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S.A.R. la Condesa de
Barcelona |
Su hijo, como
su augusto esposo, es Rey de Todos los Españoles. Ella fue la
Reina de todos los sevillanos. Los papeles traen la letanía
sevillana de los amores sevillanos de la Condesa de Barcelona:
la hermandad de Pasión, Sor Angela de la Cruz, los toros,
Curro, el Betis, el Rocío de Triana, las tapitas en Casa de
Trifón o las ostras con una copita de oloroso dulce a que la
convidaba Eduardo León Manjón en la terraza de La
Alicantina, cuando iba o venía de la iglesia del Salvador en
cuya cripta reposan los restos de sus padres y de su hermano.
España entera
pregona hoy la sevillanía de la Condesa de Barcelona, aquella
María la Brava que le llamaba su suegro Don Alfonso XIII, que
con su letra picuda de las Irlandesas de la calle Palmas me
puso muchas palabras de cariño por evocaciones sevillanas de
la ciudad de su padre, el Infante Don Carlos, de los recuerdos
de su infancia, y con la que, firme y en su sitio siempre,
también me pegó alguna que otra bronca de lectora
disconforme y nada amiga de las falsías: "Burgos, no me
ha gustado nada lo que has puesto del Rocío el otro día, y
como te tengo cariño, te lo digo..." Así sentía todo
lo nuestro. No en vano su hermandad era la del Señor de
Pasión. Era una sevillana de Pasión. No sólo de la
hermandad de Pasión, sino que quiero decir apasionada. Le
pasaba como a muchos sevillanos, que todo cuanto era, lo era
apasionadamente. Y a pesar de tener la deformación
profesional de los Reyes, que es no mostrar en público de
modo alguno preferencia por ninguna opción, grupo o
bandería, se saltaba a la torera (y nunca mejor dicho) las
convenciones entre las mitades barrocas de Sevilla. Y como era
una de los nuestros, pues a los sevillanos le parecía lo más
normal del mundo.
Me explico más
claramente: el Rey nunca dice si es del Real Madrid o del
Barsa, de los capuletos o de los montescos. Pero Doña María
bien que lo decía. Y no con palabras, sino con hechos. Y no
pasaba nada, cuando se alineaba en una de las dos mitades de
Sevilla. Era del Señor de Pasión, pero no se enfadaban los
hermanos de Jesús del Gran Poder. Era del Betis, pero la
apreciaban los sevillistas aunque fuera verderona perdida y
confesa. Era del Rocío de Triana y no del Rocío de
Villamanrique, como su hermana Doña Esperanza. Le entregó a
la Esperanza de Triana el fajín de almirante de Don Juan de
Borbón y no se enfadaron en absoluto los macarenos. Era de
don José Sebastián Bandarán primero, de don Camilo Olivares
después que faltó Bandarán, y ningún otro cura se enojaba.
Y no ahora, que vivía ya gozosamente en España y venía a
Sevilla cada lunes y cada martes. Era así ya en Estoril, que
tenía mérito. En Estoril, su augusto esposo se proclamaba
Rey de Todos los Españoles como faro de libertades, pero ella
pechaba con las consecuencias de recibir en "Villa
Giralda" a la plantilla del Betis cuando iba a jugar con
el Bemfica y hasta obligaba a ponerse corbatas verderonas a
todos los nobles de semana en aquella Corte del destierro.
...Y Romero. No
era menos aficionada que currista, pero no tuvo nunca empacho
en proclamarlo. El Faraón tenía en su corte de partidarios
nada menos que a una Reina. Que una tarde de guasa, cuando
Curro había estado en sombras y el romero que le llevaban se
lo tiraban a otro torero para que no se quedara inédito, al
señalarle alguien que otro se llevaba las ramitas de su
Romero, dijo, tan sevillana como apasionadamente:
-- Eso que
tiran no es romero... ¡Son jaramagos!
Sobre la
muerte de la Condesa de Barcelona, en El RedCuadro
Un hijo
La Reina de Estoril
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