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Cuando
Lady Diana Spencer se mató en París, o cuando murió la
Princesa Margarita me extrañaron estos ingleses tan raritos,
que dejan a sus muertos en la soledad de una capilla palaciega y
siguen su vida. Cuando lo de Lady Di dije que a la pobre la
habían dejado en consigna y se habían ido todos de copas de
"sherry". Desde nuestra España de entierros a la
Federica para los alcaldes socialistones y de la Macarena
estrenando lágrimas de verdad por la muerte de Joselito el
Gallo, nos sorprende el elegante distanciamiento de estos
puñeteros ingleses ante la muerte. Aquí es la estética
barroca del llanto sobre el difunto, el velo de la viuda, la
capilla ardiente con cuatro hachones, la noche en vela, el
tanatorio de la S-30, los abrazos de pésame. Allí es la
estética victoriana de un ataúd cubierto con el pendón de la
Familia Real que pasa por unos jardines que representan con su
verde el papel de campos del Edén. Este ataúd solitario que
pasa camino de una capilla no lo suele llevar nadie de la
familia, sino cuatro soldados de un Regimiento que estuvo en las
Malvinas, vestidos como de maestrantes de Ronda, o, en su caso,
cuatro criados de Palacio.
Con la Reina Madre se repite este distanciamiento, tan
elegante, de la muerte inglesa. Adriano dejó allí su muralla,
no los usos de nuestra cultura romana de la muerte. Fijo que
cuando hacen una excavación de un asentamiento de las legiones
romanas en Britannia no encuentran un solo vaso lacrimal. Aquí,
sin excavaciones arqueológicas, nos sale ante la muerte una
Roma de plañideras. Con Lady Di, los ingleses pusieron sus
flores de silencio ante Palacio. Los latinos, los franceses de
París y los italianos que estaban allí de turistas fueron
quienes montaron el lamento de plañideras del Puente del Alma.
Ahora, con la Reina Madre, pasan los escolares inglesitos con
ramos de violetas en las manos y hay como una voluntaria
ocultación de las lágrimas. Son duelos nacionales sin ataúd,
casi sin muerto. Que duran, además, muchísimo. La madrugada
con cuerpo presente, velatorio de aguardiente y chistes de Lepe
es una ordinariez latina y romana que no puede consentir el buen
gusto de la elegancia anglosajona. El rito de la muerte inglesa
es esto de que a la Reina Madre la llevaran a la capilla de
Todos los Santos de Windsor, y allí la dejaran tranquilita a la
mujer con su propia muerte en soledad. Sólo al cabo de los
días y al humo de las velas la pasarán al palacio londinense
de San Jaime. La muerte de la Reina Madre será el silencio de
unos escolares con un ramo de violetas dejadas junto a una reja
hasta el funeral en Westminster y el entierro en el panteón
real de Windsor. Desde esta España barroca y plañidera de la
Reina Mercedes, donde la copla cuenta por miles los claveles que
le echaron, a mí estos ingleses tan raritos, con sus muertos en
consigna, me parecen que tienen un insuperable sentido de la
elegancia ante la muerte.
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