Todos los días llega a la ciudad un trozo de la vida. Esa buganvilla que
crece, bravía, junto al puente de San Telmo y que con sus flores tiñe de púrpura las
aguas del río... Todos los días llega a la cuidad un trozo de la muerte, el tañido
tipográfico de las campanas de las esquelas. Sobre la ciudad que nace cada día, va la
muerte trenzando los recuerdos. La vida que ahora está plena, en ese sol que hace el
mejor cuadro de Antonio Tapies cuando da al caer la tarde sobre los grumos y texturas de
la pintura de aceite sobre las tablas del tendido 10 en la plaza de los toros, es esta
tomiza hecha de sensaciones nuevas y de recuerdos viejos. No nos dicen qué flor nueva ha
nacido hoy en las Delicias, en la plaza del Museo, qué sonrisa ha estrenado un niño en
el puesto de chucherías de Nervión Plaza, cortinglés del orozuz y de la gominola. Nos
llaman indefectiblemente para decirnos quién se ha muerto, no para anunciarnos qué
humilde acacia está más bella, florecida en la Ronda. Muertes a pares, ay, siempre los
duales, en la llamada de la mañana:
--- ¿Sabes que se ha muerto don Primitivo Garach?
--- No, no lo sabía.
--- Pues viene en el periódico...
Y cuando aún no nos hemos repuesto del choque del relámpago del
recuerdo, la radio que suena en el paréntesis de la memoria (niñas, jovencitas,
vuestros zapatos, en Garach; calzados Garach imponen la moda), la obligada compaña en
las levas que la Canina hace en la ciudad a la que le ronda la calle de Sábado Santo a
Sábado Santo:
--- ¿Y sabes quién se ha muerto también?
--- No, ¿quién?
--- Pues Manfredi, el sastre de los toreros...
Tetuán y Jimios ocupan ahora el largo paréntesis de la memoria, en la
ciudad en flor de primavera. Los escaparates de don Primitivo Garach en la calle Tetuán,
en su casa principal, que estaba junto a la farmacia del Globo, y también en Mery,
aquella otra tienda que estaba junto a la papelería de Carmona. Las grandes orejas de don
Primitivo, maestro mayor del gremio de los zapateros al que pertenecía mi madre, que le
tenía aquello que había antes, que era el aprecio y el respeto por los maestros de los
oficios. Don Primitivo era zapatero culto, leído, viajado, liberal donde los hubiera,
compadre de otro gran maestro de su oficio, el sastre O´Kean. Paseaban los dos por la
avenida camino del bar de los soportales de la calle Alemanes donde hacían tertulia y se
les veía señores de la Real Maestranza del Comercio, esa que sin tanto cuento y tantas
tonterías de los pergaminos y los cuatro apellidos dio a la ciudad riqueza, continuidad
en el mercado frente a la inexpugnable fortaleza de las convenciones.
Y está paseando don Primitivo con O´Kean el sastre cuando los chiquillos
del Arenal, ¿verdad, Curro?, como queremos ser toreros y el domingo vimos el debú del
Coriano, pues nos vamos a la calle Jimios. Huele a pan del horno, junto al corral de San
José, y están las ventanitas del taller de la sastrería torera de Manfredi. Tras las
rejas, al aire de la primavera, las oficialas bordan sobre el bastidor ilusiones en forma
vestidos de torear, verdes, rojos, azules: "Mira, esa chaquetilla vino el otro día
Arruza en un haiga a probársela, y ya se la están terminando..." Son
bordados como los que queremos llevar el día que debutemos en Sevilla, naturalmente que
con un vestido blanco, la primera comunión y el debú en Sevilla hay que hacerlos con un
vestido blanco. Todavía hay sastres de toreros en la capital de la tauromaquia, todavía
están las agujas de las oficialas de Manfredi bordando esta chaquetilla para Jaime
Malaver, este capote de paseo para Manolo González... Llegará un tiempo en que, como ya
no hemos podido ser toreros, evocaremos esta reja con los bastidores de los bordados de
manos monjiles de las oficiales del taller de Manfredi, ahora que ya los matadores tienen
que ir a hacerse los vestidos a Madrid y que ya la radio no dice a las jovencitas que
Calzados Garach imponen la moda.