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El Mundo de
Andalucía, jueves 10 de junio de 1999
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Flor de Magnolia Grandiflora |
Las manos amorosas de una mujer loreña, que saben de la calor del
solano, han cortado tres flores de un magnolio de la Dehesa de Tablada, por donde el mismo
río de su pueblo anda ya más cerca de la mar, y me las han traído hasta el escritorio,
como una despedida de la primavera. Orgullosas, altivas, rotundas, traen las tres
magnolias solitarias la compaña breve del tallo que en el árbol las sostuvo, con unas
pocas, lustrosas hojas como para alancear la tarde. Tienen la color tan blanca que de
azúcar cande parecen. O no. Son de terciopelo blanco del manto de una reina de cuentos
infantiles. Como la túnica de los mercedarios de la cofradía de Pasión, parece ahora
que están en el cristal de su florero como escapadas de las esquinas de un paso de
gloria, y en su color recuerdan a todas las flores blancas de Sevilla, al furtivo azahar
de marzo, al abrileño jazmín , los agosteños nardos de la Virgen. Hay una Sevilla de
flores blancas y una Sevilla de flores de color. Una Sevilla de magnolias y una Sevilla de
bouganvillas, una Sevilla de acacias y una Sevilla de jacarandas.
Quizá hayan sido las jacarandas, mujeres que amo, las que
me hayan traído hasta el escritorio estas tres magnolias como una despedida. O quizá
sean el tiempo detenido en el baile de los seises. Yo recuerdo tardes de silencio y
campanas, de pregones por las esquinas, cuando estaba ya florecido el magnolio del
Alfolí, frente a Correos. En el barrio nos daba la hora cierta de los días plenos de
esta primavera tardía, compás y atrio del verano. Nos decía que ya había pasado la
Majestad en Público del Sagrario, con los carráncanos yendo entre marchas de la Banda de
Soria y mantones de Manila por los colgados balcones de Varflora, de Malhara, de San
Diego. El magnolio de la Catedral nos anunciaba el Corpus, la alternativa de uno del
Aljarafe quizá en la plaza de los toros, la tropa cubriendo la carrera y rindiendo sus
armas a la Custodia. Estaba florecido el magnolio del Alfolí y ya Sevilla sonaba a
verano. Bajaban los vencejos, una y mil veces, desde la cruz arzobispal que remata la
Puerta de la Ascensión de la Catedral a los adoquines de la calle.
Y aquel pregón de las magnolias. Como un sueño, en estas
tres blancas magnolias, oigo al hombre que las pregona. Las lleva vendiéndolas en un
florero de hojalata, apoyado al cuadril, como un árbol metálico, donde cada rama es un
cilindro con agua para la suprema delicadeza de las flores señoriales. Pasa por la
esquina de la calle Bayona, camino de Casa Morales, donde las malas lenguas dicen que
entra pregonando las magnolias y sale atufado, regalándolas con requiebros a las mocitas
guapas del Postigo. Este olor tan envolvente, tan de tocador de novia, tan de frascos de
Casa Juanito en la plaza del Salvador, esencia de Sevilla, me trae el pregón por las
esquinas de la niñez:
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¡Niña, las magnolias, acabaítas de cortar...! ¡ Llevo mis magnolias, magnolias qué
bien huelen...!
Ya no se cortan magnolias. Hacen bien. Las golondrinas no
se matan porque les quitaron las espinas al Señor y las magnolias no se cortan porque de
ellas la Virgen sacó el blanco de sus pañuelitos de encajes de los palios. Las
magnolias, desconocidas, siguen altivas en los secretos árboles de Sevilla para quienes
las quieran gozar en su solitaria belleza. O para que una manos amorosas de mujer loreña,
trayéndomelas, me devuelvan a la infancia. La verdadera patria entre magnolias.
El magnolio en la "Guía de Arboles de
España"
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- Copyright © 1998 Arco del Postigo S.L.
Sevilla, España.
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