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De rosa y oro 

                                            por Antonio Burgos


Num. 3136 - 9 de septiembre del 2004                                    Ir a "¡Hola!" en Internet
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De todos los fastos y rituales del verano que ya acaba, me quedo con el lance de la mesa de Gutiérrez, acaecido en un restaurante de Palma de Mallorca. Fue que los Príncipes de Asturias decidieron ir solos a cenar en amor y compaña a un restaurante de buena cocina y mejor fama de estar a la moda en la isla. Querían hacerlo como el joven matrimonio que son, como cualquier pareja que se haya casado en mayo y que quiera aprovechar que todavía no tienen niños ni, con ellos, la servidumbre de los biberones y los cambios de pañales, en que la maternidad ofrenda gustosamente esa reclusión temporal que significa la llegada de un bebé hasta que la casa se organiza con abuelos que se queden con él a la hora de salir a cenar los padres o estudiantes que echen horas como canguros, cuidándolos en su ausencia.

Ese restaurante mallorquín de moda es de los que, como loa aviones de final de vacaciones, tienen lista de espera. Una de las cosas que nos ha traído Europa es el rito de la reserva de mesa en los restaurantes. Antes podías acudir donde quisieras y a la hora que fuera, que tenías mesa; ya hasta la más humilde Casa Paco de tu barrio tiene reserva de mesas y como lo hayas hecho, te quedas sin cenar como España se quedó sin Gibraltar hace trescientos años.

El Príncipe de Asturias quiso reservar, con la mesa, su intimidad y privacidad, por lo que se la guardaron a nombre de "Gutiérrez". En estos veranos sin Rodríguez satirones que se queden solos en la ciudad con su leyenda de picos pardos mientras la familia veranea, está bien que haya habido un Gutiérrez, un egregio Gutiérrez, que reivindique el lustre de un apellido corriente y moliente. Que fue el causante del referido lance. Como quiera que aquellos señores de Gutiérrez se retrasaban en llegar a la hora de la reserva y el restaurante estaba de bote en bote, el dueño del establecimiento, viendo que no venían, sentó en la mesa del tal e impuntual Gutiérrez a un señor de apellido bastante más conocido en Mallorca: March. Pidió su cena la mesa del señor March y en esto fue que se presentó el tal Gutiérrez. Que se supo entonces que no era Gutiérrez propiamente dicho, sino de la rama Borbón y Grecia de los Gutiérrez. Conoció entonces el Príncipe de Asturias lo que vale un peine de ir por la vida de Gutiérrez. A los Gutiérrez, naturalmente, nos quitan la mesa si no nos presentamos a la hora de la reserva, e incluso farfullan de nosotros los dueños de los restaurantes:

-- ¡Qué tío más informal este Gutiérrez! Cuidado que dejarme colgada una mesa, con la cantidad de reservas que he tenido que rechazar...

Gutiérrez, digo, el Príncipe de Asturias, tuvo que esperar en la barra hasta que se quedó mesa libre, con la habitual convidada que a copa y tapa que la casa suele ofrecer en esos casos para alegrar la espera. Hasta que al punto un matrimonio que estaba cenando y advirtió que estaban allí los Príncipes de Asturias aguardando turno como si fuera en la cola del remonte de una estación de esquí, se levantó sin tomar el postre y les cedió, como un homenaje, su mesa. Aquí acabó la digamos "gutierridad" de los Príncipes de Asturias. El Gutiérrez propiamente dicho, si ha llegado tarde a la hora de la reserva y se la han dado a otro, se tiene que tomar en la barra no una, sino hasta tres copas, hasta que se queda una mesa libre, por tardón e impuntual, ya que nadie se autocastiga sin postre para darle la suya.

El lance balear del señor Gutiérrez demuestra que nadie está conforme con lo que tiene. Los hay que estarían dispuesto a morir y a matar con tal de ser famosos, lampando por la notoriedad y la popularidad (y a los programas cutres televisivos me remito), y los hay que darían cuanto tienen con tal de poder cumplir con el consejo que aquel guardia civil daba a su hijo:

-- Hijo mío, actúa en esta vida de tal forma que tu nombre nunca tenga que salir en los periódicos.

Por querer ir por la vida de Gutiérrez, el Príncipe de Asturias ha salido en los periódicos. Y lo peor de todo es que la ocurrirá como a su augusto bisabuelo. El Rey Don Alfonso XIII era aficionado a las carreras de caballos y tenía una cuadra de pura sangres, que corrían en los hipódromos como propiedad del Duque de Toledo. Lo del Duque de Toledo acabó siendo como lo de Gutiérrez en Mallorca: todo el mundo sabía que aquellos caballos eran del Rey de España y hasta los aduladores se gastaban fortunas apostando por ellos, aun sabiendo que no partían como favoritos. Revelado el secreto de Gutiérrez, lo temo por los Gutiérrez propiamente dichos y así apellidados. Cuando llamen, por ejemplo, para esa especie de medalla olímpica del lustre social que es conseguir una reserva de mesa en Casa Lucio, les dirán que lo sienten, que está todo lleno. Y cuando insistan que son el famoso señor Gutiérrez, seguro que el simpático mesonero Blázquez les dirá, con su gracia de la Cava Baja:

-- Vamos, ande, que ya es el tercer Gutiérrez que llama hoy para reservar, a ver si pico, me creo que es el Príncipe de Asturias y le doy mesa,

Y de las de abajo de Lucio, que son las vips...

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