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De rosa y oro 

                                            por Antonio Burgos


Num. 3147 - 25 de noviembre del 2004                                    Ir a "¡Hola!" en Internet
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Estamos en una contradictoria batalla: la cruzada contra el tabaco. Dentro de nada ya no se podrá fumar ni en la propia casa de uno. El vecino llamará a la Policía, como ya se han dado casos en los Estados Unidos. De donde viene esta moda, y de ahí la contradicción. De la misma América de donde nos llegó el tabaco nos llega ahora su prohibicionismo. Con un ardor que ríase usted de aquella Ley Seca de las películas de gánsters de Chicago. A los que fumamos se nos persigue como a quienes a las órdenes de Al Capone contrabandeaban alijos de bocoyes de güisqui, que siempre acababan agujereando las balas de los federales, cuando en la película llegaban los buenos y ametrallaban el camión de los malos.

La moda contra el tabaco, la cruzada de su prohibición, nos llega ahora con el mismo lema con que antes las cajetillas de cigarrillos: fresca y recién importada de Estados Unidos. De donde nos llegaron los males, nos vienen los remedios. Los españoles no fumábamos hasta que Colón fue a América. Una vez que en Nueva York me echaron en cara mi cigarrito encendido, mucho antes de la actual cruzada de satanización de los fumadores, a quien me reprendía le dije:

-- Pues mire usted, yo vengo de un sitio donde antes no fumábamos. Pero vino aquí con Colón uno de Triana, un tal Rodrigo, vio que estaban ustedes aquí con el taparrabos y echando humo por la boca de unas hojas encendidas, y ya ve: no solamente llevó el tabaco a España, sino que puso en su tierra una fabrica, para que Bizet hiciera universal a Carmen la Cigarrera. Así que si yo fumo, la culpa es más suya que mía...

Y la contradicción la encuentro redoblada en que todos los que odian a los Estados Unidos, o por lo menos a su Gobierno. Los que dicen que Bush es la reencarnación del demonio, que Norteamérica es el nuevo imperio que oprime a las naciones, son los mismos que siguen al pie de la letra, con ardor guerrero, la moda yanki contra el tabaco. Que no se debería quedar ahí, sino extenderse a algo mucho más americano todavía, que al contrario que el cigarrito, no se han quitado de la boca los que están desolados por la derrota de Kerry: el chicle. El tabaco será nocivo para la salud, pero el chicle es asqueroso, repugnante, ineducado. Y nadie se atreve a decir una sola palabra contra el chicle, y mira que eso sí que es americano. Chicle es lo que pedían los niños del París liberado a los soldados americanos del desembarco en Normandía. El chicle era el símbolo de la soñada utopía americana de nuestro "Bienvenido, Mister Marshall".

A nadie se le ocurre fumar en la iglesia, pero observe la cantidad de gente que hay mascando chicle en misa. No se quitan el chicle de la boca algunos ni para ir a recibir la comunión. Y de Dios abajo, ante todos se atreven a mascar chicle. Usted, si va a declarar en un juicio, se abstiene de fumar ante el juez. Pero esa muchacha que fue testigo del accidente bien altiva que entra ahora, y responde a las preguntas de su señoría sin quitarse el chicle de la boca. En el hemiciclo del Congreso de los Diputados, donde no se puede fumar, puede usted ver a los parlamentarios mascando chicle hasta en la tribuna presidencial. Cuando le hayan sacado toda la sustancia al chicle, ¿cogerán y lo dejarán pegado debajo del pupitre de su escaño los muy guarros, como te encuentras chicles babosos repegados en el asiento del autobús, en el pasamanos de la escalera del instituto, en la sala de espera del ambulatorio? No sé por qué ponen tantas multas y sanciones a los conductores que arrojan una colilla por la ventanilla del coche y en cambio ni le tosen a estos guarros que tiran los chicles al suelo, que lo pegan donde primero pillan. Los más hermosos entornos monumentales, las plazas más grandiosas, las calles más encantadoras de toda España y casi del mundo entero tienen el suelo repegado de chicles, sobre los que se acumula la suciedad y acaban siendo pastosas manchas negras. Pisas una colilla y, salvo que sea en la playa, nada te ocurre; pero pisas un chicle y es lo más asqueroso que le pueda ocurrir a tu zapato, sólo comparable a ponerlo sobre la caca callejera de un perro.

Espero que cuando cubra sus últimos objetivos la cruzada antitabaco y el último fumador haya sido fusilado al amanecer, empiece la campaña contra los asquerosos chicles. No aspiro a tanto como en Singapur, pero algo así debería legislarse. En Singapur, para no gastarse millonadas en limpiar las calles de gomas repegadas en el suelo, han declarado el chicle fuera de la ley. En las aduanas registran las maletas para que nadie entre un chicle, como aquí los perros policías olisquean contra la droga. Al que cogen con un chicle le ponen una multa como de medio millón de pesetas. Y al que lo pillan tirándolo al suelo, ese va directamente a la cárcel. Ahora esa prohibición dicen que se ha atenuado un poco. Ahora venden ya el chicle en las farmacias. Y con receta médica. Tienes que llevar el certificado médico en el bolsillo para que no te multen por mascar chicle. Yo no pido tanto, aunque quizá lo que solicite sea más difícil. Pido sencillamente a los mascadores de chicle que por lo menos no los tiren al suelo, que pisas uno, no te das cuenta y pones luego perdida la alfombra de esa consulta de médico a la que vas. Donde el doctor te quitará probablemente del tabaco. Pero nunca del asqueroso chicle, que igualmente deberían prohibir por razones sanitarias.

 

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