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Carretera Cadiz-Huelva Campaña para unir a las dos únicas provincias limítrofes incomunicadas

 Entrevistas con Antonio Burgos sobre Sevilla y Cádiz

Biografía y libros de Antonio Burgos

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Están oyendo "Mi Huelva tiene una ría"

Huelva, a la orilla

Huelva-Sevilla: gatos encerrados "Gatos sin Fronteras"   Letra de "Mi Huelva tiene una ría"

Conferencia pronunciada por Antonio Burgos en la Casa Colón de Huelva, el 30 de enero del 2004, dentro del ciclo "Charlas en El Mundo", organizado por El Mundo de Huelva, y presentada por José Antonio Gómez Marín

Ya lo dijo Fray José del Desengaño, filósofo valverdeño, cultísimo latinista, compadre de Arias Montano, que se solía irse de veraneo con el humanista a Alájar y que escribió allí, mientras se ponía púo de avíos de la matanza echando un rato y jugando al dominó en su peña, la Peña de Arias Montano, escribió, decía, el desconocido tratado "De onubensis rebus atque de huelvanis expoliis ", traducido luego a la vulgata con el título de "Todo lo que Sevilla le quitó a Huelva por el procedimiento del tirón". Dijo el cultísimo latinista: "Res tres Onuba habet, quae Matritum non tenet: Rabidensis Coenobium, Apex Umbrosa, et prospectare naves in portum navegantes albente coelo".

Esa máxima de Fray José pasó luego al saber popular, y aunque la paremiología la metió por un cante de Huelva, no me negarán que por fandangos suena bastante peor que en latín:

Tres cositas tiene Huelva,
que no las tiene Madrid,
La Rábida, Punta Umbría
y un gran alcalde, Rodrí,
el de las fotografías...

Ya que estamos con fandangos de desafío, esa letra hay que cambiarla. Huelva, desgraciadamente, de pocas cosas puede vanagloriarse que no las tenga Madrid, porque el Manzanares no está tan contaminado como el Tinto ni el cielo velazqueño tiene la polución del Polo, que de ahí viene la palabra precisamente: polución viene de Polo. Más que presumir de las cosas que tiene Huelva y que no las tiene Madrid, yo más bien me fijaría en las cosas que tiene Huelva y ya no las tiene, porque, como decía Fray José del Desengaño, son las que le ha quitado Sevilla por el procedimiento del tirón. Y compondría un nuevo fandango, que diría:

Más de tres cosas a Huelva
Sevilla se las mangó:
Matalascañas, El Rocío
la Expo el Noventa y Dos,
¡la madre que la ha parió!

Aunque suelo poner la cejilla de esta machadiana guitarra de mesón afinada para las alegrías de Cádiz, la coloco hoy para el cante de Huelva. Vamos por Huelva, por Pérez de Guzmán, por Cerrejón, por Paco Isidro, por Pepe La Nora, por Pichardo, por Paco Toronjo, o por Gatillo, ya que vamos de gatos encerrados. Por cierto, hasta la fama de la cojera flamenca se la quitó Sevilla a Huelva: mucho hablar de Enrique el Cojo, cuando se olvidan del Cojo Huelva, corcho con corcho, caña con caña. Y Huelva no se queja. Es como si el pobre Cojo, se hubiera quedado sin lengua al mordérsela en un accidente de coche.

Y a cuanto quiero decir podría aplicarse aquella letra de Paco Toronjo, a quien traigo a colación como cita de autoridad en el sentimiento de Huelva:

Van diciendo la verdad
los niños y los borrachos,
son los que dicen la verdad
y nadie les hace caso,
por que a la gente normal
la verdad las hace "peazos".

No sólo los niños y los borrachos, sino cualquiera al que no hagan caso puede decir que entre el Estado de las autonomías y el centralismo del Estatuto Andaluz, dejaron a mi Huelva con las tres cositas que no las tiene Madrid. La dejaron también, pero de eso no se habla, con la contaminación de la industria química que le endosó el desarrollismo triunfal de la dictadura. A Juan Ramón Jiménez se lo quitó Puerto Rico por el procedimiento del tirón, y no le quitaron al Litri porque no cayeron en la cuenta, que si no, también se lo quitan, hasta con las paellas tan buenas que hace en su casa, que dirían, claro, que es una paella valenciana. En cierto modo, la Medalla de Bellas Artes que al Litri le dio su amigo Alvarez Cascos, el trampantojo, fue un fondo de compensación interterritorial por todo lo que le vienen quitando a Huelva, en taurina materia. Pues Chamaco, sin ir más lejos, se lo quitó Barcelona. Chamaco, durante mucho tiempo, fue un torero de Barcelona, que hizo un tripartito particular con Balañá para tocar pelo.

A Huelva también le ha quitado Sevilla el Rocío. No de ahora, de siempre. Pérez Lugín tituló su novela "La Virgen del Rocío ya entró en Triana". ¡Arsa pilili! Cuando la Virgen del Rocío, gracias a Dios, no solamente nunca ha entrado en Triana, sino que no ha salido de la provincia de Huelva y más concretamente del término municipal de Almonte. Triana, Triana más que Sevilla incluso tiene la culpa de este robo del Rocío por el procedimiento del tirón. Triana, Jerez, Sevilla, Sevilla-Sur... Antes que el Rocío fuera una fiesta mediática de Carminas y Candelariassss de los de Madrissss, siglos antes, cuando iban los maricones de Huelva y no teníamos que importar maricones de Madrid como El Golosina o los tertulianos de la pluma y del corazón, era una de tantas y tantas hermosas romerías de Huelva, como Montemayor, como la Virgen de los Angeles, como San Benito el el Cerro del Andévalo, que tiene los pastos comunes con Cabezas Rubias. Una de tantas secretas fiestas auténticas como las cruces de Almonaster la Real o de La Palma del Condado.

Huelva tuvo su servidumbre arzobispal, de depender de la Mitra de Sevilla, eso se nota especialmente en la sierra. Y a efectos del Rocío es como si Huelva nunca hubiese sido sede episcopal propia ni nunca hubiera sido obispo don Pedro Cantero Cuadrado, que es con quien comienza la gran expansión de la devoción rociera, comenzando por la construcción del nuevo santuario, y el incomprensible derribo de la vieja ermita. Sevilla, con su cardenal al frente, coronó a la Virgen del Rocío y con la corona se la apropió. No sin la complicidad de un onubense de la provincia, del canónigo hispalense don Juan Francisco Muñoz y Pabón, que era de Hinojos pero lo disimulaba bastante bien, pues para mí que, con la extensión de la devoción a la Patrona de Almonte y con la escritura de sus preciosas coplas populares que aun se canta, Muñoz y Pabón es el gran culpable de la sevillanización del Rocío o, en otra palabras, de la apropiación indebida de una Patrona y una romería locales por parte de la capital de Andalucía.

Como será esto de que Sevilla se ha quedado con el Rocío, que con la cantidad de Vírgenes que hay en la autotitulada Tierra de María Santísima, al hospital general de la Seguridad le pusieron de nombre no Virgen de los Reyes, no Virgen de la Esperanza, no Inmaculada de Murillo, sino Virgen del Rocío. Y en la página que tiene en Internet el Ayuntamiento de Sevilla figura entre el calendario de fiestas locales el Lunes de Pentecostés. La Virgen del Rocío, como todo el mundo sabe, y si no lo sabe ya es hora de que lo sepa, sale el Lunes de Pentecostés por la mismísima calle Sierpes, portada por los costaleros de la Esperanza de Triana, ole sus cojones... ¿La Hermandad de Huelva, dice usted? ¿La Hermandad de los Emigrantes? ¿La hermandad de la Palma o la de Moguer, aquella que vio llegar Juan Ramón y comprobó que Dios es azul porque lo decían la flauta y el tambor, porque ya están aquí las carretas le dijo el pinar y el viento? ¿Esas hermandades, dice usted? ¿Pero esas hermandades no son simples filiales de la hermandad matriz, que no es obviamente la de Almonte, sino la de Triana, Triana, Triana, qué coñazo rociero con tanta Triana?

A Huelva le han quitado de todo, hasta la cartera. A saber: le quitaron las conmemoraciones de 1492 y los maletines de los convolutos del pelotazo se fueron directamente. Que yo sepa, las carabelas no salieron de los grandes centros del centralismo sevillano, como Ikea o el campo del Betis. A Huelve le quitaron la Expo, los Astilleros, los aeropuertos internacionales, las bases aéreas y navales, las zonas de reindustrialización, la línea del Ave y casi hasta el fandango, que Los Toronjo se llevaron a El Guajiro de Sevilla o El Raya a la Bienal del Flamenco.

PLAYA, RECRE, ROCIO, CARRETERA

Nada digo de Matalascañas, que la más extensa playa de Huelva pasa por la playa de Sevilla. Nada digo del Coto de Doñana, que cualquiera puede creer que están en la provincia de Sevilla. Nadie le ha mirado el carné de identidad al famoso lince de Doñana, ese que se pega la vida padre en el Parque, el Preparque y el Postparque, y que nos cuesta un fortunón a los contribuyentes, que más barato sería comprarle un apartamento en Matalascañas a cada lince; pero ese lince, si nos ensaña el carnet de identidad, veremos que pone que ha nacido en la provincia de Huelva, aunque todo el mundo lo conoza como el lince de Doñana.

Nada digo de la sierra de Huelva, que pasa por Sierra de Aracena para no mentar a la capital. Nada digo del jamón de la sierra de Huelva. Dicen como genérico Jabugo por no llamarlo lo que es, jamón de la sierra de Huelva, y en el pecado llevan la penitencia, pues les meten como Jabugo, ¡toma ya Jabugo!, lo que es ibérico extremeño de pienso con la pata de blanca como si hubiera sido lavada con un tambor de Colón. Colón, el de la Punta del Sebo, que es el que está en copia en Madrid, ciudad donde celebran todas las cumbres iberoamericanas que nunca se dignan traer a Huelva. En España las reuniones sobre asuntos hispanoamericanos se celebran todas en un lugar tan ligado a la Historia del Descubrimiento, por los cojones, como Madrid. Como es sabido, las tres carabelas de Colón salieron de la plaza que su mismo nombre indica, y volvieron allí mismo, razón por la cual fue establecida a pie de obra la Casa de la Moneda para acuñar la leña del oro perulero.

Huelva, claro, no ha constituido una asamblea de ayuntamientos para erigirse en nación. Incluso en Lepe, por mucho que Pujol les haya tirado los tejos con un culto a la Fresita que ni Gran Hermano, no hay ningún loco separatista que diga que aquello es un cantón independiente que forma una unidad con Lepe Sur, allende el Atlántico.

Aunque mi machadiana guitarra de mesón está más acostumbrada a las alegrías de Cádiz, a la hora del cante por Huelva me sale un memorial de agravios. Y hablando de Cádiz y de las carteras que le han quitado a Huelva, recuerdo la carretera que no le han quitado, sino que no se la han dado, la A-484, que habría de unir Huelva con Cádiz pero que no une nada. Cádiz y Huelva son las únicas provincias limítrofes del mundo que no tienen comunicación directa entre ellas. Mi Huelva tiene una ría, pero no tiene una carretera que la una a Cádiz, su provincia hermana en el diálogo con la mar en el Occidente de Europa. No tiene carretera para que ante ella Perlita de Huelva advierta que atención, amigo conductor, la senda es peligrosa. Es peligrosa porque el amante del Carnaval de Isla Cristina o del Carnaval colombino que quiera ir al templo del Carnaval gaditano, tiene que pasar por Sevilla, ay, siempre Sevilla. Y, a la inversa, el gaditano que quiera venir a Huelva a recibir lecciones choqueras de cómo se fríe de verdad el pescado, tiene que pasar por Sevilla, que ésa sí que tiene siempre todo el pescado vendido.

Vuelvo a los cantes. Se habla quizá tanto de los cantes de Huelva porque con Huelva todos dan el cante, hasta los nacidos en su tierra que se ponen a hablar madrileño con todas las eses para que no se les note que son de Huelva, como Jesús Hermida o como mi amigo Jesús Quintero, que mucho decir lo de San Juan del Puerto, pero nunca dice que es San Juan de Huelva, por lo que parece que es San Juan de Puerto Rico.

Algunos nos hemos reconciliado con Huelva gracias al Recre. Algunos béticos nos hemos hecho del Recre. Desde que está de presidente la criaturita de la misma vez, a este Betis peliteñido no hay quien lo conozca. Y para lo que es, con lo que fue, mejor que no lo conozcan. Degenerando, degenerando como el banderillero de Belmonte, ha pasado de ser el equipo más simpático ante toda España al que cae más gordo. Era como el segundo club de todos los españoles. Todo el mundo era de su club de sus amores y después, del Betis. Ha sido un fenómeno parecido al proceso de antipatías generales que despierta el Atlétic de Bilbao. El Bilbao antes caía simpático en toda España porque en San Mamés no jugaba un solo extranjero; ahora representa lo que representa...

La filosofía de la esperanza frente a la derrota que representaba el Betis ha pasado al Recre. Las recientes gestas del club decano son de las que hacía antes el Betis: ¡ole mi Recre bueno, que no nos lo merecemos! Eso de plantarse en la final de Copa estando de colista es estrictamente bético. Bético de la Bética de Trajano, que llegaba mucho más allá de la raya de Portugal y cogía perfectamente el Nuevo Colombino, campo del edén blanquiazul. Pero está muy bien que el Recre se haya adueñado de las señas de identidad del Betis. Ya era hora. Ya estaba bien de que Sevilla le quitara a Huelva todos sus símbolos por el procedimiento del tirón, incluida la puesta de sol. Cuando el carajote de Bill Clinton, el del mamazo, se fue a Granada a ver la puesta de sol, dos sevillanitos decían que el atardecer sevillano es mucho más hermoso, que en lugar de al mirador alhambreño de San Nicolás debería haber ido al puente de Triana. Me preguntaron y les dije:

-- Sí, el atardecer de Triana es más bello que el de Granada. Porque cuando tú pones en Sevilla a mirar la puesta de sol, estás viendo la puesta de sol de Huelva, que es la puesta de sol de los malvas de la tranquilidad violeta de Juan Ramón Jiménez. Si en Sevilla hay esos atardeceres trianeros tan bellos, es gracias al sol poniente que llega desde Huelva sin necesidad de coger la Damas, Huelva tiene la punta de estar a Occidente, aunque no presuma, como Cádiz, récords de antigüedades occidentales a pesar del Lago Ligustino y a pesar de que Tartesos estaba en Tarsis y ya salía en el telediario de la Biblia .

En Sevilla no se enteran de nada de Huelva, por muchos mesones serranos que pongan y muchos chocos fritos que se tomen hasta el punto de que hasta hace poco a la calle Palos de la Frontera le tenían puesto en el letrero Palos de Moguer. Y la calle Huelva no crean que es una gran avenida, una gran arteria, sino un callejoncito junto a la plaza del Pan, mientras que Madrid, Zaragoza o Bilbao tienen sus grandes calles del ensanche de la Plaza Nueva en el reinado de Isabel II.

Vamos, por quitarle, Sevilla le quitó a Huelva hasta la lotería del Gato negro. Que el gato negro es un gato de Huelva, como los que llevaría Colón en sus naves. Seguramente todos los gatos de América son hijos, nietos y bisnietos de los gatos que cogió Colón en Palos para que no hubiera ratas en los barcos.

No sería por falta de gatos.... Yo evoco ahora los gatos de Huelva, que a pesar del olvido que sufre la ciudad a nadie les enseñan las uñas...

LOS GATOS DE HUELVA

--Gatos hambrientos de las calle, gatos lustrosos de la vieja Pescadería, emperadores de la ventrecha, alimentados con la misma delikatessen --aquel peaso de " garum "-- que los romanos importaban de estas costas, gatos de los tejados saqueadores de nidos, ecológicos " reguladores " del equilibrio entre moscas y salamanquesas.

--Gatos de los Jardines, de los antiguos de la Plaza de las Monjas, de los perdidos parterres del Muelle, en los que los viejos canalillos árabes seguían regando el marjal florido. Gatos del Paseo del Chocolate, del Piojito, gatos de los Cabezos, cimarrones y lustrosos, ignorantes de que a dos cuartas bajo sus pies afelpados yacía la necrópolis tartesa de Argantonio ( el cabezo de La Joya), gatos de los huertos arrasados por el progreso, Huerto Zumalabe, Huerto Paco.

--Gatos bilingües de la Casa Colón o de Bellavista en Riotinto, coloniales de felinos británicos, algunos caprichos femeninos de angora.

--Gatos blancos, gatos negros, atigrados, burracos, moriscos, rubios, que eran las verdaderas esculturas de la ‘tranquilitas animae’ dormidos en las aceras al sol de invierno, calle Berdigón, calle de San Andrés, calle Valencia.

--Gatos de porche y sacristía, como los que había en la arciprestal de San Pedro, frotándose el lomo contra la reja antigua, junto al suicidadero alto de la vieja Mezquita, o como los que las Hermanas de la Cruz alimentaban con espinas benditas que ellas se quitaban de la boca, las criaturas, en plenos años de la canina,o como los sapientes gatos de la residencia de los jesuitas, a los que no les faltaba más que la tirilla, alguna vez invasores de la iglesia en horas de culto, gatos ad maiorem dei gloriam, sabedores que fue el mismo Dios quien los creó tan hermosos y armónicos.

--Gatos lupanarios de la calle Gran Capitán y la Carretera, mimados por el puterío, apedreados por la canalla, alguna vez despellejados por un marino briago con tatuajes de Rafael de León en el brazo, mudos testigos de cargo gatunos de los más graves secretos de la ciudad.

--Gatos del Cuartel de la Benemérita, llevados allí tras el Movimiento para acabar con la plaga de ratas y ratones, alguno de los cuales sirvió para probar el veneno de la criada cuando el terrible triple crimen allí cometido en la mismísima casa del Jefe.

--Gatos por liebres de los gobernadores/desterrados que enviaba el Régimen durante años; gato por liebre de la " segunda revolución industrial ", es decir, de la colonización minera de los ingleses; gato por liebre del ‘inminente aeropuerto’ de los años 40 que dicen que se va a hacer ahora; gato por liebre del Polo limpio que envenenó la Ría.

--Gatos del Muelle, parásitos de la caseta de los Prácticos, supervivientes a costa de las sobras de la cola de la Canoa de Punta, rondadores en la descarga del pescado, que maullaban quejumbrosos mirando a la alta borda de los mercantes para que les embarcados les arrojaran lo que tendrían que disputarse con los mendigos hambrientos.

--Gato adoptado por los taxistas de la calle Marina, gatos del billar de Pepe Gálvez que se paseaba de noche sobre la moqueta en que entrenaba aquel campeón del mundo a tres bandas,

gatos de la Plaza de Abastos, ictiófagos unos, carnívoros otros, omnívoros los últimos en llegar en tanto de conseguían una plaza en propiedad, gatos de la estación de Damas, sucios de aceites y gasóleos, siempre al acecho, entre las camionetas, atentos a la rodaja de morcón que se le caía al cateto del bocata materno, gatos colombinos de la Punta del Sebo, donde yo iba desde La Rábida remando en un chinchorro, cuando no había puente y cuando en la Punta del Sebo se podía uno pegar un bañito. Rollizos gatos conventuales y franciscos de la Rábida, mansos en el claustro, felinos en el pinar, entrevistos en primavera entre las retamas amarillas, indiferentes junto al triunfo del " lilium atlanticum " que prosperaba por toda la costa.

 

Al gato le pasa como a Huelva, que ha tenido muy mala prensa y que nadie se ha ocupado de ella. En nuestra cultura, en nuestra civilización, en nuestras costumbres, en nuestras modas, el gato es al perro lo que Huelva es a Sevilla. El perro se lleva la fama de leal y el gato, de arisco; el perro pasa por el mejor amigo del hombre y al gato ni se le reconoce su condición del mejor enemigo de las ratas. Hasta en los fandangos dan siempre no gato por liebre, sino liebre por gato. Con la de gatos que hay en los cortijos del horizonte de campos, sierras, escopetas, amores y olvidos, en el fandango se harta de salir la liebre, pero nunca el gato. El que le ha un tiro a una liebre debe de estar condenado, mientras no le pasa absolutoriamente nada en el Tribunal Supremo del Fandango a quien ahoga a un pobre gato recién nacido porque la gata tuvo más de la cuenta. En los fandangos salen los caballos, salen los perros, salen esos galgos que hasta tienen el graduado escolar para las madres a quienes no les gusta el novio de la niña porque no tiene carrera. Pero no salen los gatos. Apenas he podido encontrar una letra, naturalmente que de un fandango del estilo del Gatillo:

Tengo yo un gato en mi casa
que se mea en el perejil,
y cuando vengo borracho,
me echan las culpas a mí,
como lo coja lo mato.

El primer ejemplar del libro "Gatos sin Fronteras" se lo envié a Su Majestad Doña Sofía, gatera por griega, que al acariciar un callejero libre en La Habana de Castro fue la primera Reina de España que se hizo un retrato con gato, y no con caballo o con perro, porque los gatos hicieron la Revolución del Romanticismo literario hartos de que no tuvieran el menor prestigio social y de que nunca salieran en los poemas y en los cuadros, y que si salían, era demonizados, de malos de la película. El segundo ejemplar de este libro se lo envié a Silvia Viviani, a Roma. Silvia Viviani es una cantante de ópera retirada, que en las ruinas imperiales de Torre Argentina da cobijo, comida, agua, asistencia veterinaria y sobre todo cariño a los muy literarios Gatos de Roma. Silvia Viviani ha montado la organización del Santuario de los Gatos para la adopción y apadrinamiento de los callejeros de Roma, declarados allí Bien de Interés Cultural y símbolo de la ciudad, y recibe para ellos ayudas desde todo el mundo civilizado, que es el mundo que ama a los gatos. En su respuesta con el agradecimiento de los gatos de Roma al bético gato Remo, Silvia Viviani me puso unas palabras con las que quiero terminar y que son una proclamación de cómo los gatos nos hacen mejores a los hombres: "Dice usted que los gatos no tienen fronteras. Por eso nuestros gatos de Roma son sus gatos y viceversa. También nosotros los humanos, cuando estamos unidos por los mismos sentimientos y los mismos ideales no tenemos fronteras y formamos parte de un único país: la Humanidad". Esa Humanidad de la que a nosotros la parte que nos cae más cerca se llama Sevilla, se llama Huelva, dos nombres distintos de una única y verdadera Andalucía.


Presentación de la conferencia, por José Antonio Gómez Marín

GUÍA PARA UN ESCRITOR ADOLESCENTE

Hace año y medio que me aúpo en este ambón para presentarles a esos amigos, grandes personajes, que han aceptado cordialmente acercarse hasta nosotros para figurar en la galería de las "Charlas de El Mundo". Hoy van a permitirme que invierta el gesto y, en lugar de dirigirme a ustedes --¡quién necesitaría en Huelva que le presenten a Antonio Burgos!--, sea a él a quien me vuelva para cumplir un rito que hace años espero celebrar: el de presentarle yo a él la Ciudad vieja de nuestros amores, el de servirle de Virgilio en una serena anábasis a lo más alto y en el profundo descenso luego a lo más hondo de la Huelva antigua y perdida, la que ya no está ahí pero estaba cuando él y yo empezábamos a querer a estas tierras nuestras y a desvivirnos por ellas. Y acepta tú, Antonio --como un Dante entre sevillano y gadita-- que sea este onubense trasterrado que, como el del fandago, aunque se fue no se fue, y se fue sin ausentarse, quien te muestre lo que somos a través de lo que fuimos, que bien me sé yo tu afición a lo antiguo y bien conozco la elegancia romántica de tu gusto por la nostalgia.

Vente conmigo a recorrer la villa, vamos a rebuscar entre las calles sobrepuestas a la roca tartesa, las señas de la vieja taifa que el rey Sabio, nuestro señor don Alonso, quiso que fuera, ya cristiana y bendita, joya para su hija predilecta, doña Beatriz, madre de reyes; déjame que te muestre el rastro invisible de tanto pasado – qué símbolo de olvido, una seña tan nuestra--, mira que acaso tropecemos con el tapial de una alquería perdida, allá por donde caían los huertos tras El Conquero, o demos con un levantado sillar, testigo mudo de un pasado que ni siquiera hoy conocemos. Mira esta Huelva de nuestra adolescencia, Antonio, todavía poblachón batido por el aire más claro, Huelva de calles adoquinadas, de fachadas lustrosas, frondosos jazmineros, de dondiegos y yerbaluisas en los rincones, de palmeras altivas como columnas de un dórico soñado por un gigante --que gigantes, ciertamente, dicen los autores pretéritos que hubo en este terruño, para ellos antediluviano--, mira correr el agua en los canales, canalillos del Muelle, ay jardines perdidos, como trazados por mano de moro, bendita adolescencia –"Verte y ya otra vez no verte,/pasar por un puente a otro puente,/el pie breve, la luz vencida, alegre"--, escucha en la alta noche la lejana sirena del barco que va o viene, mientras acaso trasegamos un aguardiente en el paraíso lupanario junto al embarcado del tatuaje en el brazo al que la mujer de la vida mira soñadora mientras el camarero, ganada ya la confianza, perdida la vergüenza, le pide "uen cigaré".

Déjame que te lleve a la Plaza, niño, que tú, tan gaditano en fin de cuentas, bien sabrás valorar ese tesoro, la plata imponderable que ponen en los puestos, con humildes escamas, pijotas y corvinas, lenguados del estero y acedías de palangre, los pargos caribeños y los crueles marrajos, el blanco mate de los chocos epónimos, y el delicado y tenue de las gambas del Moro que luego será rosa, el brillo humilde del jurel, la platilla irisada de las mojarras y las brecas, el plateado gris de la merluza (‘pescada’ te dirán en Huelva muchas veces), todo ese prodigioso milagro submarino que hace sesión solemne cada mañana de mercado. Y vámonos ahora, porque quiero zarandearte por el Centro, querido amigo, confundirnos entre el gentío Concepción arriba, Concepción abajo, buscando con ansia la mirada entrevista, aquellos ojos amados que puede que no estén, ojos que acaso calzan hoy, tímidos y delicados, dulces patas de gallo, ojos fugaces, miradas huidizas, sobre las que tu irás poniendo las tuyas, las de tu recuerdo, colegio del Santo Ángel contra colegio Francés, calle del Puerto arriba, Paseo del Chocolate por tu Arenal de Sevilla, Torre del Oro, Plaza mía de las Monjas por tu Postigo (nuestro Postigo) del Aceite, con su ‘Pura y Limpia’ idéntica a la chiquita de la Cinta, la del toro arrodillado y las columnas del cautivo que bien pudo ser Jasón, la Campana por la Placeta, tus callejas del Aire o del Agua, de la Vida o la Pimienta, de Pajaritos o de Vírgenes, por mi callejón Montrocal o mi perdida calle Madre Ana que no hemos de encontrar por más que rebusquemos. Qué pena, Antonio, perder lo que perdimos, nuestro propio caudal si bien se mira, la gente más amada, la ciudad de los sueños que arrullaba tu madre con la mía, el territorio exento en que crecimos, en el que estrenamos el primer pantalón aquella tarde en que quizá fuimos a los toros, tú a tu Maestranza –sí, ya lo sé, a la ‘Plaza de Sevilla’, como tu prefieres—, reino de Pepe Luis todavía, pronto imperio de Curro, yo a la Merced del Litri, luego del Chamaco, donde ví matar a Carbonell una mala tarde, maldito sea el marrajo.

Pero dime la verdad. ¿A que no reconoces a esta otra, a que no ves en esta ciudad, levantada y destruida, subida y expoliada, aquella otra por la que acabamos de perdernos, como es probable que no reconozcas tanta Sevilla que se fue en esta gran Sevilla de hoy? Ay de la adolescencia, Antonio, (otra vez Aleixandre: "Muchacho que sería yo mirando/ aguas abajo la corriente/ y en el espejo tu pasaje fluir, desvanecerse"), ay de nosotros mismos, tan duros que nos pintan, pero tan jodidos sentimentales en el fondo, divagando por estas ciudades del recuerdo, extraviados en sus laberintos, tú tras las huellas de Isabel, monógamo irredento, otros, ya ves, salvados del naufragio como el esclavo del Humilladero, pero tiesos como velas los dos, aguantando el tirón que un día nos entra por barlovento y al siguiente nos zurra por la otra borda.

Hoy Huelva es otra Huelva, Antonio. Ni Reino de Sevilla, ni ducado que valga, sino cabeza de provincia erguida y bien erguida, capital que sabe que la hora es delicada y la jugada clave, metrópoli de un área que es puro colombino, solar de paisaje y labrantío que busca con la industria unas paces sinceras. Y vosotros, los que venís a darnos vuestra palabra, a regalarnos vuestro pensamiento, se me figura que sois los camelleros que acarrean hasta aquí seda y perfumes, inciensos y topacios de un Oriente remoto que hace poco ni podíamos soñar. Gracias por venir, Antonio Burgos, aunque hace tantos años que a Huelva llegas cada día al alba, como las sardinas de galeón, montado en tu ‘Recuadro’ que es retrato y es paisaje y es protocolo de la memoria andaluza. Pronto podremos ir y venir a Cádiz por la parte del Sur, sin más rodeos, siguiendo la estrella que te guía por la costa del "contemplado mar del Suroeste", y ya será más verosímil la copla, un poquito pintona, que nuestro Beni cuando zagal canturreaba paseando por la playa de la Caleta, a dos pasos del paseo que en la Tacita te han consagrado el cariño y la gratitud –"De Huelva vino un jinete/ con los ojos de aceituna...". Mientras se alejan los cascos de ese caballo, Antonio, háblanos de estos gatos encerrados que anuncias, a nosotros, que tanto sabemos de gatos por liebres. Luego te llevaré, si la noche es clara, al voladizo del Chorrito para enseñarte en vilo la vieja ‘Villarrosa’, la venta prohibida donde engañaron a Cernuda –"Yo creí en ti, muchachillo…"-- otra noche olvidada. Ésta de tu visita, desde luego, estoy seguro que será de las que no olvidemos.

Los artículos de Gómez Marín en El Mundo de Andalucía, cada día  Página de José Antonio Gómez Marín en Internet

Correo de José Antonio Gómez Marín


MI HUELVA TIENE UNA RIA

Con el brillo de plata de las salinas
y el color de la luna de madrugá
le fundieron su cara de rosa fina
a la flor que conmigo se va a casar.

Y le he puesto a mi barca las velas nuevas,
en los remos y cuerdas seda y metal,
porque quiero casarme sobre cubierta
y mi novia presuma de calidad.

Mi Huelva tiene una ría
y en ella un barco velero,
en el barco mi alegría,
las alegrías de la que quiero.
Mi Huelva tiene una ría
con playas de terciopelo,
donde la morena mía
moja su mata de pelo.

El regalo de boda pa' su persona
tie' que ser de oro y plata de lo mejor,
diez pulseras, un broche y una corona,
un mantón de Manila de seda y sol.

Porque quiero que venga sobre cubierta
hecha reina gitana de mi querer.
Porque to' se merece la raza buena
que hizo carne la gracia de ésta mujer.

Mi Huelva tiene una ría
y en ella un barco velero,
en el barco mi alegría,
las alegrías de la que quiero.
Mi Huelva tiene una ría
con playas de terciopelo,
donde la morena mía
moja su mata de pelo.


Mi Huelva tiene una ría
y en ella un barco velero,
en el barco mi alegría,
las alegrías de la que quiero.
Mi Huelva tiene una ría
con playas de terciopelo,
donde la morena mía
moja su mata de pelo.



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