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Hoy
o mañana, en Baqueira, se repetirá una de las escenas más
ridículas del ritual español de las presentes Pascuas de
Navidad y Reyes. Pujol subirá en cuerpo y alma de Generalitat a
las montañas nevadas, banderas al viento, para cumplimentar al
esquiador Don Juan Carlos de Borbón. Como Pujol es lo menos
deportista que se despacha, irá con su habitual atuendo de
hacer el ridículo o de aterirse de frío, o de ambas cosas.
Habrá, como todos los años, un escolta que igual que San
Martín le cedió su capa a un pobre, le prestará su chaquetón
de forro polar al presidente, que suele ir de traje y creo que
hasta con mocasines, le pegan mucho los mocasines. Y será
entonces cuando en los telediarios veremos el ritual del
ridículo, ese Pujol con el anorak prestado, subiéndose al
telesilla con una cara en la que siempre nos queda la
incógnita: si tiene más miedo que frío o más frío que
miedo. ¿Sube Pujol a cumplimentar al Rey o a darle las gracias
por la propaganda que hace todos los años de las estaciones del
Pirineo catalán? Punto en el cual los andaluces pensamos que,
hombre, a ver si Ese Eme se acuerda un año de que existe Sierra
Nevada...
Mas como espero que este año Pujol me deje por embustero y
acuda con el uniforme de reglamento que lleva Aznar para su
particular montañas nevadas, banderas al viento, sería
también de desear que el Rey lo recibiera sin ropa de esquiar,
sino con su uniforme civil de primer servidor de la
Constitución. Lo digo por lo de la corbata. En el mensaje
televisado de Nochebuena, muchos se dieron cuenta de que el Rey
llevaba corbata negra. A buenas horas, mangas verdes. Con lo que
le gusta presumir de llevar las corbatas más a la moda, de
florecitas, de elefantes con la trompa hacia arriba, de ranas,
que también traen buena suerte, el Rey le ha guardado el luto a
su madre, la Condesa de Barcelona, un año entero. Algunos
dirán que eso es una antigüedad. De ninguna de las maneras. Es
ternura de hijo, algo que nunca se queda antiguo. El Rey ha
hecho muy bien guardando algo que se lleva tan poco como el
luto. En esta España donde los hijos van a los entierros de sus
madres con un chaleco rojo y donde al día siguiente se meten en
la discoteca como si tal cosa, está muy bien que Don Juan
Carlos, con el supremo lenguaje de los gestos regios, haya dado
este callado ejemplo de cómo deben ser las cosas. El luto ya no
se lleva, lo sé. Lo malo es que tampoco se llevan los
sentimientos. Se piensa que los sentimientos también son una
antigüedad. Seré un antiguo, pero cuando, hoy o mañana, vea
de nuevo al Rey con su corbata imposible de muñequitos o de
color remordimiento, pensaré que en el fondo esa corbata sigue
siendo negra, tras el cabo de año. Los que hemos perdido a
nuestra madre como el Rey a Doña María sabemos que esa corbata
negra se lleva siempre anudada al alma, sin alivio de luto
alguno.
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