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Como
ángeles rebeldes, mas políticamente correctos, le enmedamos la
plana a Dios cada día. Si Moisés apareciera ahora con sus
tablas en el Sinaí, no digo que esas tablas fueran de surf,
pero quizás llevarían diez mandamientos distintos. Pondrían:
"No matarás ni robarás, salvo que te llames Vera o
Barrionuevo y lo pactes". O: "No fornicarás si en tu
autonomía no dan gratis la píldora del día después".
Esta sociedad tan laica y permisiva se ha inventado nuevos
pecados. Dicen que el infierno no existe, pero mandamos allí a
cuantos contravienen los nuevos dogmas civiles. La infalibilidad
del Papa es la duda de una loca haciendo ganchillo al lado de la
infalibilidad del editorialista del Boletín Oficial del
Polanquerío. Y nada digo de la infalibilidad de Arzalluz en
vascongada materia: sólo le falta la silla gestatoria.
Nada como el nuevo mandamiento de la salud. En las nuevas
tablas de Moisés pone: "No fumarás". Para que
cumplamos el mandamiento, los obispos civiles nos amenazan con
penas del infierno de las zonas de no fumadores. Hay que
remontarse al nacional-catolicismo para encontrar este fervor
colectivo del mundial-antitabaquismo. No obstante, veo que falta
la palabra exacta para clavar la condena y reprobación social
del fumador. Tanto dinero gastado contra el tabaco (y a los
agricultores de Extremadura que les vayan dando), pero no han
encontrado el adjetivo que descalifique socialmente al que fuma.
La lengua es muy punitiva contra el que bebe, el que duerme
mucho, el que come, pero no contra el que fuma, porque no hay
penitencias verbales para los nuevos pecados. El que bebe mucho
es borracho, bebedor, dipsómano, beodo, curdela. El que come
mucho, glotón, tragaldabas, tragón, o, por lo fino,
heliogábalo. El que mucho duerme, dormilón, lirón, marmota.
Pero al que fuma le llaman sólo fumador. Si fuma mucho, todo lo
más "compulsivo", máximo grado de condena que
logrado crear la lengua castellana, desplazando al
"empedernido" de antes. A lo más que llega la lengua
es a decirnos que fumamos como carreteros, que son unos señores
bastante respetables.
Lo cual comunico para consuelo de fumadores, que en la
reciente jornada de los fastos mundiales contra el tabaco hemos
sido presentados como delincuentes sociales, como marginados,
como suicidas, como apestados, como herejes en materia de los
nuevos dogmas. Nos queda sin embargo, a nuestro favor, intacto,
el prestigio lingüístico del tabaco. Ahí todos son de nuestro
bando. Los muchachos que riñen al padre por el cigarro
disfrutan empero fumándose la clase de Matemáticas. Cuando un
no fumador rechaza algo, dice: "Eso es infumable". Hoy
por hoy, lo más que pueden llamarnos es fumetas. Pero verán
cómo pronto nos inventan un calificativo más infamante que
borracho. Lo mandan los nuevos mandamientos de la Santa Sociedad
Sana y Políticamente Correcta.

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