|
Como
todos los fuegos son el fuego y todos los mares son la mar,
todas las sierras son la sierra. Por encima de la división
provincial que hizo mi tocayo y paisano don Javier de Burgos,
las sierras andaluzas son una unidad geográfica, cultural,
histórica. Humana. La sierra de Aracena tiene más que ver con
la sierra de Cazalla que con Huelva, su capital administrativa.
Como la sierra de Cazalla tiene más que ver con la de
Hornachuelos que con su capital sevillana. Como la de
Hornachuelos tiene que ver más con la sierra de Cazorla que con
Córdoba la llana, por más que tenga al lado los montes de la
copla de Juanito Valderrama: "Córdoba tiene un cortijo/en
lo alto de la sierra/donde le dio Lagartijo/la primer lección
al Guerra".
La sierra tiene sus cultivos de
olivares y encinas, su fauna de cochinos y perdices, su flora de
jara y adelfas, su habla, sus costumbres, sus romerías de
jamugas y sombrillas. Una sola sierra, de Poniente a Levante
andaluz, de Encinasola a Santiago de la Espada. Con su
literatura. Aquí hemos rendido memoria de jara a José María
Osuna, el gran humanista andaluz de Cazalla. Recordamos al
serrano José Andrés Vázquez, y ahora pedimos la reedición de
su novela "Títeres en la plaza". De la sierra vienen
los ancestros familiares y literarios de Manuel Chaves Nogales:
de José Nogales, el de "Las tres cosas del tío
Juan". Sin la sierra de Arcos no se entiende a Jesús de
las Cuevas ni su antológica "Historia de una finca".
Sin sierra gaditana no se entienden tampoco los versos de Julio
Mariscal Montes, los poemas de Antonio Murciano, eterno pastor
de las Pascuas en un lírico portal arcense donde los ángeles
gitanos cantan sus coplas flamencas. Esta misma sierra andaluza,
esta alta sierra literaria, acaba de dar un gran libro. Es como
una biblia de la hermosura de la sierra a través de su habla,
del tesoro de sus palabras, de sus faenas agrícolas, de sus
cacerías, de sus cortijadas, de sus regatos, de sus choperas.
El libro se llama "La sierra caliente". La sierra
caliente es la de Cazorla y Segura. Lo ha escrito José Cuenca.
Como Pitt Rivers nos hablaba de los hombres de la sierra de
Grazalema con visión antropológica de viajero romántico
tardío o Gerald Brenan se subía al hondo y alto Sur de la
sierra granadina, José Cuenca ha dejado hablar los recuerdos y
el sentimiento de su propia sierra. Cuenca es embajador de
España y por oficio sabe usar el lenguaje con precisión de
florete de esgrima. Ese es el discurso del libro, clásico y
cervantino. Cultísimo. Pero expresado en un lenguaje popular
sencillamente hermosísimo. En el habla de la sierra. Con la
belleza de las palabras del campo.
Tentado he estado que más que
hablar del libro de José Cuenca, dejar hablar a José Cuenca
con las bellísimas palabras del tesoro popular que su libro
encierra. No habré de renunciar a ello, miren qué letanía
gozosa de voces serranas: solana, cenajos, ojeo, rabona,
barbecho, gazapo, venadores, ceperos, serratillas, primal,
eriazos, regosto, ranchales, rabadanes, borrica, montunas,
andorreo, bálago... Y estas voces, taraceadas en un castellano
sonoro, rítmico, clásicamente construido, vigoroso en el
relato, lírico en el recuerdo de coplas populares, poderoso en
la descripción de ritos y costumbres. Me he acordado del gran
libro de José Antonio Muñoz Rojas, de "Las cosas del
campo", leyendo "La sierra caliente" de José
Cuenca. Son, en cierto modo, libros hermanos y complementarios.
Como dos reescrituras poéticas y sobradas del Atlas
Lingüístico de don Manuel Alvar, hechas poesía del campo
andaluz, de la sierra andaluza. De la sierra que da la granazón
caliente de estos escritores, dorada como un álamo blanco en el
otoño de la ribera.
Sobre la Sierra, en El
RedCuadro:
Otoño
en la sierra
Serranilla de la jara
Cazalla y el "no pacharán"
Hemeroteca de
artículos en la web de El Mundo
Biografía de Antonio Burgos
Libros
de Antonio Burgos en la libreria Online de El Corte Inglés
Libros
de Antonio Burgos publicados por Editorial Planeta -
Correo
|