Ea, ya está aquí
febrero el loco. Como en su hoja de almanaque cae siempre el
Carnaval, que es la transgresión y la subversión del orden
establecido, por eso podemos decir "febrero el loco" sin que nos
llamen políticamente incorrectos, anticonstitucionales y lo que
suelen a quienes se atreven a cavilar por su cuenta, contra la
corriente del pensamiento único, para lo cual es necesaria casi
siempre una cierta dosis de valentía. Hablan de la Inquisición,
pero me río yo del Santo Oficio ante las nuevas inquisiciones, que
tienen montadas sus piras y le ponen la caperuza amarilla y poco
menos que queman vivo a quien se atreva a proclamar no ya
herejías, sino a veces simplemente principios éticos o morales.
Que, tal como está la degradación colectiva de valores en que
estamos cómodamente instalados, vienen a ser las nuevas herejías.
Sea anatema todo el que no comulgue con las habituales ruedas de
molino, y caiga sobre él todo el peso de la nueva Inquisición.
Como es Carnaval, podemos decir "febrero el loco"
en vez de "febrero el enfermo mental". Fuera de este tiempo de
transgresiones tú llamas "loco" a un enfermo mental y no quiero
arrendarte las ganancias de la que te cae encima. Como si a quien
tiene una desviación en su conducta sexual te atreves a decirle no
un insulto, sino simplemente lo que ha recordado recientemente el
Papa, cumpliendo con su obligación. Ah, la obligación... De
obligaciones, las mínimas. De esfuerzos, ni los precisos. El bien
y el mal han sido sustituidos por lo cómodo y lo incómodo. Lo que
resulte comodón está bien, aunque sea moralmente reprobable, y lo
que resulte incómodo y cueste trabajo está mal.
Si de verdad este tiempo de Carnaval es de
subversión y transgresión, debería admitirse que al menos por unos
días nos librásemos de la dictadura inquisitorial de lo
políticamente correcto, como antaño las Carnestolendas servían
para aparcar los preceptos de la autoridad civil o eclesiástica.
En el Carnaval se borraba colectivamente la idea de pecado. Idea
que ahora no existe. Estamos en un mundo sin fronteras, dicen. En
efecto: de momento las fronteras entre el bien y el mal han sido
borradas; las fronteras entre el buen gusto y el mal gusto, entre
lo soez y lo refinado, lo moral y lo inmoral.
Si el Carnaval es que todo sea distinto al resto
del año, ¿por qué ahora no ha de consistir la transgresión
precisamente en volver a poner esas fronteras morales? Antes, por
Carnaval, la gente se disfrazaba. Ya no hace falta. Ahora todo el
año va la gente como disfrazada, con los pelos teñidos de amarillo
o de color zanahoria, con zarcillos en las cejas y en los labios,
las chavalas con esos pantalones largos, largos, largos que les
arrastran como si fueran atuendos de máscaras. Si el Carnaval
consiste en disfrazarse, su hija, señora, de momento tiene que
quitarse esos pantalones y debe usted conseguir de una vez que le
corten los bajos a su medida, cosa que hasta ahora no ha logrado.
Y si estamos en Carnaval y se hace lo contrario del resto del año,
ahora, ahora es cuando la profesora de sus hijos va a conseguir,
por fin, que los muchachos vayan a clase sin toda esa ferretería
de pendientes y anillos que ahora llevan en los lugares más
increíbles, como máscaras.
Si el Carnaval es subversión de los valores
establecidos, hora es que por Carnestolendas pueda usted hablar en
lenguaje políticamente no correcto sin que le llamen facha, y
defender sus valores morales o éticos sin que la Inquisición al
uso se le eche encima. Ya que llega al Carnaval, hora es que al
menos por unos días y como excepción transgresora de las nuevas
normas dictatoriales, el bien vuelva a ser el bien y el mal, el
mal; y que la medida de todas las cosas no sean el dinero y la
comodidad. Como transgresión del desorden establecido como orden,
en Carnaval los padres podrían exigir a los hijos que estuvieran a
las 12 de la noche en casa, que ya está bien, y que no lleguen a
las 7 de la mañana de la discoteca. Los profesores, como estamos
en Carnaval, podrían castigar a los alumnos gamberros sin miedo a
que la Asociación de Padres de Alumnos les lea la cartilla a
ellos, por... ¿cómo se dice? Ah, sí, por autoritarios. Si el
Carnaval es subversión del orden impuesto, no serán días de pecado
y desenfreno, como antaño, sino días de ley, de moral, de ética,
de todo lo que falta el resto del año. En Sevilla, durante el
Carnaval, hay un hermoso y antiguo rito del culto catedralicio,
que se repite cada año: los seises bailan ante el Santísimo en un
triduo de desagravio, por cómo se ofende a Dios en estos días.
Hombre, si es por desagraviar a Dios, los seises no sólo durante
estos tres días, ¡es que tenían que estar bailando todos los días
del año, y a todas horas! Y si cito el "todo el año es Carnaval"
de Larra es para que también se beneficie de la transgresión, y
vuelva a ser el mejor articulista español y no el autor del libro
de pedida que Doña Letizia le regaló a Don Felipe y que por eso
está en la lista de "best sellers".