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A
las mayorías absolutas les pasa como al "Bolero" de
Ravel, que parece que no van a terminar nunca. ¿Se acuerdan del
felipismo? Parecía que nunca llegaría la alternancia en el
poder. Todo pasa y todo llega, y los años del felipismo son ya
un recuerdo que las jóvenes generaciones ni conocen y que un
día de estos saldrá en el "Cuéntame". Serie donde
recordamos que el franquismo parecía que tampoco iba a terminar
nunca. Hay en España una como predestinación a que todo poder
se perpetúe como régimen. ¿Sociedad progresista? Quizá. Pero
en el mantenimiento de los poderes, de lo más conservadora. El
voto progresista conservó, paradójicamente, los años de
régimen felipista. Como conserva los perdurables,
aburridísimos mandatos de los barones regionales de los
partidos.
Millones de chavales gallegos
que no conocen otra cosa que Fraga, qué señor más pesado. Nos
imaginamos una Extremadura sin Gabriel y Galán ni Chamizo, pero
no sin Ibarra. Bono es ya casi tan simbólico de La Mancha como
Don Quijote, el vino de Valdepeñas, los quesos de Manzanares o
las berenjenas de Almagro. De Chaves, ni te cuento. Tanto lleva
en el poder, que hay muchachos que creen que quien está en el
escudo andaluz no es Hércules con los leones, sino Chaves con
dos linces de Doñana o dos intelectuales orgánicos. ¿Cómo
serían Galicia sin Fraga, Extremadura sin Ibarra, Castilla-La
Mancha sin Bono, Andalucía sin Chaves? Pues aproximadamente
como España sin González. Hasta mejor. Se demostraría que
cuando se produce la alternancia en el poder no sólo no se
hunde el mundo, sino que suele brillar más claro el sol.
La alternancia, la bendita
alternancia, tuétano de la democracia y alegría de la
libertad, era lo que querrían en Cataluña muchos votantes de
Maragall. Lo de Pujol, aparte de un régimen, era una pesadez.
Votando por Maragall, muchos electores socialistas querrían
saciar su curiosidad de cómo sería la autonomía catalana
administrada por un partido no nacionalista. Que debe de ser
posible. Aunque no por el momento, en que del respeto a las
minorías hemos pasado a las minorías que campan
dictatorialmente por sus respetos. A los que querían quitar a
Pujol por nacionalista les han dado Maragall dos tazas del mismo
caldo, pero más cargado de independentismo. Y llenas. ¿No
quieres caldo nacionalista de Pujol? Pues no te preocupes, dice
Maragall a sus votantes: aquí tienes dos tazas de nacionalismo
independentista de Carod, puro de oliva de Borges Blanques,
republicano. Maragall le dará esas dos tazas de puro
nacionalismo del más radical, por ejemplo, a los socialistas
catalanes de origen andaluz, a la novena provincia andaluza de
la inmigración de los 60 y 70, que lo votaron para quitar el
radicalismo cultural excluyente de Pujol y para que sus hijos y
nietos no llegaran a ser unos semianalfabetos en castellano.
Habrá alternancia en Cataluña, pero de un nacionalismo
moderado a un nacionalismo radical. Seguiremos sin saber cómo
sería Cataluña gobernada por los no nacionalistas.
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