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El Recuadro

 Antonio Burgos

ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Limpiarse en las cortinas de Palacio 

Igual que lo de "El Relicario" de Sarita Montiel era un día de San Eugenio, el cuplé gaditano de chirigota que me descubrió el difunto Fernando Quiñones fue un Día de Cervantes, en un salón de Palacio donde el Rey recibía, como cada año, a los escritores, editores y demás gentes de mal vivir. Me dijo Quiñones:

-- Mira, esto de que el Rey nos reciba a los escritores es muy importante. Si te fijas en lo que está haciendo aquel tío, verás que el 23 de abril es el único día del año en que uno que tiene publicado un libro de poemas en Adonais puede limpiarse la pringue de la tapa de chocos fritos directamente en las cortinas de Palacio...

Me decía esto Quiñones en un salón regio con las taraceadas maderas del suelo completamente llenas de palillos de dientes procedentes de los pinchos de tortilla, con charcos pegajosos de la cocacola que se le había caído al otro cuando presuroso corría a pegarle el coñazo al Rey sobre la novela que estaba escribiendo, con toda suerte de arrugadas y manchadas servilletas de papel arrojadas por los rincones y alguna que otra colilla pisoteada, eso sí, todas de Ducados y Coronas para hacer honor al Real Sitio.

Me imagino que los ancestros gaditanos de sus antepasados convocados por Alvaro Mutis habrán contado a su paisano Fernandito Quiñones que desde que nos falta, los ritos palaciegos del Día de Cervantes han ido como suelen estas cosas en España: a peor. Este año, aparte de limpiarse la pringue de los chocos en el damasco de las cortinas y de tirar los papeles al suelo como en una tasca de Argüelles, los escritores han dejado a los Reyes más solos que a los de Tudela. En Inglaterra, cuando la Reina recibe en Palacio, un chambelán da instrucciones de lo que hay que hacer, de cómo hay que saludar. Como aquí hay tan poquita afición a las tradiciones de la Corona, la gente va a Palacio como a un cóctel en El Corte Inglés: a por el canapé y a hablar de lo suyo. Y como había fútbol, pues ni que los Reyes nos recibieran ni nada. Cada cual se fue escaqueando cuando le pareció. De los 800 que habían sido saludados por los Reyes en el Salón del Trono, no quedaban ni 50 cuando finalmente Sus Majestades decidieron irse en vista de la desbandada general. Estaba cayendo el sol en el Campo del Moro (perdón, el Campo del Magrebí) cuando la crema de la intelectualidad hizo bueno a Pepe Solís: "Menos latín y más deporte". Eso. Menos recepción regia y más Barcelona-Madrid.


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