 |
S.M. en el
entierro de su madre |
Por la linterna de la cúpula de la capilla de Palacio
entraba una luz de cuadro de Antonio López que caía sobre el
frío Madrid. El rojo de la venera del Toisón era el único
color que no era el negro de un Rey de luto hasta los pies
vestido. Se adivinaba un silencio funeral hasta en las heladas
fuentes de los jardines. El Rey miraba a la alta luz de esa
linterna, serenidad del oficio. Mirando al cielo es más
fácil contener las lágrimas. El arzobispo oficiante había
comenzado la oración fúnebre. Hablaba ahora de la prudencia
de Doña María, de sus silencios al lado del Conde de
Barcelona. Hablaba sencillamente de España. Y fue entonces
cuando Don Juan Carlos, del bolsillo del negro chaqué, sacó
un pañuelo y se secó las lágrimas. Dejé de ver allí, bajo
el dosel, ante los reclinatorios de luto, al Rey de España
para encontrarme con algo mucho más real, por humano: un hijo
que había perdido a su madre. Cuando murió el Conde de
Barcelona, aguantó la lágrimas hasta los mármoles de El
Escorial. Se había dicho ahora que España enterraba a la
madre del Rey . En Palacio, armón y alabarderos, estaba nada
menos que la idea de Reino. De España.
En ese pañuelo que se sacó Don Juan Carlos vi como, con
su supremo lenguaje de los silencios, la mano firme del Rey
estaba escribiendo otra vez el lado desconocido de la
historia. Sencillamente, un hijo enterraba a su madre. Era el
último adiós de una vida de adioses, adioses de Roma,
adioses de Lausana, adioses de Estoril, adioses de Madrid, el
adiós de la mañana de aquel taconazo y aquel "por
España, siempre por España" en La Zarzuela. La muerte
de una madre es siempre como un apocalipsis sin caballos, y
esta vez hasta estaban los percherones negros del armón de
Artillería del Regimiento de la Guardia. No estábamos viendo
a nuestro Rey. Estábamos viendo, en su pañuelo, tantos
recuerdos, tantos agradecimientos del hijo de la madre del
Rey.
Y este hijo que sacaba el pañuelo tenía una madre que era
tan sevillana que cuando se escribía un nuevo romance de la
Reina María de las Mercedes y se contaban por miles los
claveles que la echaron por las calles de Madrid, de pronto,
empezó a sonar en la música "Quinta Angustia". Una
marcha de la Semana Santa de su Sevilla. Y de golpe fue Jueves
Santo, y fue mantilla negra, y fue plata del paso del Señor
de Pasión. Lejos, en la ciudad de los recuerdos de Doña
María, estaban doblaban de luto las campanas de la Giralda.
Esas campanas las estaba quizá oyendo ese hijo al que los
españoles vimos que quedaba en la soledad del adiós a su
madre. Sabía que sonaba la música de su Sevilla, sabía que
en ese blanco pañuelo estaba escrita la grandeza de una vida
que sólo después de morir pudo reinar en las salvas que
atronaban la fría luz de una mañana pintada por Antonio
López.
Sobre la
muerte de la Condesa de Barcelona, en El RedCuadro
La Reina de Estoril
Una sevillana de pasión
|