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Con
el interés que tiene, la foto viene en un solo periódico. Una
foto de la agencia Efe, fechada en algún lugar de Ecuador. A la
puerta del taller de un artesano, el consejero de Presidencia,
Gaspar Zarrías, toma un trompo y lo repía en la palma de su
mano.
-- La de años que hacía que
no oía yo esa palabra, repiar...
Porque ya no hay trompos que
repiar, ni tromperos de los tallen. Los tromperos, como el
ecuatoriano con el que Zarrías ha salido en la foto, son los
artesanos hacedores de trompos. El trompero daba en Sevilla
hasta nombre a un patio de vecinos, el Corral del Trompero, en
la calle Vírgenes, que fue donde Cristina Hoyos nació, se
crió y aprendió a bailar sevillanas. Dice el pie de la foto
que Zarrías ha ido a Ecuador para revisar los proyectos de
cooperación de la Junta con aquel país. Espero que capítulo
fundamental en esos proyectos sea ese artesano trompero, y que
la Junta le compre la producción enterita para distribuirla en
las escuelas andaluzas. Falta hace. Un programa de cooperación
en materia de trompos, tánganas y villardas es cultural y
pedagógicamente tan interesante, o más, que un plan de
colaboración en fibra óptica o en banda ancha, llamando banda
ancha a la del RSDI y no a las de cornetas y tambores, que son
las más abundantes bandas anchas en la ancha Andalucía
cofradiera.
Este elogio del trompo que
estoy haciendo en tiempo y forma no es ningún divertimento
literario ni ningún tributo a la dulce memoria. Expertos en
Pedagogía me sabrán dar la razón. ¿De qué nos vale que en
todas las escuelas andaluzas haya por cada alumno un ordenador
con conexión a Internet, si luego esos chavales no conocen el
trompo, ni saben jugar a piola, y no tienen ni idea de la
villarda o de la tángana, ni conocen las bolas, ya sean de
barro, ya fueren de china?
-- Niño, te voy a comprar un
trompo...
-- Pero mamá, si papá ya
tiene en el armario de sus herramientas un blacdequer para poner
espiches en la pared...
Con muchos avanzados planes de
estudios, con muchas gloriosas dotaciones para enseñanza y con
muchos contenidos curriculares estamos creando una infancia que
no sabe jugar por sí sola, como no sea enganchada a la consola
de videojuegos o a los juegos por Internet. Videojuegos muchas
veces de alto contenido violento, que consisten en matar
criaturas y disparar contra todo lo que se mueve. Estamos
matando la capacidad de creación del niño ante un juguete
elemental, ante los tarugos de madera de una arquitectura, ante
el sistema planetario en su movimiento de rotación y de
traslación que es la perfección del trompo bien repiado, que
suena al clavecín de Bach. Mucho hablar de "lo
lúdico" y estamos abandonando un Bien de Interés Cultural
y Etnográfico como los juegos infantiles tradicionales
andaluces. Eso sí que es lúdico estrictamente dicho.
Hagan ustedes mismos la prueba:
¿cuánto hace que no ven a los niños de su barrio jugar a
piola, a nuestra clásica piola nique, con culá y espolinique?
Siglos. En cambio, ¿no ve usted cómo se meten en el cibercafé
de la esquina, para jugar a la piola de nuestro tiempo, que son
los juegos de consola por Internet? ¿Cuánto hace que no ven en
el pueblo que unos niños están jugando a la tángana? De las
bolas, ni les hablo. Algunas veces vemos en las tiendas de los
veinte duros bolsas de apatecibles bolas de cristal, que ya las
hubiéramos nosotros querido tener en nuestra infancia de
bolindres de barro, pero no hay niños que jueguen con ellas. De
la villarda, ese béisbol o criquet popular andaluz, ni les
hablo. Por eso podríamos empezar por el trompo, ya que Zarrías
lo ha repiado en Ecuador. Hay que volver a una Andalucía con
niños que sepan jugar sin estar enganchados al ordenador o a la
violencia de la consola.
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