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En
los años 60 del siglo XX, cuando la poesía era un arma cargada
de futuro en manos de quienes creíamos que podíamos derribar la
dictadura a sonetazo limpio, dos claros ingenios andaluces,
Manuel Mantero y Mariano Roldán, crearon en Madrid la Orden de
la Meada. Renovaban así la tradición urinaria de los poetas de
27, que por las noches se meaban en los ilustres muros de la
Real Academia. Ya que el Ayuntamiento de Madrid coloca
romboidales placas que conmemoran hechos señalados de la
Literatura, dónde se escribió tal novela, dónde vivió cuál
poeta, sugeriría al alcalde que pusiera en los muros académicos
esta lápida: "Toda la Generación del 27 se meó en estas
paredes". Con su Orden de la Meada,
Mantero y Roldán tenían más mérito civil. Para ingresar como
caballero había que mearse en las paredes de la entonces
terrible Dirección General de Seguridad, la de los oscuros
calabocitos de la represión franquista, en la Puerta del Sol. No
sé en méritos literarios, pero en valentía mingitoria Mantero
aventajó a Alberti. Alberti se meaba en una Academia que no
vigilaba nadie. Mantero, sobre el símbolo de la represión de la
dictadura, cogiéndoles las vueltas a los policías armados que
con capote gris y naranjero hacían la ronda. Allí mearon los más
importantes poetas, que ingresaron en la Orden tras demostrar su
valor antifranquista. Otra placa conmemorativa, señor Ruiz
Gallardón, debería recordarlo.
Tras leer el lance en las inteligentes
memorias que acaba de publicar Mantero, creía que la Orden de la
Meada, como la de Alfonso XII o la de María Cristina, era
extinta. No es así. Acaba de rescatarla el autonómico presidente
de Cantabria, Miguel Ángel Revilla, quien lo ha contado en una
televisión local. Su serial televisivo podría titularse "Los
reyes también mean". La España con apremios prostáticos se ha
sentido plenamente identificada con Revilla. La ceremonia de la
boda de los Príncipes de Asturias, sí, muy solemne, muy larga,
muy brillante: ¿pero aquí cuándo se mea? Muchos sentimos un gran
alivio, alivio de vejiga, al no ser invitados, por no tener que
aguantar, como Revilla, desde las 9 de la mañana hasta las 2 de
la tarde. Que fue cuando Revilla, en el Palacio Real, con todos
los honores, fue proclamado Gran Maestre de la Orden de la
Meada, por méritos de guerra contra el protocolo. Real Orden,
pues por mucho que corrió al llegar a Palacio para ser el
primero en el baño, ya estaba allí miccionando, con todas sus
medallas y metro y medio de sable, una real verga. Dijo Revilla:
"Coño, Harald de Noruega". Quien, sacudiéndosela, asintió: "Yaaaaaaaa".
Tras lo cual ingresó por fin Revilla en la que también podría
ser la rama española de la Orden del Baño. Con más ardor y
arrojo que aquel "marine" colocó la bandera americana en Iwojima
puso finalmente Revilla su chorizo sobre la taza. Ha dicho: "Yo
llegué el primero. Detrás Felipe González, detrás José María
Aznar y el cuarto, Chaves>». Nos falta Bono en la "foto finish"
mingitoria, para que se pusiera también la medalla de la Orden
de la Meada.
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