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El Recuadro   

 Antonio Burgos
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El Mundo,  miércoles 10 de diciembre del 2003

  ¿QUIÉN HACE ESTO?    Abel Infanzón de hoynewchico.gif (899 bytes)          


EXTRA / PREMIOS PERIODISTICOS DE EL MUNDO

ANTONIO BURGOS 

Pocos intelectuales como él pueden hablar y escribir del género periodístico más comprometido, sobre todo para quienes lo ejercen sin más cortapisas que su propia conciencia, desde la fidelidad a sus ideas y al servicio de la libertad. Personas y profesionales íntegros, dispuestos a pagar el precio de su independencia con la cárcel o con su sangre, como José Luis López de Lacalle.


El periodista como objetivo

Aquella mañana que José Luis López de Lacalle venía de comprar los periódicos quedó sobre la acera una vida cerrada por la sangre del asesinato y un paraguas abierto. Ese era todo su blindaje frente a la violencia: un paraguas, un mazo de papel de periódico. La defensa de la verdad, de la libertad y de la independencia siempre es un frágil paraguas que a veces no cubre de los chaparrones de sangre, un papel que la lluvia empapa y rompe, papel que llevaba, con una firma, unas palabras, una verdad, una vida.

José Luis había escrito bajo una dictadura, la de Franco, con los mismos principios de la verdad, de la libertad, de la independencia. Sabía entonces a lo que se exponía. Sabía que si a pesar de la censura sabía pegar un quiebro al lápiz rojo y hacer suya la voz de democracia de muchísimos españoles, una noche podían llegar a su casa los policías de la Brigada Social, llevarlo detenido a un calabozo, donde lo podían tener hasta tres días y toda una eternidad si había estado de excepción, algo no desacostumbrado en aquellas calendas de la oscura noche de las negaciones y lágrimas de las libertades, nada más fácil que suspender las garantías constitucionales cuando no existen. Cuando José Luis escribía en aquel tiempo ya por fortuna lejano, sabía que al final de aquellos tres días de la detención podía pasar a disposición del juez, quien lo enviaría con las diligencias al Tribunal de Orden Público, en el que probablemente lo pondrían en libertad o, en el peor de los casos, lo internarían en una cárcel hasta un simulacro de juicio y una certeza de condena.

Aquella mañana en que a la puerta de su casa quedó un paraguas abierto, López de Lacalle quizás ni se acordaría ya de aquellos tiempos de la dictadura franquista. Pero sí sabría que el riesgo ahora era que, sin detenciones y sin juicio, sin tribunales ni detenciones, podía haber sido condenado a muerto, como lo fue, por quienes niegan toda justicia y toda libertad a la palabra. Que aunque había caído hacía ya muchos años la dictadura, quedaban muchos dictadores que no soportaban el poder de la palabra en libertad.

Este género de articulismo, cuando tiene autor y sitio habituales, suele ser llamado "columna" y como un cimiento de la terrible verdad del periodismo aparece en estos casos en que su ejercicio llega a heroico. Hablan mucho del periodismo objetivo, pero pocos de los periodistas como objetivo. Yo no sé si José Luis López de la Calle era un periodista objetivo, ni me interesa. Sí sé que era un objetivo para sus asesinos, como siempre la palabra el libertad te sitúa en el punto de mira de los dictadores de toda laña, condición y tiempo. Y con tu nombre propio escrito al pie de lo que escribes. Ali Lmrabet y Raúl Rivero están en la cárcel por defender la libertad y criticar al poder y lo están por su propio nombre, gracias al pundonor de su propio nombre como rúbrica, como rostro descubierto, como columna civil motorizada o digitalizada que avanza para conquistar las libertades. Los articulistas, desde su tribuna, cubren a veces flancos que se escapan de las estrictas líneas editoriales por la derecha o por la izquierda, por el liberalismo o por el radicalismo. Son a veces de más amplio, más ancho, o más hondo espectro que el periódico en que aparecen escritas y firmadas y rubricadas sus palabras. Pero frente al anonimato del editorialista, el articulista pone su firma y su cara. A veces, para que se la rompan los policías de la Brigada Política que vienen a detenerlo. Para que la firma sea la nuca que busca el disparo asesino de los que quieren acallar, con una voz, todas las noches que hablan por boca de la verdad, de la libertad, del ejercicio de la crítica al poder.

José Luis López de la Calle es ya el recuerdo de un paraguas abierto en la lluvia de una mañana de su tierra. Ali Lmrabet y Raúl Rivero son dos voces calladas entre las rejas de las dictaduras. Cuando José Luis hablaba, otros callaban y siguen vivos. Cuando Ali Lmrabet y Raúl Rivero hablaba, otros callaban y siguen en libertad, y no están encarcelados. Creen ellos, desde el miedo, que están en libertad y que no están encarcelados. Es justamente al revés. No es por madera de héroes, madera que a veces sirve para las tablas de un ataúd, como le valió a López de Lacalle. Es por la dignidad de la libertad.

Terribles los tiempos y las tierras en que el ejercicio de la libertad se convierte en heroísmo y tu artículo es de primera necesidad civil, que de periodista objetivo te hace el objetivo de un disparo, de una detención, de una cárcel, con lo que quieren silenciar a todos los periodistas.

 

 


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