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¿Hay
más conjuras que nunca o es que nunca, como ahora, se han
puesto de moda las conjuras? Las conjuras, las conspiraciones,
las confabulaciones, las conchabanzas, las tramas. Si no han
levantado contra usted una conjura, usted no es nadie. Así que
vayan apuntando la lista de conjuras en marcha, que van a tener
que darlas en el periódico como las farmacias de guardia.
Apunta, nene...
Plácido Domingo dice que hay una conjura contra Plácido
Domingo. No hay derecho, que se confabulen contra este pedazo de
monstruo de la lírica... Bueno, de la lírica, de la épica y
de todo lo que se pueda representar con cargo a los
presupuestos. Vas a la peña bética y se paran las fichas del
dominó: "¿Has visto la conjura?" Los socios, en vez
del "Marca", se beben las críticas de ópera y
exclaman: "¡Qué injusticia!". En la barra de
Trifón, Boletín Oficial de la Sevilla Real, todo el mundo
indignado contra los conjurados. Los más responsables hasta
tienen perdido el sueño con lo que pueda ocurrir por culpa de
la conjura. Por favor, señor tenor: no nos abandone a nuestra
suerte. No eche cuenta a cuatro críticos chuflas que, además,
no saben ni papa de lo inconmensurable que es usted. Por lo que
más quiera, ponga en escena esas cuatro óperas que quedan, una
detrás de otra. Porque en Sevilla no se habla de otra cosa que
de la pregunta del millón (de dólares): ¿qué va a ser de
nosotros sin Plácido Domingo?
Como la conjura contra Gil. Nada, que la Constitución, la
Ley de Régimen Local y el Código Penal se han confabulado
contra Gil, no hay derecho. Cuidado la que le tenía formada a
este hombre la conjura de los interventores municipales, que se
habían conchabado para fiscalizar el gasto... Qué injusticia
de justicia... Nada, a la cárcel con el interventor, ¿dónde
vamos a llegar?
¿Y la conjura contra los andalucistas? Conjuras de su misma
madera, conjuras con peaje de autopista, que si en Jerez dicen
que en Sevilla, que si en Sevilla dicen que en Jerez... Claro
que esto no es nada comparado con la conjura que contra el
alcalde de Sevilla han tramado con saña aberrante el Impuesto
de Bienes Inmuebles, el Impuesto Municipal de la Circulación y
si me apuran hasta el Impuesto sobre la Renta de las Personas
Físicas e incluso Químicas. De la conjura del IVA contra el
dueño del Betis, ni te cuento. Nada te digo de la conjura que
los medios privados de comunicación han tramado contra Gaspar
Zarrías, que es que no da abasto el hombre para controlarlos
con tanta confabulación en torno a cuatro tonterías como la
independencia, la objetividad, la transparencia informativa y
otros peligros sociales. Hasta en el mundo del cante hay
conjuras, esos conspiradores que quieren tirar al fondo del mar
las llaves del cante y derribar las columnas del templo de
Camarón, que son mucho más importantes que las del templo de
Salomón y encima dan más derechos de autor.
Contemplo este horizonte de conjuras, ay, y quedo sumido en
la más profunda de las depresiones. En la depresión subbética
por lo menos. No debo de valer un duro. Debo de ser una catalina
empalada, vulgo una mierda pinchá en un palo. Porque por mucho
que miro debajo de la cama, en el buzón de las cartas, detrás
de los armarios de los ex ministros, no descubro ninguna conjura
contra mí. Por favor, señores conspiradores, acuérdense de
mí. Una conjurita, por amor de Dios...
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