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En
la ciudad aún suenan los tambores, guadaña de Canina con la
yedra que proclama a Mañara desde un paso: la Soledad que sola
se encamina a certezas de puertas lauretanas que se cierran, la
vida, en un momento. Así pasa la gloria entre cornetas; así,
Valdés Leal en "El Programa": en un cerrar de ojos
todo acaba, y dan las doce siempre en una torre que ya no huele
a incienso de la tarde en que todo empezaba con sorpresas del
primer nazareno, blanco sueño de palmas de balcón recién
colgado.
Este Sábado Santo me he venido al campo cordobés de la
ribera, a un palacio, a un jardín, a este silencio que en el
catastro llaman Moratalla y en Hornachuelos dicen El Palacio.
Manos amigas cuidan el prodigio, salvaron del olvido esta
hermosura. Azulejos antiguos con toisones recuerdan las visitas
de los Reyes, que Don Alfonso está de montería y un Príncipe
de Gales lo acompaña: el sombrero flexible, los tirantes, el
puesto entre las breñas, los jarales, pelliza franciscana, la
escopeta, los varetos, los machos, los cochinos, la foto de
Campúa finalmente en el patio con cien reses cobradas, y el
Marqués de Viana que ha mandado que pongan en la puertas de la
casa las cadenas de pleito y de homenaje, tributo de memoria al
Rey de España.
En el jardín francés donde los mirtos dibujan geometrías
para Venus, Le Forestier dejó su testamento: un pequeño
Versalles del Bembézar, una reja triunfal con jabalíes,
surtidores y plátanos de Indias, el árbol del amor que ahora
florece con color de capote debutante, el estanque de sombras de
nenúfar, los cipreses romanos, los almeces. Viniendo por el
río desde Palma, de Almodóvar de cerro y de castillo, nadie
puede pensar este prodigio que te encuentras al borde del
camino, la belleza secreta de otro tiempo, el silencio de piedra
y ruiseñores. Una sorpresa en forma de palacio. Un palacio
francés de cazadero a los pies de la sierra cordobesa. Para
ponerle marco a este silencio, al sonido del campo de museo,
pasa lejos el Ave, que resuena como avión plateado en esta
tarde. Un estruendo fugaz que te permite saborear aún más este
silencio que al instante se hace nuevamente, el croar de la
rana, el repeluco de la bicha de agua en el arroyo, los cascos
del caballo que pasea a una muchacha rubia con un perro.
Y el azahar. Las huertas de naranjos escoltan la gravilla del
camino. Los naranjos con flores. Todavía. En la ciudad de abril
ya se agostaron. No encontraron por plazas ni jardines las
flores de azahar para la Virgen que el nombre lleva de la Pura y
Limpia en silencios de ruán y madrugada. ¿Rebelión del azahar
quizá? Pregunto. El silencio del campo me responde. En la
ciudad ingrata y desvaída, el azahar se encuentra como intruso.
Los naranjos en flor, tan literarios, huelga de azahar caído
tal vez hacen con la ayuda que presta el almanaque. Quién sabe
si protestan de esta forma contra tanto recuerdo ya perdido,
contra el canon que esgrimen quienes hacen una ciudad pequeña,
a su medida, cercada en multitud, adocenada, pagada de sí
misma, pero falsa que todo lo perdió y todo inventa.
En tardes de caballos y casetas, de corridas de toros en mi
barrio, vendré de nuevo a verte, prodigiosa, flor de naranjo
antigua en Moratalla, ruiseñor de la noche entre palmeras,
arrayán de mi tierra, desterrada al paraíso oculto del
Bembézar.
Sobre el azahar
y la flora de Sevilla en El RedCuadro:
Ya ha florecido el azahar
Un chute de azahar
Un hallazgo en la luz
La primera jacaranda
Poema de las acacias
Magnolias
El Jazmín,
elegancia de una flor
Albahaca, la
caricia de una planta
El esplendor de la jacaranda
El mensaje de la acacia

Triana
en la "Guía Secreta de Sevilla"
Triana:tradiciones
escritas en el palo de la cucaña
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