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Aunque
Don Felipe esté por aquí abajo de visita oficial a la Junta,
en estos días no hay más Príncipe en España que el de la
puerta grande de la plaza de toros de Sevilla. Eso de la Puerta
del Príncipe se lo saben todos. Hasta la critica madrileñí
que se trae puesta el público del Ave para echarnos la habitual
bronca sobre nuestras claves estéticas y sociológicas de la
Fiesta. Siempre me pregunto por qué la crítica madrileñí no
le echa a los mozos de Pamplona por julio las mismas broncas que
a los abonados de Sevilla en abril. Pero tranquis, aficionados
de Sevilla, que este año hemos merecido la absolución de la
referida crítica madrileñí, en cuanto abroncamos el otro día
al único presidente que no es de la Pasma, le hicimos devolver
el toro chico de Garcigrande e incluso hubo en el tendido 7,
lindando con el 9, un tío que sacó un pañuelo verde. Vamos
aprendiendo, y de aquí a nada ya estaremos estampillados de
traumatólogos: "¡Cojo, cojo!"
La Puerta del Príncipe se convierte en estos días en la
mismísima entrada de la gloria. En esta ciudad de los nombres
propios, no hay que poner apellidos para recordar que el nieto
de Don Eduardo estuvo a punto de abrirla con el toro del padre
de Alvarito. Esperemos que por fin Sevilla le pague la Puerta
que le debe a El Juli, con intereses; no debe olvidarse que ya
ganó los derechos de portazgo del Príncipe, aunque no pudo
ejercerlos a causa de una cornada con pundonor.
Mas no todo es salir por la Puerta del Príncipe. Eso es para
los toreros. Para todo aquel que quiera ser, estar parecer,
aparentar, figurar, ronear, y sigan poniendo sinónimos, lo
importante es entrar por la Puerta del Príncipe. Tan importante
es entrar por esa puerta para los famosos y asimilados como para
los toreros salir por ella. Si en estos días, entre 6 y 6 y
media de la tarde, no entras por la Puerta del Príncipe en olor
de fotógrafos y con siete cámaras de televisión del corazón
detrás tuya, como cobradores del frac de la fama, es que no
eres absolutamente nadie en España. Antes el pueblo llano se
iba a la Puerta del Príncipe al término de la corrida, a
esperar que sacaran los toreros a hombros y los llevaran en
triunfo hasta el Hotel Colón. Ahora, las marías que ven
"Tómbola" y "Corazón de primavera" se van
a las 5 de la tarde a la Puerta del Príncipe, a coger sitio
para ver entrar a los famosos. Tienen asegurado un
"Hola" en vivo y en directo, y una semana antes de que
la prensa del corazón esté en los quioscos. Con razón el
restaurante de Antonio El Tenorio se llama Puerta Grande. Es la
que buscan todos los que van allí a pintar la mona antes de la
corrida. Aquello de Antonio y Esperanza es como la capilla y el
patio de cuadrillas de tanto personaje madrileñí como llega a
aquella puerta de contaduría de la fama antes de hacer el
paseíllo de la entrada triunfal por la Puerta del Príncipe.
No saben lo que se pierden. Que digo que los pintamonas de la
Puerta del Príncipe no saben la verdadera Sevilla que se
pierden al no acceder al espacio iniciático del rito a través
del secreto arco que da entrada a la calle Circo desde Adriano.
La calle Adriano, mientras los pintamonas están llegado por el
Paseo Colón, sí que es la verdadera Sevilla torera. Por allí
llegan el Aljarafe y la Vega, el pueblo soberano de sabiduría y
afición. Tienes la certeza de no encontrarte con un solo
chufla. Allí no hay un solo fotógrafo ni una sola cámara de
televisión.
Con decir que por la calle Adriano entran los vencejos que
escriben con su música los silencios de la partitura ritual de
Sevilla...
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