A nuevos tiempos, 
              nuevas tecnologías. Y a nuevas tecnologías, nuevas cortesías. 
              Necesitaríamos nuevos tratados de las buenas maneras derivadas de 
              la tecnología. De hecho, existen. Hasta en los mensajes a móviles. 
              Ni usted ni yo sabemos escribir los mensajes cortos a móviles como 
              lo hacen los chavales: ¡qu� destreza en teclear con un solo dedo, 
              con el teléfono en la palma de la mano! Nosotros, con las dos 
              manos, no somos capaces de escribir un solo mensaje SMS. Y en el 
              improbable caso de que consigamos poner dos palabras, no sabemos 
              cómo se envían. Tenemos unos teléfonos móviles complicadísimos, 
              que hacen fotos, las envían a modo de tarjetas postales, tienen 
              plantillas ya escritas para mandar mensajes y navegan por 
              Internet, y no los sabemos usar más que para llamar o ser 
              llamados. Ni la agenda de números frecuentes sabemos manejar. Los 
              técnicos llaman "prestaciones" a estas capacidades de las 
              terminales telefónicas que desconocemos. Estoy convencido de que 
              si lo supiéramos manejar a modo, descubriríamos que nuestro 
              teléfono hasta es capaz de irnos a por tabaco y por descontado que 
              hace caf�, pero solo, cortado o con leche o leche manchada, como 
              lo queramos. Lo que ocurre es que no sabemos sacarle partido a las 
              famosas prestaciones. 
              Los chavales no solamente obtienen todos los 
              créditos de tecnología punta de las prestaciones famosas, sino que 
              han inventado un lenguaje. El que vemos en las pantallas de 
              televisión en esos programas que reciben insultos de peaje. S�, 
              s�: insultos de peaje. Eso que pagas por mandar un mensaje 
              diciendo que esa señorita a la que entrevistan es una tal y una 
              cual, o que ese señor que est� pontificando como el Doctor 
              Liendre, que de todo sabe y de nada entiende, es un chufla de 
              mucho cuidado. Estos mensajes que aparecen en los faldones de 
              insultos pagados de ciertos programas de TV van escritos en ese 
              lenguaje de los chavales del teléfono móvil con carcasa a la moda, 
              logotipo de diseño y melodía politono con la canción que pega. Un 
              lenguaje económico de signos, donde la preposición "de" se escribe 
              simplemente "d" y donde "que" es "k". Algo as� defendi� una vez 
              Gabriel García Márquez para la ortografía española, que se 
              escribiera en transcripción fonética, y le armaron la del tigre. 
              Algo as� hizo Juan Ramón Jiménez, romper las fronteras entre la g 
              y la j, escribiendo "intelijencia" por "inteligencia", y le 
              dijeron que eran excentricidades de poeta. Su licencia ortográfica 
              era todo un tratado académico al lado de esos mensajes que ponen: 
              "T kiero bs". En los que los muchachos tienen sus fórmulas de 
              cortesía de dar besos, abrazos, enhorabuenas y felicitaciones con 
              sólo dos letras o una. Al fin y al cabo, tan educado y cortés, 
              como la críptica fórmula decimonónica de despedida en las cartas, 
              "s.s.s. q.b.s.m." (su seguro servidor que besa su mano) o como se 
              terminaban los escritos a los Reyes, "a los RR.PP. de VV. MM." (a 
              los reales pies de Vuestras Majestades).
              Sin llegar tan lejos en condensados lenguajes 
              escritos y cortesías urgentes como los estudiantes con sus 
              mensajes cortos, s� se ha generalizado la fórmula de educación de 
              presentar excusas cuando se llama a alguien al teléfono móvil. 
              Quien llama a alguien a su móvil tiene mala conciencia, sabe que 
              quiz� est� rompiendo su intimidad. De ah� la fórmula cortés de 
              petición de disculpas. Hay muchas, pero la más común es 
              alucinante. Descuelgas el teléfono que te suena en el bolso o en 
              el bolsillo y oyes que te dicen como cortesía:
              -- ¿Puedes hablar?
              Muchas veces me pide el cuerpo responder:
              -- S�, gracias a San Blas, abogado de las 
              enfermedades de la garganta, no tengo dolencia alguna en las 
              cuerdas vocales, ni estoy afónico. Puedo hablar perfectamente. 
              Hasta en inglés puedo un poquito. Muy malamente, pero algo puedo 
              hablar en inglés... 
              Otra cosa, claro, es que tengamos ganas de 
              charlita con el rompedor de nuestra intimidad que nos pregunta si 
              podemos hablar. Esto de la posibilidad de hablar compite con el 
              buen momento. Te dicen:
              -- ¿Te pillo en buen momento?
              O los de la ocupación. Con la fingida cortesía 
              de la mala conciencia por llamarnos, parecen encuestadores de las 
              estadísticas de población activa :
              -- ¿Estás ocupado?
              Dan ganas de responder:
              -- No, estoy jugando al polo, y cuando termine 
              el partido me voy al tiro de pichón. T� sabes que vivo de las 
              rentas y que no la he doblado en mi vida.. 
              Tan sorprendidos se quedarían, que nos dirían:
              -- Entonces te llamo luego a tu casa.
              -- No, dime, ¿qu� querías?
              -- Nada, nada, era una tontería...
              Siempre nos preguntan si podemos hablar y si nos 
              pillan en buen momento y si no estamos ocupados para romper 
              nuestra intimidad comunicándonos solemnes tonterías que los 
              chavales solventan en un periquete con las tres K y dos T de un 
              mensaje corto a móvil.