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El Recuadro

 Antonio Burgos

El Mundo de Andalucía, domingo 20 de diciembre de 1998


Antonio Ordóñez

Antonio. Ordóñez
Antonio. Ordóñez

Ha muerto el peor enemigo de Antonio Ordóñez. Ese gran enemigo de Antonio Ordóñez, una de las cumbres del toreo en el siglo XX, se llamaba Antonio Ordóñez Araujo. Digo que Antonio Ordóñez era el peor enemigo de Antonio Ordóñez porque en los últimos años estaba harto de oír: "Vaya tela cómo es Antonio Ordóñez; las cosas de Antonio Ordóñez..." Y a nadie le oí, por el contrario, decir: "Vaya torero que fue Antonio Ordóñez, qué importancia ha tenido su figura en la historia de la Tauromaquia del siglo XX..." Quienes tal callaban serán probablemente los que a estas horas ya llevarán escrito y dicho que no se puede entender el toreo del siglo que se nos va sin comprender a la figura que se nos ha ido. Si es que no han dicho ya que fue el mejor torero de la Historia aquellos mismos que hasta ayer por la mañana largaban de Antonio Ordóñez Araujo...

En la muerte del maestro Ordóñez tenemos una singular perspectiva del siglo taurino: el siglo que en su primer tercio se llama José y se llama Juan, se llama luego Pepe Luis y se llama más tarde Antonio. De los tres primeros nombres, ni siquiera hace falta decir los apellidos para saber que nos referimos a Gómez Ortega, Belmonte, Vázquez. Pero cuando llegamos a Antonio, hay que añadir Ordóñez. ¿Por qué? Yo creo que por culpa del propio Ordóñez. Quien menos importancia le daba a su figura en el mundo de los toros creo yo que era el propio maestro de Ronda. Era tan rondeño, tan hondamente serrano, tenía tanta retranca, que a veces sus palabras eran un Tajo que la gente no sabía comprender. Podía haber pintado la mona y vestido el muñeco con la propia Escuela de Ronda. Podía haber reclamado con toda justicia los derechos de la herencia de Pedro Romero. Pero Ordóñez se negaba a ir por la vida de Antonio Ordóñez y de figurón, porque era sencillamente figura. Y hasta negaba que hubiera tal escuela rondeña: "En el toreo no hay más escuela que la de los que saben torear y la de los que no saben".

Por esta llaneza de sus verdades, a Ordóñez le regatearon hasta su maestría. Decíamos Juan, y era Belmonte., Decíamos José, y era Gómez Ortega. Decíamos Pepe Luis, y era Vázquez. Pero decíamos Antonio... y era el bailarín. Porque este otro Antonio nunca le bailó el agua a los pontífices del toreo, a los archimandritas de las famas pasajeras. Solamente sus partidarios le daban ese título de Grande en España que es el uso a solas del nombre de un artista, aunque precedido por el don de la maestría: "Don Antonio".

Yo a nadie he visto abrir el compás delante de los toros como a Antonio. A nadie asentar así las plantas, medio renco, de cuajado y abierto ese compás. Como pocos tuvo la cabeza fría y el corazón caliente delante de los toros. Pocas veces se unieron arte y técnica con esa delicadeza. Antonio fue como José y Juan en una sola pieza. Y junto a ese arte y esa técnica unidos, un valor que también se le ha regateado en su hoja de servicios. Pocas geografías de cornadas como las de su cuerpo bien plantado, desde la leyenda sangrienta de Hemingway en el "Life" hasta al tantarantán de "Costillita" en Madrid. He escrito el nombre de un toro al que Antonio le cortó la oreja y siento ahora la tristeza de los olvidos de sus grandes faenas, el estricto silencio sobre su carrera, como si nunca hubiera matado aquel "Bilbilarga" de Atanasio, aquel "Mimoso" de Garcigrande... Estuvo casi un cuarto de siglo en el toreo, y casi un siglo llena. Esto, ahora, lo dirán todos. Hasta ahora, apenas lo decía nadie. Si al final de sus días se le reconoció la importancia histórica, fue con la terrible conmiseración española que se otorga lastimosamente a los que sabemos heridos de vida, heridos de muerte.

En esta hora de su muerte, me acuerdo de Antonio Ordóñez muchos olvidados Viernes Santos de Sevilla, vestido de lo que fue durante toda su vida: nazareno de la Soledad. A esa cofradía, la de la Soledad, que es también la del silencio, se apuntan de voluntarios los grandes artistas que no están dispuestos a participar en el mercachifleo de famas. Otros que no le hubieran servido a Antonio ni para llevarle el búcaro pasan por grandes figuras del toreo. Espero que la muerte, juez supremo, coloque a Antonio en el lugar singularísimo que le corresponde con toda justicia en la Historia del Toreo. Ha muerto Antonio Ordóñez Araujo. Quiero decir que ha muerto el más íntimo enemigo que el mito Antonio Ordóñez, el maestro Antonio Ordóñez, el histórico Antonio Ordóñez, tenía. Ha muerto el que había quedado poco menos que como el de "Las Cuarenta", el del pisito en la calle Iris, el hermano de Alfonso, el cuñado de Luis Miguel, el suegro de Paquirri, el abuelo de Rivera, el padre de Carmina. Ahora es cuando empieza a vivir Antonio en la Historia del Toreo. -


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