Ya lo dijo Fray José
del Desengaño, filósofo valverdeño, cultísimo latinista, compadre de
Arias Montano, que se solía irse de veraneo con el humanista a Alájar
y que escribió allí, mientras se ponía púo de avíos de la matanza
echando un rato y jugando al dominó en su peña, la Peña de Arias
Montano, escribió, decía, el desconocido tratado "De onubensis rebus
atque de huelvanis expoliis ", traducido luego a la vulgata con el
título de "Todo lo que Sevilla le quitó a Huelva por el procedimiento
del tirón". Dijo el cultísimo latinista: "Res tres Onuba habet, quae
Matritum non tenet: Rabidensis Coenobium, Apex Umbrosa, et prospectare
naves in portum navegantes albente coelo".
Esa máxima de Fray José pasó luego al saber popular,
y aunque la paremiología la metió por un cante de Huelva, no me
negarán que por fandangos suena bastante peor que en latín:
- Tres cositas tiene Huelva,
- que no las tiene Madrid,
- La Rábida, Punta Umbría
- y un gran alcalde, Rodrí,
- el de las fotografías...
Ya que estamos con fandangos de desafío, esa letra
hay que cambiarla. Huelva, desgraciadamente, de pocas cosas puede
vanagloriarse que no las tenga Madrid, porque el Manzanares no está
tan contaminado como el Tinto ni el cielo velazqueño tiene la polución
del Polo, que de ahí viene la palabra precisamente: polución viene de
Polo. Más que presumir de las cosas que tiene Huelva y que no las
tiene Madrid, yo más bien me fijaría en las cosas que tiene Huelva y
ya no las tiene, porque, como decía Fray José del Desengaño, son las
que le ha quitado Sevilla por el procedimiento del tirón. Y compondría
un nuevo fandango, que diría:
- Más de tres cosas a Huelva
- Sevilla se las mangó:
- Matalascañas, El Rocío
- la Expo el Noventa y Dos,
- ¡la madre que la ha parió!
Aunque suelo poner la cejilla de esta machadiana
guitarra de mesón afinada para las alegrías de Cádiz, la coloco hoy
para el cante de Huelva. Vamos por Huelva, por Pérez de Guzmán, por
Cerrejón, por Paco Isidro, por Pepe La Nora, por Pichardo, por Paco
Toronjo, o por Gatillo, ya que vamos de gatos encerrados. Por cierto,
hasta la fama de la cojera flamenca se la quitó Sevilla a Huelva:
mucho hablar de Enrique el Cojo, cuando se olvidan del Cojo Huelva,
corcho con corcho, caña con caña. Y Huelva no se queja. Es como si el
pobre Cojo, se hubiera quedado sin lengua al mordérsela en un
accidente de coche.
Y a cuanto quiero decir podría aplicarse aquella
letra de Paco Toronjo, a quien traigo a colación como cita de
autoridad en el sentimiento de Huelva:
- Van diciendo la verdad
- los niños y los borrachos,
- son los que dicen la verdad
- y nadie les hace caso,
- por que a la gente normal
- la verdad las hace "peazos".
No sólo los niños y los borrachos, sino cualquiera
al que no hagan caso puede decir que entre el Estado de las autonomías
y el centralismo del Estatuto Andaluz, dejaron a mi Huelva con las
tres cositas que no las tiene Madrid. La dejaron también, pero de eso
no se habla, con la contaminación de la industria química que le
endosó el desarrollismo triunfal de la dictadura. A Juan Ramón Jiménez
se lo quitó Puerto Rico por el procedimiento del tirón, y no le
quitaron al Litri porque no cayeron en la cuenta, que si no, también
se lo quitan, hasta con las paellas tan buenas que hace en su casa,
que dirían, claro, que es una paella valenciana. En cierto modo, la
Medalla de Bellas Artes que al Litri le dio su amigo Alvarez Cascos,
el trampantojo, fue un fondo de compensación interterritorial por todo
lo que le vienen quitando a Huelva, en taurina materia. Pues Chamaco,
sin ir más lejos, se lo quitó Barcelona. Chamaco, durante mucho
tiempo, fue un torero de Barcelona, que hizo un tripartito particular
con Balañá para tocar pelo.
A Huelva también le ha quitado Sevilla el Rocío. No
de ahora, de siempre. Pérez Lugín tituló su novela "La Virgen del
Rocío ya entró en Triana". ¡Arsa pilili! Cuando la Virgen del Rocío,
gracias a Dios, no solamente nunca ha entrado en Triana, sino que no
ha salido de la provincia de Huelva y más concretamente del término
municipal de Almonte. Triana, Triana más que Sevilla incluso tiene la
culpa de este robo del Rocío por el procedimiento del tirón. Triana,
Jerez, Sevilla, Sevilla-Sur... Antes que el Rocío fuera una fiesta
mediática de Carminas y Candelariassss de los de Madrissss, siglos
antes, cuando iban los maricones de Huelva y no teníamos que importar
maricones de Madrid como El Golosina o los tertulianos de la pluma y
del corazón, era una de tantas y tantas hermosas romerías de Huelva,
como Montemayor, como la Virgen de los Angeles, como San Benito el el
Cerro del Andévalo, que tiene los pastos comunes con Cabezas Rubias.
Una de tantas secretas fiestas auténticas como las cruces de
Almonaster la Real o de La Palma del Condado.
Huelva tuvo su servidumbre arzobispal, de depender
de la Mitra de Sevilla, eso se nota especialmente en la sierra. Y a
efectos del Rocío es como si Huelva nunca hubiese sido sede episcopal
propia ni nunca hubiera sido obispo don Pedro Cantero Cuadrado, que es
con quien comienza la gran expansión de la devoción rociera,
comenzando por la construcción del nuevo santuario, y el
incomprensible derribo de la vieja ermita. Sevilla, con su cardenal al
frente, coronó a la Virgen del Rocío y con la corona se la apropió. No
sin la complicidad de un onubense de la provincia, del canónigo
hispalense don Juan Francisco Muñoz y Pabón, que era de Hinojos pero
lo disimulaba bastante bien, pues para mí que, con la extensión de la
devoción a la Patrona de Almonte y con la escritura de sus preciosas
coplas populares que aun se canta, Muñoz y Pabón es el gran culpable
de la sevillanización del Rocío o, en otra palabras, de la apropiación
indebida de una Patrona y una romería locales por parte de la capital
de Andalucía.
Como será esto de que Sevilla se ha quedado con el
Rocío, que con la cantidad de Vírgenes que hay en la autotitulada
Tierra de María Santísima, al hospital general de la Seguridad le
pusieron de nombre no Virgen de los Reyes, no Virgen de la Esperanza,
no Inmaculada de Murillo, sino Virgen del Rocío. Y en la página que
tiene en Internet el Ayuntamiento de Sevilla figura entre el
calendario de fiestas locales el Lunes de Pentecostés. La Virgen del
Rocío, como todo el mundo sabe, y si no lo sabe ya es hora de que lo
sepa, sale el Lunes de Pentecostés por la mismísima calle Sierpes,
portada por los costaleros de la Esperanza de Triana, ole sus
cojones... ¿La Hermandad de Huelva, dice usted? ¿La Hermandad de los
Emigrantes? ¿La hermandad de la Palma o la de Moguer, aquella que vio
llegar Juan Ramón y comprobó que Dios es azul porque lo decían la
flauta y el tambor, porque ya están aquí las carretas le dijo el pinar
y el viento? ¿Esas hermandades, dice usted? ¿Pero esas hermandades no
son simples filiales de la hermandad matriz, que no es obviamente la
de Almonte, sino la de Triana, Triana, Triana, qué coñazo rociero con
tanta Triana?
A Huelva le han quitado de todo, hasta la cartera. A
saber: le quitaron las conmemoraciones de 1492 y los maletines de los
convolutos del pelotazo se fueron directamente. Que yo sepa, las
carabelas no salieron de los grandes centros del centralismo
sevillano, como Ikea o el campo del Betis. A Huelve le quitaron la
Expo, los Astilleros, los aeropuertos internacionales, las bases
aéreas y navales, las zonas de reindustrialización, la línea del Ave y
casi hasta el fandango, que Los Toronjo se llevaron a El Guajiro de
Sevilla o El Raya a la Bienal del Flamenco.
PLAYA, RECRE, ROCIO, CARRETERA
Nada digo de Matalascañas, que la más extensa playa
de Huelva pasa por la playa de Sevilla. Nada digo del Coto de Doñana,
que cualquiera puede creer que están en la provincia de Sevilla. Nadie
le ha mirado el carné de identidad al famoso lince de Doñana, ese que
se pega la vida padre en el Parque, el Preparque y el Postparque, y
que nos cuesta un fortunón a los contribuyentes, que más barato sería
comprarle un apartamento en Matalascañas a cada lince; pero ese lince,
si nos ensaña el carnet de identidad, veremos que pone que ha nacido
en la provincia de Huelva, aunque todo el mundo lo conoza como el
lince de Doñana.
Nada digo de la sierra de Huelva, que pasa por
Sierra de Aracena para no mentar a la capital. Nada digo del jamón de
la sierra de Huelva. Dicen como genérico Jabugo por no llamarlo lo que
es, jamón de la sierra de Huelva, y en el pecado llevan la penitencia,
pues les meten como Jabugo, ¡toma ya Jabugo!, lo que es ibérico
extremeño de pienso con la pata de blanca como si hubiera sido lavada
con un tambor de Colón. Colón, el de la Punta del Sebo, que es el que
está en copia en Madrid, ciudad donde celebran todas las cumbres
iberoamericanas que nunca se dignan traer a Huelva. En España las
reuniones sobre asuntos hispanoamericanos se celebran todas en un
lugar tan ligado a la Historia del Descubrimiento, por los cojones,
como Madrid. Como es sabido, las tres carabelas de Colón salieron de
la plaza que su mismo nombre indica, y volvieron allí mismo, razón por
la cual fue establecida a pie de obra la Casa de la Moneda para acuñar
la leña del oro perulero.
Huelva, claro, no ha constituido una asamblea de
ayuntamientos para erigirse en nación. Incluso en Lepe, por mucho que
Pujol les haya tirado los tejos con un culto a la Fresita que ni Gran
Hermano, no hay ningún loco separatista que diga que aquello es un
cantón independiente que forma una unidad con Lepe Sur, allende el
Atlántico.
Aunque mi machadiana guitarra de mesón está más
acostumbrada a las alegrías de Cádiz, a la hora del cante por Huelva
me sale un memorial de agravios. Y hablando de Cádiz y de las carteras
que le han quitado a Huelva, recuerdo la carretera que no le han
quitado, sino que no se la han dado, la A-484, que habría de unir
Huelva con Cádiz pero que no une nada. Cádiz y Huelva son las únicas
provincias limítrofes del mundo que no tienen comunicación directa
entre ellas. Mi Huelva tiene una ría, pero no tiene una carretera que
la una a Cádiz, su provincia hermana en el diálogo con la mar en el
Occidente de Europa. No tiene carretera para que ante ella Perlita de
Huelva advierta que atención, amigo conductor, la senda es peligrosa.
Es peligrosa porque el amante del Carnaval de Isla Cristina o del
Carnaval colombino que quiera ir al templo del Carnaval gaditano,
tiene que pasar por Sevilla, ay, siempre Sevilla. Y, a la inversa, el
gaditano que quiera venir a Huelva a recibir lecciones choqueras de
cómo se fríe de verdad el pescado, tiene que pasar por Sevilla, que
ésa sí que tiene siempre todo el pescado vendido.
Vuelvo a los cantes. Se habla quizá tanto de los
cantes de Huelva porque con Huelva todos dan el cante, hasta los
nacidos en su tierra que se ponen a hablar madrileño con todas las
eses para que no se les note que son de Huelva, como Jesús Hermida o
como mi amigo Jesús Quintero, que mucho decir lo de San Juan del
Puerto, pero nunca dice que es San Juan de Huelva, por lo que parece
que es San Juan de Puerto Rico.
Algunos nos hemos reconciliado con Huelva gracias al
Recre. Algunos béticos nos hemos hecho del Recre. Desde que está de
presidente la criaturita de la misma vez, a este Betis peliteñido no
hay quien lo conozca. Y para lo que es, con lo que fue, mejor que no
lo conozcan. Degenerando, degenerando como el banderillero de
Belmonte, ha pasado de ser el equipo más simpático ante toda España al
que cae más gordo. Era como el segundo club de todos los españoles.
Todo el mundo era de su club de sus amores y después, del Betis. Ha
sido un fenómeno parecido al proceso de antipatías generales que
despierta el Atlétic de Bilbao. El Bilbao antes caía simpático en toda
España porque en San Mamés no jugaba un solo extranjero; ahora
representa lo que representa...
La filosofía de la esperanza frente a la derrota que
representaba el Betis ha pasado al Recre. Las recientes gestas del
club decano son de las que hacía antes el Betis: ¡ole mi Recre bueno,
que no nos lo merecemos! Eso de plantarse en la final de Copa estando
de colista es estrictamente bético. Bético de la Bética de Trajano,
que llegaba mucho más allá de la raya de Portugal y cogía
perfectamente el Nuevo Colombino, campo del edén blanquiazul. Pero
está muy bien que el Recre se haya adueñado de las señas de identidad
del Betis. Ya era hora. Ya estaba bien de que Sevilla le quitara a
Huelva todos sus símbolos por el procedimiento del tirón, incluida la
puesta de sol. Cuando el carajote de Bill Clinton, el del mamazo, se
fue a Granada a ver la puesta de sol, dos sevillanitos decían que el
atardecer sevillano es mucho más hermoso, que en lugar de al mirador
alhambreño de San Nicolás debería haber ido al puente de Triana. Me
preguntaron y les dije:
-- Sí, el atardecer de Triana es más bello que el de
Granada. Porque cuando tú pones en Sevilla a mirar la puesta de sol,
estás viendo la puesta de sol de Huelva, que es la puesta de sol de
los malvas de la tranquilidad violeta de Juan Ramón Jiménez. Si en
Sevilla hay esos atardeceres trianeros tan bellos, es gracias al sol
poniente que llega desde Huelva sin necesidad de coger la Damas,
Huelva tiene la punta de estar a Occidente, aunque no presuma, como
Cádiz, récords de antigüedades occidentales a pesar del Lago Ligustino
y a pesar de que Tartesos estaba en Tarsis y ya salía en el telediario
de la Biblia .
En Sevilla no se enteran de nada de Huelva, por
muchos mesones serranos que pongan y muchos chocos fritos que se tomen
hasta el punto de que hasta hace poco a la calle Palos de la Frontera
le tenían puesto en el letrero Palos de Moguer. Y la calle Huelva no
crean que es una gran avenida, una gran arteria, sino un callejoncito
junto a la plaza del Pan, mientras que Madrid, Zaragoza o Bilbao
tienen sus grandes calles del ensanche de la Plaza Nueva en el reinado
de Isabel II.
Vamos, por quitarle, Sevilla le quitó a Huelva hasta
la lotería del Gato negro. Que el gato negro es un gato de Huelva,
como los que llevaría Colón en sus naves. Seguramente todos los gatos
de América son hijos, nietos y bisnietos de los gatos que cogió Colón
en Palos para que no hubiera ratas en los barcos.
No sería por falta de gatos.... Yo evoco ahora los
gatos de Huelva, que a pesar del olvido que sufre la ciudad a nadie
les enseñan las uñas...
LOS GATOS DE HUELVA
--Gatos hambrientos de las calle, gatos lustrosos de
la vieja Pescadería, emperadores de la ventrecha, alimentados con la
misma delikatessen --aquel peaso de " garum "-- que los romanos
importaban de estas costas, gatos de los tejados saqueadores de nidos,
ecológicos " reguladores " del equilibrio entre moscas y
salamanquesas.
--Gatos de los Jardines, de los antiguos de la Plaza
de las Monjas, de los perdidos parterres del Muelle, en los que los
viejos canalillos árabes seguían regando el marjal florido. Gatos del
Paseo del Chocolate, del Piojito, gatos de los Cabezos, cimarrones y
lustrosos, ignorantes de que a dos cuartas bajo sus pies afelpados
yacía la necrópolis tartesa de Argantonio ( el cabezo de La Joya),
gatos de los huertos arrasados por el progreso, Huerto Zumalabe,
Huerto Paco.
--Gatos bilingües de la Casa Colón o de Bellavista
en Riotinto, coloniales de felinos británicos, algunos caprichos
femeninos de angora.
--Gatos blancos, gatos negros, atigrados, burracos,
moriscos, rubios, que eran las verdaderas esculturas de la
‘tranquilitas animae’ dormidos en las aceras al sol de invierno, calle
Berdigón, calle de San Andrés, calle Valencia.
--Gatos de porche y sacristía, como los que había en
la arciprestal de San Pedro, frotándose el lomo contra la reja
antigua, junto al suicidadero alto de la vieja Mezquita, o como los
que las Hermanas de la Cruz alimentaban con espinas benditas que ellas
se quitaban de la boca, las criaturas, en plenos años de la canina,o
como los sapientes gatos de la residencia de los jesuitas, a los que
no les faltaba más que la tirilla, alguna vez invasores de la iglesia
en horas de culto, gatos ad maiorem dei gloriam, sabedores que fue el
mismo Dios quien los creó tan hermosos y armónicos.
--Gatos lupanarios de la calle Gran Capitán y la
Carretera, mimados por el puterío, apedreados por la canalla, alguna
vez despellejados por un marino briago con tatuajes de Rafael de León
en el brazo, mudos testigos de cargo gatunos de los más graves
secretos de la ciudad.
--Gatos del Cuartel de la Benemérita, llevados allí
tras el Movimiento para acabar con la plaga de ratas y ratones, alguno
de los cuales sirvió para probar el veneno de la criada cuando el
terrible triple crimen allí cometido en la mismísima casa del Jefe.
--Gatos por liebres de los gobernadores/desterrados
que enviaba el Régimen durante años; gato por liebre de la " segunda
revolución industrial ", es decir, de la colonización minera de los
ingleses; gato por liebre del ‘inminente aeropuerto’ de los años 40
que dicen que se va a hacer ahora; gato por liebre del Polo limpio que
envenenó la Ría.
--Gatos del Muelle, parásitos de la caseta de los
Prácticos, supervivientes a costa de las sobras de la cola de la Canoa
de Punta, rondadores en la descarga del pescado, que maullaban
quejumbrosos mirando a la alta borda de los mercantes para que les
embarcados les arrojaran lo que tendrían que disputarse con los
mendigos hambrientos.
--Gato adoptado por los taxistas de la calle Marina,
gatos del billar de Pepe Gálvez que se paseaba de noche sobre la
moqueta en que entrenaba aquel campeón del mundo a tres bandas,
gatos de la Plaza de Abastos, ictiófagos unos,
carnívoros otros, omnívoros los últimos en llegar en tanto de
conseguían una plaza en propiedad, gatos de la estación de Damas,
sucios de aceites y gasóleos, siempre al acecho, entre las camionetas,
atentos a la rodaja de morcón que se le caía al cateto del bocata
materno, gatos colombinos de la Punta del Sebo, donde yo iba desde La
Rábida remando en un chinchorro, cuando no había puente y cuando en la
Punta del Sebo se podía uno pegar un bañito. Rollizos gatos
conventuales y franciscos de la Rábida, mansos en el claustro, felinos
en el pinar, entrevistos en primavera entre las retamas amarillas,
indiferentes junto al triunfo del " lilium atlanticum " que prosperaba
por toda la costa.
Al gato le pasa como a Huelva, que ha tenido muy mala prensa y que
nadie se ha ocupado de ella. En nuestra cultura, en nuestra
civilización, en nuestras costumbres, en nuestras modas, el gato es al
perro lo que Huelva es a Sevilla. El perro se lleva la fama de leal y
el gato, de arisco; el perro pasa por el mejor amigo del hombre y al
gato ni se le reconoce su condición del mejor enemigo de las ratas.
Hasta en los fandangos dan siempre no gato por liebre, sino liebre por
gato. Con la de gatos que hay en los cortijos del horizonte de campos,
sierras, escopetas, amores y olvidos, en el fandango se harta de salir
la liebre, pero nunca el gato. El que le ha un tiro a una liebre debe
de estar condenado, mientras no le pasa absolutoriamente nada en el
Tribunal Supremo del Fandango a quien ahoga a un pobre gato recién
nacido porque la gata tuvo más de la cuenta. En los fandangos salen
los caballos, salen los perros, salen esos galgos que hasta tienen el
graduado escolar para las madres a quienes no les gusta el novio de la
niña porque no tiene carrera. Pero no salen los gatos. Apenas he
podido encontrar una letra, naturalmente que de un fandango del estilo
del Gatillo:
- Tengo yo un gato en mi casa
que se mea en el perejil,
y cuando vengo borracho,
me echan las culpas a mí,
como lo coja lo mato.
El primer ejemplar del libro
"Gatos sin Fronteras" se lo envié a Su Majestad Doña
Sofía, gatera por griega, que al acariciar un callejero libre en La
Habana de Castro fue la primera Reina de España que se hizo un retrato
con gato, y no con caballo o con perro, porque los gatos hicieron la
Revolución del Romanticismo literario hartos de que no tuvieran el
menor prestigio social y de que nunca salieran en los poemas y en los
cuadros, y que si salían, era demonizados, de malos de la película. El
segundo ejemplar de este libro se lo envié a Silvia Viviani, a Roma.
Silvia Viviani es una cantante de ópera retirada, que en las ruinas
imperiales de Torre Argentina da cobijo, comida, agua, asistencia
veterinaria y sobre todo cariño a los muy literarios Gatos de Roma.
Silvia Viviani ha montado la organización del Santuario de los Gatos
para la adopción y apadrinamiento de los callejeros de Roma,
declarados allí Bien de Interés Cultural y símbolo de la ciudad, y
recibe para ellos ayudas desde todo el mundo civilizado, que es el
mundo que ama a los gatos. En su respuesta con el agradecimiento de
los gatos de Roma al bético gato Remo, Silvia Viviani me puso unas
palabras con las que quiero terminar y que son una proclamación de
cómo los gatos nos hacen mejores a los hombres: "Dice usted que los
gatos no tienen fronteras. Por eso nuestros gatos de Roma son sus
gatos y viceversa. También nosotros los humanos, cuando estamos unidos
por los mismos sentimientos y los mismos ideales no tenemos fronteras
y formamos parte de un único país: la Humanidad". Esa Humanidad de la
que a nosotros la parte que nos cae más cerca se llama Sevilla, se
llama Huelva, dos nombres distintos de una única y verdadera
Andalucía.
Presentación de la conferencia, por
José Antonio
Gómez Marín
GUÍA PARA UN ESCRITOR ADOLESCENTE
Hace año y medio que me aúpo en este ambón para
presentarles a esos amigos, grandes personajes, que han aceptado
cordialmente acercarse hasta nosotros para figurar en la galería de
las "Charlas de El Mundo". Hoy van a permitirme que invierta el gesto
y, en lugar de dirigirme a ustedes --¡quién necesitaría en Huelva que
le presenten a Antonio Burgos!--, sea a él a quien me vuelva para
cumplir un rito que hace años espero celebrar: el de presentarle yo a
él la Ciudad vieja de nuestros amores, el de servirle de Virgilio en
una serena anábasis a lo más alto y en el profundo descenso luego a lo
más hondo de la Huelva antigua y perdida, la que ya no está ahí pero
estaba cuando él y yo empezábamos a querer a estas tierras nuestras y
a desvivirnos por ellas. Y acepta tú, Antonio --como un Dante entre
sevillano y gadita-- que sea este onubense trasterrado que, como el
del fandago, aunque se fue no se fue, y se fue sin ausentarse, quien
te muestre lo que somos a través de lo que fuimos, que bien me sé yo
tu afición a lo antiguo y bien conozco la elegancia romántica de tu
gusto por la nostalgia.
Vente conmigo a recorrer la villa, vamos a
rebuscar entre las calles sobrepuestas a la roca tartesa, las señas de
la vieja taifa que el rey Sabio, nuestro señor don Alonso, quiso que
fuera, ya cristiana y bendita, joya para su hija predilecta, doña
Beatriz, madre de reyes; déjame que te muestre el rastro invisible de
tanto pasado – qué símbolo de olvido, una seña tan nuestra--, mira que
acaso tropecemos con el tapial de una alquería perdida, allá por donde
caían los huertos tras El Conquero, o demos con un levantado sillar,
testigo mudo de un pasado que ni siquiera hoy conocemos. Mira esta
Huelva de nuestra adolescencia, Antonio, todavía poblachón batido por
el aire más claro, Huelva de calles adoquinadas, de fachadas
lustrosas, frondosos jazmineros, de dondiegos y yerbaluisas en los
rincones, de palmeras altivas como columnas de un dórico soñado por un
gigante --que gigantes, ciertamente, dicen los autores pretéritos que
hubo en este terruño, para ellos antediluviano--, mira correr el agua
en los canales, canalillos del Muelle, ay jardines perdidos, como
trazados por mano de moro, bendita adolescencia –"Verte y ya otra
vez no verte,/pasar por un puente a otro puente,/el pie breve,
la luz vencida, alegre"--, escucha en la alta noche la lejana
sirena del barco que va o viene, mientras acaso trasegamos un
aguardiente en el paraíso lupanario junto al embarcado del tatuaje en
el brazo al que la mujer de la vida mira soñadora mientras el
camarero, ganada ya la confianza, perdida la vergüenza, le pide "uen
cigaré".
Déjame que te lleve a la Plaza, niño, que tú,
tan gaditano en fin de cuentas, bien sabrás valorar ese tesoro, la
plata imponderable que ponen en los puestos, con humildes escamas,
pijotas y corvinas, lenguados del estero y acedías de palangre, los
pargos caribeños y los crueles marrajos, el blanco mate de los chocos
epónimos, y el delicado y tenue de las gambas del Moro que luego será
rosa, el brillo humilde del jurel, la platilla irisada de las mojarras
y las brecas, el plateado gris de la merluza (‘pescada’ te dirán en
Huelva muchas veces), todo ese prodigioso milagro submarino que hace
sesión solemne cada mañana de mercado. Y vámonos ahora, porque quiero
zarandearte por el Centro, querido amigo, confundirnos entre el gentío
Concepción arriba, Concepción abajo, buscando con ansia la mirada
entrevista, aquellos ojos amados que puede que no estén, ojos que
acaso calzan hoy, tímidos y delicados, dulces patas de gallo, ojos
fugaces, miradas huidizas, sobre las que tu irás poniendo las tuyas,
las de tu recuerdo, colegio del Santo Ángel contra colegio Francés,
calle del Puerto arriba, Paseo del Chocolate por tu Arenal de Sevilla,
Torre del Oro, Plaza mía de las Monjas por tu Postigo (nuestro
Postigo) del Aceite, con su ‘Pura y Limpia’ idéntica a la chiquita de
la Cinta, la del toro arrodillado y las columnas del cautivo que bien
pudo ser Jasón, la Campana por la Placeta, tus callejas del Aire o del
Agua, de la Vida o la Pimienta, de Pajaritos o de Vírgenes, por mi
callejón Montrocal o mi perdida calle Madre Ana que no hemos de
encontrar por más que rebusquemos. Qué pena, Antonio, perder lo que
perdimos, nuestro propio caudal si bien se mira, la gente más amada,
la ciudad de los sueños que arrullaba tu madre con la mía, el
territorio exento en que crecimos, en el que estrenamos el primer
pantalón aquella tarde en que quizá fuimos a los toros, tú a tu
Maestranza –sí, ya lo sé, a la ‘Plaza de Sevilla’, como tu prefieres—,
reino de Pepe Luis todavía, pronto imperio de Curro, yo a la Merced
del Litri, luego del Chamaco, donde ví matar a Carbonell una mala
tarde, maldito sea el marrajo.
Pero dime la verdad. ¿A que no reconoces a esta
otra, a que no ves en esta ciudad, levantada y destruida, subida y
expoliada, aquella otra por la que acabamos de perdernos, como es
probable que no reconozcas tanta Sevilla que se fue en esta gran
Sevilla de hoy? Ay de la adolescencia, Antonio, (otra vez Aleixandre:
"Muchacho que sería yo mirando/ aguas abajo la corriente/ y en el
espejo tu pasaje fluir, desvanecerse"), ay de nosotros mismos, tan
duros que nos pintan, pero tan jodidos sentimentales en el fondo,
divagando por estas ciudades del recuerdo, extraviados en sus
laberintos, tú tras las huellas de Isabel, monógamo irredento, otros,
ya ves, salvados del naufragio como el esclavo del Humilladero, pero
tiesos como velas los dos, aguantando el tirón que un día nos entra
por barlovento y al siguiente nos zurra por la otra borda.
Hoy Huelva es otra Huelva, Antonio. Ni Reino de
Sevilla, ni ducado que valga, sino cabeza de provincia erguida y bien
erguida, capital que sabe que la hora es delicada y la jugada clave,
metrópoli de un área que es puro colombino, solar de paisaje y
labrantío que busca con la industria unas paces sinceras. Y vosotros,
los que venís a darnos vuestra palabra, a regalarnos vuestro
pensamiento, se me figura que sois los camelleros que acarrean hasta
aquí seda y perfumes, inciensos y topacios de un Oriente remoto que
hace poco ni podíamos soñar. Gracias por venir, Antonio Burgos, aunque
hace tantos años que a Huelva llegas cada día al alba, como las
sardinas de galeón, montado en tu ‘Recuadro’ que es retrato y es
paisaje y es protocolo de la memoria andaluza. Pronto podremos ir y
venir a Cádiz por la parte del Sur, sin más rodeos, siguiendo la
estrella que te guía por la costa del "contemplado mar del Suroeste",
y ya será más verosímil la copla, un poquito pintona, que nuestro Beni
cuando zagal canturreaba paseando por la playa de la Caleta, a dos
pasos del paseo que en la Tacita te han consagrado el cariño y la
gratitud –"De Huelva vino un jinete/ con los ojos de aceituna...".
Mientras se alejan los cascos de ese caballo, Antonio, háblanos de
estos gatos encerrados que anuncias, a nosotros, que tanto sabemos de
gatos por liebres. Luego te llevaré, si la noche es clara, al voladizo
del Chorrito para enseñarte en vilo la vieja ‘Villarrosa’, la venta
prohibida donde engañaron a Cernuda –"Yo creí en ti, muchachillo…"--
otra noche olvidada. Ésta de tu visita, desde luego, estoy seguro que
será de las que no olvidemos.
Página de José Antonio Gómez Marín en Internet
Correo
de José Antonio Gómez Marín
MI HUELVA TIENE UNA RIA
Con el brillo de plata de las salinas
y el color de la luna de madrugá
le fundieron su cara de rosa fina
a la flor que conmigo se va a casar.
Y le he puesto a mi barca las velas nuevas,
en los remos y cuerdas seda y metal,
porque quiero casarme sobre cubierta
y mi novia presuma de calidad.
Mi Huelva tiene una ría
y en ella un barco velero,
en el barco mi alegría,
las alegrías de la que quiero.
Mi Huelva tiene una ría
con playas de terciopelo,
donde la morena mía
moja su mata de pelo.
El regalo de boda pa' su persona
tie' que ser de oro y plata de lo mejor,
diez pulseras, un broche y una corona,
un mantón de Manila de seda y sol.
Porque quiero que venga sobre cubierta
hecha reina gitana de mi querer.
Porque to' se merece la raza buena
que hizo carne la gracia de ésta mujer.
Mi Huelva tiene una ría
y en ella un barco velero,
en el barco mi alegría,
las alegrías de la que quiero.
Mi Huelva tiene una ría
con playas de terciopelo,
donde la morena mía
moja su mata de pelo.
Mi Huelva tiene una ría
y en ella un barco velero,
en el barco mi alegría,
las alegrías de la que quiero.
Mi Huelva tiene una ría
con playas de terciopelo,
donde la morena mía
moja su mata de pelo.
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