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Hoy
cumple veinticinco años La Nicolasa. Así debería haber sido
llamada popularmente la Constitución de 1978, en caso de haber
nacido en Cádiz. Pero como nació en Madrid y allí hay
bastante poca gracias, pues nació como innominada. Aquí un
ingenio andaluz le habría puesto de mote La Nicolasa. El día
de San Nicolás de 1978 fue cuando nació a la luz referendaria
de la aprobación de la voluntad popular. Tal hubiera ocurrido,
que ahora festejáramos a la Nicolasa, si la Carta Magna se
hubiera echado sobre el tapete de la gracia de Cádiz, como su
antepesada La Pepa, nacida el día de San José de 1812. La
Pepa, la Constitución de Cádiz. A aquella primera
Constitución, que fue una obra de arte de la primera
formulación de la soberanía popular, le ocurrió como a los
artistas nacidos en la Cuna de la Libertad que reguló. Todos
los artistas de Cádiz tienen a gala llevar por el mundo el
nombre sagrado de su tierra, que añaden al suyo como lo que en
realidad es: un título de grandeza. La Constitución de 1812,
en el mundo del arte de la política, es la Constitución de Cai,
como en el mundo del arte del cante Juan Martínez es Pericón
de Cai, Aurelio Sellés es Aurelio de Cai, Benito Rodríguez es
Beni de Cai, Antonia Gilabert es La Perla de Cai o Los
Escarabajos Trillizos son Los Beatles de Cai.
Pero a la Constitución de
1978, y ahí su grandeza, le pasa como a la canción de Facundo
Cabral: "No soy de aquí ni soy de allá". Aunque
nacida en la capital del Reino que reconoce como Monarquía
Parlamentaria, la de 1978 no es la Constitución de Madrid como
la 1812, es la Constitución de Cádiz. La de 1978 es la
Constitución de todos los españoles. Incluso de los españoles
que no quieren serlo, que se inventan RH y reniegan de nuestra
Historia. y prefieren ser como Luxemburgo o como Puerto Rico.
Pues ellos se lo pierden, la gloria de nuestra cultura, de
nuestra historia, de nuestra lengua, incluso el orgullo de las
propias raíces de nuestro parlamentarismo y de nuestro
reconocimiento de la soberanía popular.
Si en 1812 fue Cádiz la Cuna
de la Libertad, en 1978 fue España entera la madre que parió
las libertades colectivas. No sólo fue hija de un espacio, de
un espacio de concordia, sino hija de un tiempo. Quizá por eso
fuera bautizada por su año de nacimiento: como la Constitución
de 1978. Por más que desde Cádiz la miremos como a La Otra,
aunque a todo tenga derecho, porque tiene un anillo con una
fecha por dentro, 1978 como antes fue 1812, y ese anillo no es
otro que el de las felices bodas de un pueblo con sus
libertades.
Una Constitución de todos y
para todos, culminación de un proceso de ingeniería de Derecho
Político único en el mundo, como fue el paso de una dictadura
a una democracia desde las propias leyes, oyendo un clamor
sordo, contenido aún por los miedos colectivos que suponen las
falta de libertades, y con el recuerdo de pasadas guerras
civiles que nadie quería volver a repetir. Y en esa
Constitución, dos nombres andaluces a los que desde aquí
queremos rendir homenaje. José Pedro Pérez Llorca, uno de sus
redactores, y Antonio Fontán Pérez, el presidente del Senado
constituyente que estampó su firma al pie de Don Juan Carlos en
la sanción real del día de San Juan Evangelista de 1978.
El concejal satánico
En la provincia de Cádiz, y
más concretamente en Sanlúcar de Barrameda, ya había un
político al que llamaban El Muñeco Diabólico. Pero en Barbate
le han echado la pata y le han echado el sortilegio. En Barbate
no sólo tienen un político diabólico, sino que ha llegado a
serlo gracias a un rito satánico. Es el portavoz municipal del
Partido Barbateño Unido (que jamás será vencido) y segundo
teniente de alcalde, Jesús Marín Ariza. Cualquiera podía
creer que Martín Ariza salió elegido concejal en el pasado mes
de mayo gracias a los votos de los barbateños. Pues no. Salió
elegido gracias a un rito satánico. Igual que hay concejales
meapilas de la derecha que van a pedirle a la Virgen Patrona que
salgan elegidos concejales, otros acuden a los brujos para que
conciten los poderes del Maligno y les den el acta de
concejales. Tal es lo que hizo Martín Ariza, que requirió la
magia negra de un vidente, que atiende al nombre de guerra de
Rhadú, porque si se pusiera su nombre de verdad, Juan
Rodríguez Fernández, nadie lo tomaba por brujo ni por ná. Mas
por la conjunción de los astros, por los conjuros de Rhadú y
porque estaba del demonio como podía haber estado de Dios, la
cuestión es que Martín Ariza salió elegido. Pero eso cuesta
un dinero. No salir elegido, que es gratis y además se cobra
luego el sueldo de concejal, sino el ritual satánico que le
echó Juan Rodríguez, digo, Rhadú. Medio kilo de pesetas. Y
como no las pagó, pues en el juzgado se ve ahora el concejal
satánico, en los mismos tribunales gaditanos tan conocidos del
Muñeco Diabólico. Pague o no pague, el asunto plantea un gran
enigma de cara al futuro. Cuando lleguen las elecciones
generales de marzo, ¿se imaginan la cola que va a tener la
Bruja Lola delante de su casa para salir elegido diputado no por
mayoría absoluta, sino por velas negras?
Ole, ole, Hohenlohe
Ole, ole, querido Alfonso de
Hohenlohe, que por fin el Ayuntamiento de Marbella se ha
olvidado de las guerras internas y de las guerras púnicas, y le
ha hecho a usted lo que hace muchos años la ciudad que usted
inventó para el turismo le debía: hijo adoptivo. Más bien es
al revés. Más bien es que Marbella, tal como la conocemos en
su esplendor turístico, es hija de Alfonso de Hohenlohe. Don
Alfonso fue quien tiró de todas sus amistades internacionales
de alto copete para dar lustre a la Costa del Sol, cuando
Marbella era el famoso pueblo de pescadores (que quizá nunca
fue un pueblo de pescadores, pero queda muy bonito citarlo
así). Más bien tarde, Marbella por fin le ha reconocido a
Hohenlohe lo que parecía que costaba tanto trabajo reconocer.
Ahora, que lo que no nos gustó ni pizca es que el título se lo
entregaran en una cena en plan compadre, como si fuera una
reunión veraniega para recoger fondos para cuidar a los perros
abandonados. La cena de la Triple A es una cosa y el título de
Hijo Adoptivo es otra. Y para entregar los títulos a sus hijos
adoptivos, las ciudades abren las puertas solemnes de sus
salones de plenos, y celebran sesiones extraordinarias con los
maceros municipales por delante.
Exhumación de odios
Cada día hay quien se empeña
en enmendar la plana al espíritu de concordia y reconciliación
nacional que supuso hace la Constitución. Por ejemplo, la
Junta. Y dale con la recuperación de la memoria histórica y
las víctimas de la represión franquista. Avivando esos fuegos
no se hace otra cosa que abrir heridas ya cicatrizadas. La Junta
se empeña ahora en financiar las espantosas excavaciones de
fosas comunes de las víctimas del bando republicano de la
contienda. Como si solamente hubiera habido muertos de un bando
en la horrible guerra incivil y fratricida, que ojalá nunca
más vuelva a ocurrir y que parecía que estaba ya felizmente
olvidada en la concordia común, hasta que han venido estos Juan
Simón a desenterrar muertos y a desenterrar también odios, que
todo hay que decirlo. Y si son absolutamente imprescindibles
esas exhumaciones, pues, señores, vamos a decir la verdad, toda
la verdad y nada más que la verdad de la contienda en los
pueblos de Andalucía. Si se excavan las fosas de los
indignamente fusilados por quienes en 1936 se sublevaron contra
la II República legal y democráticamente constituida,
exhumemos también en justicia la memoria de los ciudadanos de
otras ideologías tan respetables como la comunista, la
socialista o la anarquista, asesinados en los sangrientos días
de julio o en los fríos días de 1938 por los comités
revolucionarios y las milicias populares en muchos pueblos
andaluces. Mal está que sigamos a muertazo limpio a costa de
una guerra civil que creíamos ya superadas, pero peor aún este
pensamiento tan políticamente correcto y tan éticamente
deleznable de que los muertos de los republicanos son más
muertos que los muertos de los nacionales. En este punto nunca
nos cansaremos de repetir las palabras de don Manuel Azaña, que
no era un facha precisamente: "Paz, piedad, perdón".
Leopoldo de Luis
No anda mal la suerte de la
poesía andaluza en los últimos tiempos en cuanto a
reconocimientos. A la sevillana Julia Uceda, gran autora de la
Generación de los 60, le han dado el Nacional de Poesía.
Ahora, al cordobés Leopoldo de Luis, el Nacional de las Letras,
por el conjunto de su obra poética. Leopoldo de Luis nació en
Córdoba en 1917, para que se vea que en la literatura cordobesa
no es Gala todo lo que reluce. (Ahí está, por ejemplo,
pendiente de recuperación y valoración, la obra de Mariano
Roldán.) Leopoldo de Luis hizo una tarea decisiva en la
recopilación y valoración de la poesía social. Fue firma
importante en la crítica poética de las revistas de los años
50 a 70. Algún epigrama de las tertulias poéticas madrileñas
lo describió, en glosa de Rubén Darío, como "el mínimo
y dulce Leopoldo de Luis". Tras lo cual, hasta este premio,
su olvido había sido máximo y amargo. (Y hablando de aquel
Madrid poético nos atrevemos a decir: tenemos en Málaga un
poeta excelso, que además de uno de nuestros mejores
articulistas: Manuel Alcántara. Sin que lo haya cogido esta ola
de premios que invade a la poesía andaluza, nosotros nos
acordamos aquí y ahora de Alcántara. ¿Por qué? Por una
cuestión importantísima: porque nos da la gana.)
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