Cuando
dieron la noticia pensé inmediatamente en Don José. Me pasó
como a Angelita, que me llamó para lo mismo:
-- ¿Has visto lo del Príncipe
de Asturias? ¿Qué dirá Don José?
No he llamado a Don José. No
he hablado con Don José. No he llamado a su hijo Fernando, para
que me diga qué piensa su padre. Me lo imagino. Y me pongo en
lo peor. Un matrimonio morganático en un horizonte de divorcio:
sé perfectamente no sólo lo que Don José piensa, sino, lo que
es más triste, lo que Don José siente.
Don José es uno de los
desconocidos sevillanos de Estoril.
Hubo un tiempo de negaciones y lágrimas de las libertades en
que la esperanza de la democracia estaba en Estoril. En una casa
sevillanísima de Estoril. Tan sevillana, que se llamaba
"Villa Giralda". El Duque de Alcalá había mandado
allí el azulejo que compró en el derribo del Puesto de
Fernando, en Guadaira, con la salida de las carretas de Triana y
con Doña María, la hija del Infante Don Carlos, a caballo. Doña
María
vivía en aquella casa de Estoril, que era como un chalecito del
Sector Sur. No crean que gran palacio. A pesar de que allí
vivía el que para Don José y para muchos españoles era
nuestro Rey: Don Juan de Borbón y Battemberg, el Conde de
Barcelona.
Como en la copla, el camino de
Sevilla a Estoril no criaba yerba. Don José y muchos como Don
José estaban todo el día metidos en carretera, yendo a ver y a
asistir al Señor. El Señor era el Rey. Era Don Juan. En el
chalé elevado a la condición de Palacio por la esperanza de la
restauración de las libertades en la Corona, aquellos
sevillanos tenían la virtual grandeza de España de estar de
semana con el Señor. Estaba José María de semana, estaba
Pablo de semana. Sus haciendas, su tiempo, su ilusión, todo lo
entregaban al Señor. Más de uno hubo que se arruinó, y no en
las cercanas mesas del Casino de Estoril, como dicen las malas
lenguas, sino paga que te paga facturas para la intendencia de
palacio.
Y por si todo aquello fuera
poco, en la Casa de Pilatos establecieron el Círculo Balmes.
Ahora se ven ya amarillas aquellas fotos, de la directiva del
Balmes cumplimentando al Rey en Estoril. Allí está Don José,
junto a su Señor, justo lo contrario del Cid del Caballo de la
Pasarela: qué buen vasallo y qué buen Señor. Cada domingo, en
la Casa de Pilatos, se hablaba en Sevilla, y que conste que eran
los duros tiempos de la dictadura de Franco, del sistema
parlamentario, de la libertad sindical, de la libre imprenta.
Don José daba la cara presidiendo aquellas conferencias y
presentando a los oradores, rojos peligrosísimos para la
Social. Para que ahora digan algunos que sólo ellos estaban
contra la dictadura.
Luego vino ya la Historia
sabida. Llegó 1975. Nunca sabremos si fue Restauración o
Instauración, dilema de entonces en el Círculo Balmes. La
realidad era que Don Juanito era ya Rey de España y que
teníamos dos por el precio de uno, Don Juan en Estoril y Don
Juanito en Madrid, hasta que llegó la generosa renuncia del
Conde de Barcelona. Todo aquello lo contempló Don José con el
gozo del corazón, mas en el olvido. Se abrieron los salones de
Palacio, los jardines del Alcázar en días de santos, y Don
José nunca fue llamado a nada. Donde tenían que acordarse,
nadie se acordó de Don José, quien sabía que la Institución,
como a don Pedro Sainz Rodríguez, le había pagado con su
moneda de oro: nada.
Comprenderán ahora por qué
Angelita y yo nos acordamos de Don José. Sabemos que a pesar de
sus tristezas, Don José, en el perenne silencio de su lealtad,
se alegra al ver a esta Monarquía, que no aquella, defendida
por las encuestas abrumadoras y no sólo por los meritísimos
sevillanos de Estoril.
Sobre la boda del
Príncipe de Asturias, en El RedCuadro
La burbuja
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Romance
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Sobre Estoril y el Conde de
Barcelona en El RedCuadro
De Estoril a Atenas
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