|
Ea,
niño, pónmela en el siete, en las Siete Revueltas, o en las
Siete Puertas, o en Er 77, o en las Siete Palabras del maestro
pastelero don Luis Ochoa, que me inaugura solemnemente cada
Cuaresma con su ritual plato de torrijas del Miércoles de
Ceniza: ¡vamos por Sevilla! Por el mejor cahíz de tierra. Por el
Alcázar. Que, como tantas cosas de Sevilla, se escribe de una
forma y se pronuncia de otra. El Ayuntamiento escribe Real
Alcázar, pero se pronuncia Alcázar a secas y con fuentes.
Los sevillanos no conocemos uno de los monumentos que encabezan
la lista de Los 40 Principales de los más visitados de España,
perdón, del Estado Español. Al Alcázar le pasa como a Manolo
Escobar, que siendo el que más discos vendía con su
porrompompero, siempre salía otro en cabeza de Los 40, lista con
nombre de casino de señoritos. El Alcázar se codea en número de
visitantes con La Alhambra y El Prado, pero aquí no lo sabemos.
Lo saben los clientes de la primera industria local, el turismo.
Igual que se habla de un turismo de sol y playa, aquí tenemos un
turismo de Alcázar y Casa Robles, que trae el bendito parné.
Cualquiera que haya visitado Sevilla, a su vuelta a los chirlos
mirlos sabe del Alcázar más que cualquier vecino de esta Muy
Difícil y Muy Hipócrita Ciudad.
El Alcázar es ahora como la sala de recibir de la ciudad. Cada
tarde hay allí cuatro o cinco (mil) actos culturales. Cuando va
el alcalde, da un discurso sobre la importancia de la
asignatura. Habla del palacio real más antiguo de Occidente y de
Don Diego. Martínez Barrio, naturalmente. Don Diego convenció a
Alcalá Zamora para que, tras la proclamación de la República,
Sevilla le pegara a Don Alfonso XIII mangazo de Palacio Real.
Fue el mejor mangazo que pegó a la República una Sevilla
postrada por la crisis económica y social que siguió a la
Exposición del 29, la que se conoce Nicolás Salas mejor que su
casa de Colina Blanca. Don Diego, sevillano que desayunaba
tortas de Castilleja en el Ministerio de Comunicaciones, se
acordaría quizá del Corpus de su infancia. El día del Corpus, el
Rey Don Alfonso XIII abría su Palacio para que lo visitara el
pueblo. Martínez Barrio, en el Madrid del 14 de abril y en su
utopía burguesa, quiso que la República fuera como un continuo
Corpus para los sevillanos. El romero de ese Corpus civil no
consiguió echarlo ni Joaquín Ídem Murube. Se echa ahora, cada
tarde cultural, cuando quien va a dar una conferencia o a que se
la den comprueba que José María Cabeza, su alcaide, tiene
aquello de dulce, de dulce de las monjas de Carmona. El padre,
Gregorio Cabeza, le buscó refugio a media Sevilla arriada por el
Tamarguillo Chiquito Pero Matón y el hijo, José María Cabeza, le
ha puesto un piso a la memoria de Don Pedro el Justiciero (que
se pronuncia Don Pedro el Cruel) y de Don Diego Martínez Barrio.
¿Que a qué viene esto? Viene a que han reeditado la Guía
Botánica del Alcázar y les invito a su lectura, para que
descubran el tesoro de sus jardines moros o románticos. Allí se
rescata el prestigio literario del arrayán, el mirto de Roma. O
de la propia toponimia de los jardines. Nombres como títulos de
libros de poemas de los que edita Abelardo Linares. Tú le pones
«El Estanque de Mercurio» o «El Jardín de las Damas» a un
poemario y te dan el Adonais. Tan líricos jardines del Alcázar,
que me sé de memoria la décima de Aquilino Duque al último
abasida: «Jazmín que yo cortaría/del verde Alcázar de mayo,/ yo
que recorrí a caballo/las ferias de Andalucía./ Patio de la
Montería,/donde el casco es más sonoro,/que por romano y por
moro,/harto de mi poderío,/me voy a tirar el río/desde la Torre
del Oro».
"El Recuadro" recupera su sitio de honor
"Antonio
Burgos: Maestro", por Javier Criado
Entrevista: «Los
sevillanos me otorgaron el estatus de cofradía refugiada por obras»
Biografía de Antonio Burgos
Libros
de Antonio Burgos en la libreria Online de El Corte Inglés
Correo
|