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En
el último asiento del vagón de clase club del Ave, iba camino
de Sevilla a trabajar, en lo suyo del teatro, "Paseando a
Miss Daisy" por España con su empaque de vieja dama de los
escenarios. Hablo de doña Amparo Rivelles, con el don del arte
y del respeto por delante, como ya no se estila entre la
farándula que a una obra le dice "una función". Iba
con sus gafas oscuras, no sé si de Miss Daisy o de la Amparito
Rivelles de nuestros recuerdos del cine de "Alba de
América", de "La leona de Castilla", o del
"Mister Arkadin" de Orson Welles, para que no digan
que es Juan de Orduña todo lo que reluce. Iba doña Amparo
sola, leyendo. Nadie la reconocía en todo el vagón de
ejecutivos y de insoportables teléfonos móviles. Iba allí, en
aquel asiento, media historia de nuestro teatro y media historia
de nuestro cine. Por si fuera poca la obra propia, su trabajo
legendario en el México de Televisa, la gran señora que iba
allí era la hija de doña María Fernando Ladrón de Guevara y
de Rafael Rivelles, datos que me imagino que, como los
restantes, vienen a ser aproximadamente chino cantonés o chino
pequinés para los ejecutivos viajeros frecuentes de la gran
velocidad.
He visto otras veces en semejante trance viajero del Ave a
pelanduscas de lujo de éstas que salen en las revistas por la
única razón de que salen mucho en las revistas; a actricillas
de quinta que han hecho películas de cuarta; a portadoras de
pinturas y abrigos de zorro que alardean de la concurrencia de
su cama cuando escriben las que llaman memorias; a modelos sin
pasarela; a antiguas novias verdaderas de falsos curas... Y en
todos esos viajes en esa fuente inagotable de noticias del
corazón que es el pasaje del AVE, en viéndolas, los unos se
daban codazos para advertir la presencia de la famosa
profesional sólo de su propia fama, mientras los más osados se
acercaban a pedirle un autógrafo.
Y, por descontado, en estos últimos casos que cuento, las
rampas de llegada de la estación de Sevilla estaban empatadas
de cámaras, fotógrafos, micrófonos, carne para las fieras que
consumen los programas del corazón:
-- Belén, ¿vas a ir a "Ambiciones"?
-- Vicky, ¿desde cuándo te gusta tanto el fútbol?
-- Carmen, ¿por qué no has puesto la demanda?
Llegó doña Amparo Rivelles, que era como si llegara a Santa
Justa media historia del teatro español y media historia de
nuestro cine, y no digo ya bulla de cámaras y micrófonos y
revuelo de paparazzis y papafrittis. Ni una sola cámara había
para preguntarle por su Miss Daisy, por sus proyectos, por sus
trabajos. Aunque no sé de qué me sorprendo. Hay que tener en
cuenta que doña Amparo Rivelles no se ha echado ningún noviete
cubano de la muy bien dotada estirpe de los García. Así,
claro, ¿cómo la van a sacar en televisión, si sólo es una
gran señora de la escena?
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