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Aquella
mañana que José Luis López de Lacalle venía de comprar los
periódicos quedó sobre la acera una vida cerrada por la sangre
del asesinato y un paraguas abierto. Ese era todo su blindaje
frente a la violencia: un paraguas, un mazo de papel de
periódico. La defensa de la verdad, de la libertad y de la
independencia siempre es un frágil paraguas que a veces no
cubre de los chaparrones de sangre, un papel que la lluvia
empapa y rompe, papel que llevaba, con una firma, unas palabras,
una verdad, una vida.
José Luis había escrito bajo
una dictadura, la de Franco, con los mismos principios de la
verdad, de la libertad, de la independencia. Sabía entonces a
lo que se exponía. Sabía que si a pesar de la censura sabía
pegar un quiebro al lápiz rojo y hacer suya la voz de
democracia de muchísimos españoles, una noche podían llegar a
su casa los policías de la Brigada Social, llevarlo detenido a
un calabozo, donde lo podían tener hasta tres días y toda una
eternidad si había estado de excepción, algo no
desacostumbrado en aquellas calendas de la oscura noche de las
negaciones y lágrimas de las libertades, nada más fácil que
suspender las garantías constitucionales cuando no existen.
Cuando José Luis escribía en aquel tiempo ya por fortuna
lejano, sabía que al final de aquellos tres días de la
detención podía pasar a disposición del juez, quien lo
enviaría con las diligencias al Tribunal de Orden Público, en
el que probablemente lo pondrían en libertad o, en el peor de
los casos, lo internarían en una cárcel hasta un simulacro de
juicio y una certeza de condena.
Aquella mañana en que a la
puerta de su casa quedó un paraguas abierto, López de Lacalle
quizás ni se acordaría ya de aquellos tiempos de la dictadura
franquista. Pero sí sabría que el riesgo ahora era que, sin
detenciones y sin juicio, sin tribunales ni detenciones, podía
haber sido condenado a muerto, como lo fue, por quienes niegan
toda justicia y toda libertad a la palabra. Que aunque había
caído hacía ya muchos años la dictadura, quedaban muchos
dictadores que no soportaban el poder de la palabra en libertad.
Este género de articulismo,
cuando tiene autor y sitio habituales, suele ser llamado
"columna" y como un cimiento de la terrible verdad del
periodismo aparece en estos casos en que su ejercicio llega a
heroico. Hablan mucho del periodismo objetivo, pero pocos de los
periodistas como objetivo. Yo no sé si José Luis López de la
Calle era un periodista objetivo, ni me interesa. Sí sé que
era un objetivo para sus asesinos, como siempre la palabra el
libertad te sitúa en el punto de mira de los dictadores de toda
laña, condición y tiempo. Y con tu nombre propio escrito al
pie de lo que escribes. Ali Lmrabet y Raúl Rivero están en la
cárcel por defender la libertad y criticar al poder y lo están
por su propio nombre, gracias al pundonor de su propio nombre
como rúbrica, como rostro descubierto, como columna civil
motorizada o digitalizada que avanza para conquistar las
libertades. Los articulistas, desde su tribuna, cubren a veces
flancos que se escapan de las estrictas líneas editoriales por
la derecha o por la izquierda, por el liberalismo o por el
radicalismo. Son a veces de más amplio, más ancho, o más
hondo espectro que el periódico en que aparecen escritas y
firmadas y rubricadas sus palabras. Pero frente al anonimato del
editorialista, el articulista pone su firma y su cara. A veces,
para que se la rompan los policías de la Brigada Política que
vienen a detenerlo. Para que la firma sea la nuca que busca el
disparo asesino de los que quieren acallar, con una voz, todas
las noches que hablan por boca de la verdad, de la libertad, del
ejercicio de la crítica al poder.
José Luis López de la Calle
es ya el recuerdo de un paraguas abierto en la lluvia de una
mañana de su tierra. Ali Lmrabet y Raúl Rivero son dos voces
calladas entre las rejas de las dictaduras. Cuando José Luis
hablaba, otros callaban y siguen vivos. Cuando Ali Lmrabet y
Raúl Rivero hablaba, otros callaban y siguen en libertad, y no
están encarcelados. Creen ellos, desde el miedo, que están en
libertad y que no están encarcelados. Es justamente al revés.
No es por madera de héroes, madera que a veces sirve para las
tablas de un ataúd, como le valió a López de Lacalle. Es por
la dignidad de la libertad.
Terribles los tiempos y las
tierras en que el ejercicio de la libertad se convierte en
heroísmo y tu artículo es de primera necesidad civil, que de
periodista objetivo te hace el objetivo de un disparo, de una
detención, de una cárcel, con lo que quieren silenciar a todos
los periodistas.
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