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El
comienzo de la campaña electoral ha dado una vaharada de alcohol
importante. Como estamos en la pregonada sociedad civil, los
militares de alta graduación han dado paso a los políticos de
alta graduación. En cada escándalo de la frase que copa
titulares hay quien descubre que el asesor del político que la
pronunció es el señor Jonnhy Walker o el señor Beefeater.
Sobremesa famosa hubo en el Club Siglo XXI donde el nudo del
debate fue atribuido por unos al señor Rioja, por otros al señor
Ribera del Duero. O cena con militantes en la que resultó que la
fogosa oratoria era noble y coronada, inspirada por el Marqués
de Cáceres. En cierta autonomía hay un consejero de quien es voz
común que su principal asesor en materia de brillantez oratoria
es un cubano exiliado, paisano de Dinio: el señor Bacardí. Nada
digo de los hectolitros atribuidos al consumo personal de
algunos líderes. Contrasta este
desprestigio político del alcohol con su aceptación social entre
los más jóvenes. Ese político pustecito al que se le calienta la
boca suele ser un incomprendido. Quiere por la vía del cubata
ponerse a la altura de nuestros muchachos en el fin de semana.
Si la botellona es normal en los fines de semana de nuestras
ciudades, ¿por qué no ha de serlo en los mítines del fin de
semana? Un político tajarina puede estar más cerca de la verdad
que otro que, completamente sobrio, mienta con mayor
credibilidad. Y además, que lo que desprestigia y recibe la
condena social es el tabaco, no el alcohol. Mucho hablar de los
políticos con una tajada como un piano, pero aquí nadie dice
nada de los puros que se fuma Rajoy, eso queda para González,
cuando, no se sabe en qué circunstancias, lo compara con Ben
Laden.
Urge una reforma de la Ley Electoral. No me
refiero a las circunscripciones, la carestía en votos de los
escaños o la duración de la campaña. Urge la prueba de
alcoholemia. Si somos socialmente tan inflexibles con el grado
de alcohol en sangre de los conductores profesionales, ¿por qué
no vigilarlo en los políticos que quieren conducir
profesionalmente nuestro destino? ¿Por qué no hacer controles de
alcoholemia en los mítines, y que los candidatos soplen el
aparatito antes de subir a la tribuna? Y el control de
alcoholemia sería más que conveniente en las cenas-mítines, y a
los hechos me remito. Claro que el control de alcoholemia
también nos lo tandrían que hacer a los votantes. Yo, por
ejemplo, no votaría a Carod ni borracho.
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