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Resaca
terrible del día después del Apocalipsis. Por la radio, Salvador
Távora dice desde Manhattan que a nadie de La
Cuadra le ha pasó nada, que están todos sin novedad, aunque el
clarín de Julio Vera se haya tenido que poner a dar el toque de
oración y silencio. Cuenta Salvador que tenían ensayo general
de "Carmen", y que aunque estaban los tambores y
cornetas de esta ópera, no pudo llegar el caballo. Salvador,
que de chiquillo conoció la explosión del polvorín de su
Cerro del Aguila, que vio en el No-Do las ruinas del Cádiz de
1947, nos ha dado, como tantas veces, la clave estética
andaluza de un dolor universal, de unos sentimientos de todos.
Faltaba el caballo.
No fue todo, según se ha pregonado, como en el cine de
terror, como en las películas de Nueva York invadido por los
marcianos, como en las ficciones de los libros de mayor venta.
Película de Spielberg y programa de radio de Orson Wells, todo
en una pieza, imagen mediática del espanto. Távora nos dice
que como los puentes de la isla estaban cortados no pudo llegar
el caballo que bracea en su espectáculo. Y aquí hallamos la
imagen que nos faltaba. Gracias a las palabras de Salvador,
sobre ese toque de oración y silencio con aires de Cachorro
muerto sobre el puente de Triana, podemos ver con los ojos del
alma cuanto ocurrió en Nueva York: fue un "Guernica"
sin caballo.
Ahora lo veo perfectamente. Los colores, los hierros
retorcidos, las maderas apuntando a un cielo de terror, la mujer
que huye con el niño en brazos, las blancas sábanas asomando
por las ventanas de las torres, las bombillas balanceándose sin
luz en techos desplomados. Todo era el horror picassiano del
"Guernica".
Y el color. Sobre todo el color. El gris. Ese gris de
tragedia. Ese funeral gris de muerte. Esa ceniza gris que
cubrió Wall Street, que cubrió la calle que llaman de la
Libertad, que cubrió las plazoletas del almuerzo con tentempié
de los ejecutivos de aquellos rascacielos. Esa ceniza gris que
empolvaba al hombre del maletín en la mano y la chaqueta en el
brazo, que quedaba en escultura de piedra de sí mismo, Pompeya
sin lava y sin volcán. El gris de esa ceniza que envolvió en
una nube de terror la capital del Imperio era exactamente el
color del "Guernica".
Únicamente faltaba el caballo del malagueño Pablo Ruiz
sobre aquellos escombros del bombardeo de la sinrazón. El
caballo de Picasso, desbocado por entre los destrozos de las
explosiones provocadas, como entonces, por la misma Legión
Cóndor, sólo que ahora lleva otros nombres en las alas de la
muerte, que siguen proclamando que el totalitarismo es
incompatible con la vida en libertad.
Dicen que en Nueva York el horror ha imitado al arte, de la
Costa Este a la Costa Oeste de Hollywood. Eso fue el cine. En la
pintura, por las propias consecuencias de la desgracia, no pudo
llegar el caballo del "Guernica". El caballo de
Távora, sin bridas, sin silla, sin jinete, cabalgando sin
bocado por el gris de las cenizas, nos hubiera hecho ver más a
las claras este palimpsesto del "Guernica".
Sobre el ataque a Nueva York, en El
RedCuadro:
Lo
peor El
terrorismo nos iguala con el Imperio
Turris
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