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Como
en un negativo del romance de la Reina Mercedes, de Madrid, sin
chistera y sin patillas, llegó un real mozo nada cortesano.
Doblando el mapa de España de las olas de Alberti, el Príncipe
de Asturias llega a Andalucía en su primera visita oficial
extensa en tiempo y espacio. He dicho Andalucía y tengo mis
dudas. Andalucía es una cosa, y lo que va a ver el Príncipe,
otra. Lo llevarán de consejería en consejería, de
ayuntamiento socialista en ayuntamiento socialista, de empresa
pública en empresa pública. A Don Felipe lo han confundido con
Catalina de Rusia. No le han organizado una visita a Andalucía,
sino a la Junta de Andalucía, que es una cosa muy distinta.
Desde hoy hasta el día 19 (con el 14 de abril, lagarto,
lagarto, por medio), hará una visita institucional a un
territorio oficial, no un viaje regio por un territorio real.
Gajes del oficio de heredero de la
Corona, que en este país de posibilismos institucionales
puede llegarse a pensar que es una cerveza mexicana. La
Constitución asignó al Rey un papel parecido al de Pascual, el
mayordomo real del libro nuevo de Idígoras y
Pachi. Como
supremo servidor del Estado, el Rey es el más distinguido
empleado del Gobierno, el que hace los viajes que le autorizan y
diseñan en la Moncloa, el que muchas veces tiene que limitarse
a ser el profesionalísimo lector del "auto cue" de
los discursos que le escriben en Presidencia o en Exteriores. Al
Príncipe de Asturias le ocurre tres cuartos de lo propio. Viene
a Andalucía y tiene que convertirse de hecho en el primer
empleado de Chaves, que lo trae y que lo lleva por la calle del
dolor, como a la Zarzamora.
Digo del dolor porque me gustaría que en este viaje andaluz
el Príncipe de Asturias no hubiera sufrido este virtual
secuestro por parte de la Junta y de los ayuntamientos
socialistas. Me hubiera gustado ver al Príncipe conociendo sin
triunfalismo del No-Do de Canal Sur los problemas de la
Andalucía real de las Universidades y de las empresas, de las
explotaciones agrarias de cultivos para la exportación, de la
movida y de las cofradías, de las Academias y de las
vanguardias, de los investigadores del Consejo y de los
pintores, y, ¿por qué no decirlo?, de los flamencos. ¿De qué
le sirve a Don Felipe hartarse de ver al peligroso Zarrías y de
hacerse fotos con Chaves, si quizá se va a ir de Andalucía sin
escuchar a José Mercé y sin saber lo que don Antonio
Domínguez Ortiz representa en nuestra Historia?
Tiene esto de bueno que por fin Chaves se va a creer al menos
por unos días que es el representante del Estado en Andalucía
y no uno que ha sacado suficientes votos como para utilizar a la
Junta contra el Gobierno de Madrid cada vez que, desde la sombra
y brindando al sol, se lo ordena su señorito González.
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