siglo de Oro
en los umbrales del XXI. Ahora no hay pérdida en materia de
Alvaros: as�, en doblete, es evidente que no va por Alvaro Mutis,
ni por Alvaro Siza, ni por Alvaro Cunquiero, ni por Alvaro Uribe,
ni por aquel Don Alvaro que era la fuerza del sino para el Duque
de Rivas. Don Alvaro y Alvarito juntos, toreando a caballo y por
colleras el toro de la vida, de la felicidad y de la desgracia, de
los sentimientos de la familia y de la fe cristiana, no pueden ser
más que los Domecq. Leo en el "¡HOLA!" el reportaje familiar de
nietos rejoneadores y bisnietos, y me encanta la forma en que son
mencionados: Don Alvaro y Alvarito. Es como los llama la España
del caballo, la España del toro, la España del señorío andaluz. He
dicho "señorío", que conste. Cuando he escrito la palabra, no se
le ha caído ninguna T por el camino. Que los señoritos son otra
cosa. Los señoritos son los que dieron el pelotazo con sus
influencias políticas y ahora se pegan la gran vida sin crear
riqueza y sin crear belleza. Llamar "señorito" a Alvarito o a Don
Alvaro es como llamar "pintorcito" a cualquiera de los dos
Antonios de nuestras Bellas Artes, a Antonio López o a Antonio
Tapies.
En el reportaje, Alvarito sale
como Alvarito y Don Alvaro, como Don Alvaro. El diminutivo en el
primero y el don de la maestría de la vida en el otro vienen a ser
como los segundos apellidos. Se escribe Alvaro Domecq Romero, pero
se pronuncia Alvarito; se escribe Alvaro Domecq y Díez, pero se
pronuncia Don Alvaro. Lo de Alvarito es enternecedor. Alvarito
tiene ya una edad. Alvarito es de la cosecha del 43, como quien
escribe. Quien no est� en las claves de España y Jerez y oiga que
se refieren a Alvarito, creer� que es un niño de segundo de ESO. Y
Alvarito pertenece a la generación de los sesentones que hemos
conocido ya tantos planes de estudio desde que aprobamos Cuarto y
Reválida, que no sabemos a qu� equivale el segundo de ESO, ni lo
otro de la EGB. Alvarito es un señor como un castillo, como el que
hay en los altos montes de Los Alburejos, donde pastan los toros
de la casa, o como una andana de botas en la nueva bodega familiar
con la que los Domecq siguen poniendo su nombre a un fino que all�
no se ha hecho en absoluto multinacional, sino bastante nacional
del "viva España y Jerez".
Cómo ser� esto de Alvarito y Don Alvaro como
imagen de los Domecq a escala mundial, que Carmen Madrazo, una
común amiga, ganadera de México, me puso un mensaje diciéndome:
-- Llama de mi parte a Alvarito para interesarte
por Don Alvaro, porque le� en un periódico del D. F. que lo han
operado.
Y llam� a Alvarito. Y me dijo que, en efecto,
habían operado a Don Alvaro, pero que Don Alvaro, con su cabeza
privilegiada, con su corazón a prueba de las mayores desgracias
familiares, estaba saliendo adelante tras este arreón y parada de
su vida. Don Alvaro siempre gana estas partidas. Son para él como
partidas de domin� en la sobremesa de su casa de Los Alburejos.
Hace unos años le dio un arrechucho importante en el corazón y
todos temían por su vida. Le dediqu� entonces un artículo dándole
ánimos, que titul� con la hora que siempre marca el reloj del
estilo de su hospitalidad cuando da la copa del aperitivo en su
casa: "a
La Ina en punto". Algún poder
terapéutico tendría aquel artículo, porque Alvarito se lo ley� en
la UCI donde estaba y al poco tiempo Don Alvaro sali� de ella, y
pudimos verlo días después en su barrera de la plaza de Sevilla,
con ese sombrero de ala ancha que pocos pueden llevar de modo que
le siente tan bien. Caer bien a caballo y que le caiga a uno bien
el sombrero de ala ancha, siendo ambas tan difíciles cuestiones,
son facilísimas cuando se trata de Don Alvaro, el caballero en
plaza y ganadero de Torrestrella, o de Alvarito, el creador de la
Real Escuela de Arte Ecuestre de Jerez.
Ahora, con este artículo, s� que le estoy
enviando otra caja de medicinas del alma a Don Alvaro, y s� que el
mancebo de la botica literaria que se la acercar� ser� Alvarito,
un caso poco común de amor filial en este mundo de desapego por
los padres. La dosis es la misma de entonces. Sigo teniendo la
certeza de que don Alvaro, señor donde los haya, acabar� ganando
también esta partida. Y que el reloj de los ritos del campo
andaluz que ejerce como sumo sacerdote del señorío seguir�
marcando La Ina en punto del brindis de su copa, muchos nuevos
años.