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Será
esta tarde, en el salón regio de la Diputación de Cádiz. Entre
los espejos, dorados, cornucopias y consolas que te hacen pensar
que la reina Isabel II se acaba de ir de allí hace un momento,
con su miriñaque, porque estaba abajo, en la puerta de la vieja
Aduana, esperándola un landó para llevarla a casa de una
señorona de la calle Ancha a tomar el té. Honores regios para un
libro regio. Allí presentarán las memorias de un tabernero. "Escrito
con tiza" se llama el libro, donde José Ruiz Calderón, Pepe
Manteca, le ha contado sus memorias a Francisco Orgambides y
José María Otero Lacave. En el salón regio de la ciudad
constitucional, tan decimonónico, el nombre de Pepe Manteca
sonará a rey napoleónico con un fondo de Goya en la Santa Cueva:
más regio es el ceremonioso y señorial Pepe Manteca que lo fue
Pepe Botella.
Antonio Díaz Cañabate escribió la "Historia de
una taberna", sobre la que tenía en el madrileño Mesón de
Paredes el torero Antonio Sánchez. Ni punto de comparación una
taberna de Madrid con un almacén de Cádiz, con una tienda de
montañés. Ni punto de comparación el acartonado costumbrismo
madrileño del Caña con la gracia por arrobas y libras de Pepe
Manteca contando su historia. Los andaluces sabemos contar de un
modo distinto. En la radio deportiva se habla de que Sánchez
Araujo ha inventado "la narrativa Araujo". Es la narración
popular andaluza aplicada a la información deportiva. El andaluz
sabe contar como nadie. Se pondera mucho a los andaluces que
cantan, pero muy poco a los andaluces que cuentan. Y contamos,
si me apuran, mejor que cantamos.
Nuestras ciudades dan galerías infinitas de
personajes con leyendas de tradición oral. ¿Quién no ha oído las
historias del Cojo Peroche, las de Don Antonio el Betunero?
Historias que van del Siglo de Oro a nuestros días. Cervantes,
¿qué hizo en su obra, sino dar tratamiento literario al relato
oral de tantos personajes populares andaluces? Los "Personajes,
personas y personillas que andan por las tierras de ambas
Castillas" que recopiló don Luis Montoto son en buena parte
andaluces. De tradición oral. Como los romances. Romances
nuevos, que se recitan cada día, pero en prosa.
Dicen que el género de memorias se nos da mal
a los españoles, pero a los andaluces se nos está dando
últimamente bastante bien el género de memorias de personajes
populares, auténticos tesoros de riquezas culturales, de
sabidurías. Poco a poco, hay una galería de libros que te dan la
clave para entender a Andalucía. Faltan, ay, algunos, ya
irrecuperables. Muchos personajes se nos fueron sin libro donde
contaran su vida con la expresividad y gracia de la tierra. El
libro de las memorias de
Beni de Cádiz se nos fue vivo a todos, como se nos fue el de
los relatos de
Miguel el Potra. Servidor recogió la perfección evocadora
del lenguaje de
Curro Romero o la memoria enciclopédica del cante de Juanito
Valderrama. Ortiz Nuevo nos dejó para la historia los verdaderos
embustes de Pericón. Juan José Téllez le ha prestado la pluma a
Chano Lobato para un largo monólogo casi shakesperiano,
estrictamente genial. En esta tradición se inscribe el libro de
memorias gaditanas de Pepe Manteca, que saludo en cuanto vale y
en cuanto significa. En cuanto vale: una galería deslumbrante
del mundo del toro, del cante, de los gallos de pelea, de la
emigración, de la vida cotidiana de Cádiz. En cuanto significa:
el creciente interés por las recopilaciones de esta tradición
oral andaluza de nuestros personajes irrepetibles, únicos,
intransferibles, que son la memoria misma de la tierra. Memorias
populares en las que está ni más ni menos que la grandeza de
nuestras raíces.
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