Las Naciones
Unidas tienen establecido una especie de santoral laico cuyas
fechas, a diferencia del año cristiano, casi nadie sabe. Todo el
mundo sabe cuándo es San José, la Virgen del Carmen, San Antonio,
el día de la Merced. En cambio nadie sabe cuándo es el Día del
Niño, el Día de la Inmigración, del Corazón o de los Lípidos y
Triglicéridos, que probablemente lo hay. Piense el asunto más
insólito o curioso, y seguro que tiene su día. Tienen su día la
Secretaria, el Abuelo, el Medio Ambiente, el Agua, el Tabaco. En
los periódicos y en las radios dan el santoral del día en letra
pequeña o lectura muy rápida: "La Iglesia celebra hoy la
festividad de los santos Eutropio, Eucomio y Eucominio, Eufrasio y
Euristeo"... Esos santos de nombres extrañísimos, con resonancias
griegas, que en la realidad sólo llevan los personajes castellanos
de las novelas de Miguel Delibes. Esos mismos periódicos y
emisoras que apenas honran a los santos del día, hacen verdaderos
alardes con las fechas del calendario civil. Publican en torno al
corazón, al tabaco, al medio ambiente o al ahorro páginas y
páginas, entrevistas y reportajes, editoriales contundentes,
documentadísimas tribunas de opinión de expertos que bajo su firma
ponen deslumbrantes títulos académicos.
Echo en falta un día. Urge que la ONU o, en su defecto, el
Gobierno del Reino de España, o las Cortes Generales, o el
Defensor del Pueblo, alguien, por favor, establezca cuanto antes
ese día: el Día del Aire. No me refiero al que respiramos, a uno
de los cuatro elementos de los filósofos de la antigüedad clásica.
No pido un Día del Aire como otro de la Tierra, otro del Fuego y
otro del Agua, para que no se enfaden ninguno de los cuatro
elementos. Pido urgentemente un Día del Aire con adjetivo. Un aire
confortable, que nos da calidad para una vida más agradable. Pido
que la humanidad, o por lo menos España, celebren el Día del Aire
Acondicionado. No ahora, con estas calores, sino a su debido
tiempo: en febrero. Lo explico.
Todos, desgraciadamente, acabamos de celebrar a
la fuerza el Día del Aire Acondicionado. El actual y triste Día
del Aire Acondicionado. Ha venido la sofocante ola de las primeras
calores, en casa no se podía parar, Isabel nos ha dicho que
pongamos el aire acondicionado y le hemos tenido que hacer la
misma confesión terrible y apocalíptica de todos los años:
-- Siento decirte que el aire acondicionado está
roto, porque lo he puesto y no enfría nada... Nada más que da
ventilación.
Este anual panegírico de las perdidas
excelencias del aire acondicionado que, ay, otra vez se
descacharró, tiene también su jaculatoria anual, cuando nos dicen:
-- Eso es que otra vez se le ha ido el gas.
Llama al mecánico, a ver si puede venir esta misma tarde a
recargarlo.
En ese mismo instante, en toda España,
sudorosos, con las alfombras del salón echando efluvios de vaho
calenturiento como las arenas del Sahara, algo así como 1,498.045
ciudadanos que acaban de descubrir que el aire acondicionado está
roto hacen exactamente como usted: llamar con gritos de auxilio al
mecánico para que venga urgentemente a recargar el gas. Echan
también humo, comunicando y venga a comunicar, los teléfonos de
los talleres de aire acondicionado, los servicios de 24 horas de
las páginas amarillas. Horas y horas tarda usted hasta que, ¡por
fin!, algún mecánico descuelga. Manitas milagroso que le dice:
-- ¿Hoy qué es, jueves, no? Bueno, pues a ver si
el lunes podemos pasarnos por su casa, porque no vea usted la
cantidad de avisos que tenemos con esta hora de calor. ¡Claro,
como no lo revisan ustedes a su debido tiempo!
¡Eso, y encima la bronca! Bajo el calor
insoportable, que te sofoca más cuando oyes mil historias de
ciudadanos o empresas en tu mismo trance. Ese colegio que tuvo que
suspender las clases, porque estaba roto el aire acondicionado
cuando lo pusieron. Esa oficina donde tienen que trabajar en
camiseta, porque el aire, ay, estaba roto. El quirófano donde han
tenido que operar a 37 grados, con el aire averoado.
Todo esto se solucionaría si en febrero, cuando
los fríos traicioneros, cuando los mecánicos no tuvieran un solo
aviso de reparación, celebráramos sin agobios de averías el Día
del Aire Acondicionado. El día en que obligatoriamente tendríamos
que ponerlo en marcha con vistas al verano, para recargarlo de gas
con tiempo, sin apreturas de mecánicos, o para sustituir ese
compresor que siempre se ha fastidiado durante el invierno,
Sudando si hay que sudar, echamos ahora en falta ese día,
esperando al mecánico que no viene hasta el lunes. Sólo nos
acordamos de Santa Bárbara cuando truena y del aire acondicionado
cuando, ay, comprobamos que se le ha ido el gas. Y con estas
calores...