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Una
tarde de la primavera, como cuando Merceditas cambió de color,
aparecieron esta feria de abril sobre la plaza de toros de
Sevilla primero dos, después otros dos globos aerostáticos de
propaganda. Lástima que ya no estuvieran en los tendidos ni don
Antonio Díaz Cañabate ni Joaquín
Vidal, porque aquellos globos, en escritura automática, les
hubieran plumeado la mejor crónica de la corrida y de cuanto
viene pasando en estas primeras ferias de la temporada. ¿Qué
corrida? Da lo mismo. Estos carteles tan caros y tan bien
rematados que ahora se cierran, con una figura, un figurón y
una figurita y con seis toros comerciales o artistas, según los
casos, y que dan la absoluta seguridad de que allí no va a
pasar nada. Que los toros se van a parar y que los toreros no
van a arrancar. Lo único apasionante que puede ocurrir es que
sobre el cielo de vencejos y de pasodobles de Tejera de la plaza
de Sevilla, o sobre el cielo de cohetes de la plaza de Valencia,
o sobre el cielo de lluvia y de capotes de montería de la plaza
de Madrid aparezcan los globos de propaganda. Los globos son el
verdadero símbolo del momento de la Fiesta. A diferencia de los
globos de propaganda, los globos aerostáticos de las figuras,
figuritas, figurones, figurantes, figurillas y otros figurines
de la figuración taurina son globos pinchados, deshinchados,
inflados artificialmente, a los que les falta fuelle, por muchas
decenas de corridas que sumen a efectos de escalafón y por
muchas orejas que corten por los pueblos.
Es el sino de la globalización, que también ha llegado a la
Fiesta. Nunca contemplamos más técnica, pero con menos
pasión. Nunca tantos se desinflaron en tan poco tiempo. Los
carteles de las ferias, dicen, se cierran con demasiada
antelación, no da tiempo a poner lo interesante que vaya
surgiendo en la temporada. ¿Pero va surgiendo algo interesante,
como no sean los precios que pagan en la reventa por las
barreras aquellos que van a los toros como si fueran a la
ópera? Desde que arrancó la temporada en Castellón advertimos
que estamos en esta globalización sin interés, donde la
tafallera de un torerito de escuela se parece a la tafallera de
otro torerito de escuela como un toro parido de un semental y
una vaca de Juan Pedro a otro toro parido de un sementales y una
vaca de Juan Pedro, "eliminando todo lo anterior",
como pone en el ochenta por ciento de las reseñas de hierros
del libro de la Unión de Criadores.
En su taberna del barrio gaditano de La Viña, Pepe el
Manteca, que fue novillero cuando estaban en activo Ordóñez,
Bienvenida, Puerta, Camino, Benítez, Ostos, El Viti, Romero y
siga usted poniendo nombres, tenía puesto el cartel de
propaganda de un becerrista que venía apretando, y cuyo nombre
no hace al caso. Le pregunté a don José Ruiz Manteca si su
buen paladar de aficionado lo había visto torear, y sentenció
desde su cátedra taurina y flamenca:
-- Sí que lo he visto, pero es como todos los que ahora
salen. Esto es muy difícil... ¿Usted ha visto lo difícil que
es llegar a obispo, no, que hay un chaparrón de curas en el
seminario y nada más que uno llega a obispo? Pues llegar a
figura del toreo es mucho más difícil que llegar a obispo.
Será por lo que dice Pepe el Manteca por lo que no hay
ningún obispo y sede vacante en la globalización de la fiesta.
Ojalá salga en esa Cumbre de la Globalización que es San
Isidro algo que nos devuelva el interés para meternos
en carretera por seguir a un torero.
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