Todos recibimos
cada año invitaciones para ir a lo menos una docenita larga de
bodas. Nuestros hijos, para las bodas de sus amigos. Nosotros,
para las bodas de los hijos que se les casan a los amigos. No lo
pensamos a la hora de hablar de la economía familiar, pero en
regalos de bodas, con listas o sin ellas, se nos va un presupuesto
importante al cabo del año. Mas por muchas bodas a las que
tengamos que ir o nos excusemos enviando el regalo y la disculpa
de que ese día, precisamente ese día, no tenemos más remedio que
hacer un viaje de trabajo a Barcelona; por muchos amigos que se
les casen a nuestros hijos; por muchos hermanos que celebren su
segunda boda, por lo civil tras el divorcio; por muchos empleadas
que tenga usted en su empresa y deba ir a su casamiento, ahora en
España, cuando hablamos de La Boda, con mayúscula, no hay que
precisar a qué boda nos referimos: a la de Doña Letizia Ortiz con
Don Felipe de Borbón. Punto este último, por cierto, el Don de Don
Felipe en el que observo un curioso fenómeno, que usted quizá
también haya advertido. Cuando al anunciarse oficialmente La Boda
se dijo que hasta su celebración la novia recibiría el tratamiento
de Doña, de Doña Letizia, automáticamente el Príncipe de Asturias
perdió el debido tratamiento de "don" en los usos y costumbres del
lenguaje periodístico. No es que le hubieran dado el tratamiento
de Doña a Letizia; es que de hecho se lo habían quitado a Don
Felipe. Una amiga me lo hizo ver la tercera o cuarta vez que lo
oyó en un telediario:-- ¿Oye, tú has
visto que mucho Doña Letizia para arriba y Doña Letizia para
abajo, pero que al Príncipe de Asturias le han quitado el don?
Dicen: "Doña Letizia y el Príncipe Felipe..." ¡Hala, y el don, a
tomar viento! Felipe a secas, como Felipe Campuzano o como Felipe
González...
No caemos, pues, en ese agravio contra la
igualdad de géneros y le mantenemos al don al egregio novio de La
Boda. Boda que está haciendo falta después de los amargos, tensos,
dramáticos meses que hemos pasado, de esta crispación que ha
habido en España entre unas cosas y otras que recordar no debo, de
presentes que las tenemos.
En estos días pasados de feria de Sevilla, he
estado todas las tardes en la plaza de toros de la Real
Maestranza. Y contemplando ese albero dorado, ritual, litúrgico,
he recordado la historia del frustrado homenaje a Pepe Luis
Vázquez. En cierta efemérides, no sé si un aniversario de su
presentación como novillero o sus bodas de oro como matador de
toros, quisieron organizarle un banquete de homenaje al diestro
sevillano. Los partidarios, en su fervor, intentaron que el
banquete se celebrara en la misma plaza de toros de Sevilla. Pero
no en un salón de la casa de los maestrantes, como los convites de
las bodas que se celebran en su capilla, o en una dependencia
cubierta de las muchas y amplias que tiene la plaza bajo los
tendidos. Los pepeluisistas, en el fervor por su torero, pensaron
que el mejor sitio para el banquete era el propio ruedo de la
plaza, que dispusieran las mesas sobre el albero de tantas tardes
de gloria del maestro. Se lo comentaron a Pepe Luis y el que por
algo es llamado Sócrates de San Bernardo, con toda su humildad, su
modestia y su sabiduría, les dijo:
-- Miren ustedes, señores: yo les doy las
gracias por esto que quieren hacer de darme un homenaje. Pero
habiendo tantos restaurantes la mar de simpáticos, el ruedo de la
plaza de toros no me parece el sitio más adecuado. No se puede
sentar uno a almorzar tranquilamente donde ha habido tanto
triunfo, tanto fracaso y tanta sangre...
Lo de Pepe Luis Vázquez se refería a un espacio
y a su inadecuación. Ocurría todo lo contrario que ahora con La
Boda con respecto al tiempo. Más oportuna no puede venir la Boda
para la psicología colectiva de esta España traumatizada,
tensionada, convulsionada por tantas cosas. Por usar las palabras
de Pepe Luis justo en sentido contrario al que las utilizaba, la
Boda viene oportuna y feliz a una España donde ha habido en los
últimos meses tanto triunfo, tanto fracaso y tanta sangre, y que
se relajará ante los acontecimientos, los fastos, los ritos. Un
poco de alegría nunca le viene mal a nadie. Y España necesita
urgentemente no una pasada por aquel u otro lugar de la ideología,
sino por una pasada el ancho campo común de la alegría, tras
tantas amarguras y tristezas, tras tantas preocupaciones.
En estos días de vísperas noticiosas de la Boda,
traen los periódicos detalles y fotos de los regalos que recibirán
los novios de la Boda. Como uno de esos regalos, yo comento aquí
ahora este regalo a la inversa: el que los augustos novios harán a
España. Los novios de la Boda regalarán a España la necesaria
alegría, la distensión, la imagen de la normalidad y de la
felicidad, un respiro y un alivio en una nación donde ha habido
tanto triunfo, tanto fracaso y tanta sangre.