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Para
mí formábais ya parte de la noche, como el ruido del viento en
la ventana, como el calorcito de la manta en el invierno, como
el olor de los jazmines en el verano, como el camión de la
basura cuya estruendosa batidora acallaba vuestra voz en los
auriculares de la radio. Antes habían venido las noticias, una
tras de otra, de tres en fondo, con el perfil plano de
enunciados de teletipos y cortes de grabaciones con la propia
voz de los protagonistas del día. Pero sólo cuando Manuel
Antonio Rico os daba la bienvenida, hacia las 11, aquel
horizonte de noticias empezaba a cobrar la orografía del
interés, los Anetos de la satisfacciòn, los Mulhacenes de la
indignación, en el siempre apasionante cruce de ideas.
No quiero que se me olvide ningún nombre, los
nombres de tantas noches, pero os recuerdo ahora, queridos
Ramón, Chani, Curri, Casimiro, Carlos, Fernando, Pedro, y os doy
las gracias por cómo, cuando estaba lejos de mi tierra, por una
sintonía no habitual, la de Málaga quizá, o Barcelona, la señal
de Radio Nacional débilmente captada por el transistor me traía
el pálpito de España.
Erais una isla en el insoportable panorama
radiofónico deportivo de la noche que debemos sufrir quienes no
nos interesa el fútbol. Entre largueros y tirachinas, erais la
única posibilidad de leer los periódicos seis horas antes, de
oír en vuestra voz el adelanto de las grandes lineas de opinión
que aquellos hechos del día iban a suscitar. Me acuerdo de la
noche de Bartolín, cuando Bartolín dijo que lo había secuestrado
la ETA y toda España tragó. Vosotros lo pusisteis en duda desde
el primer momento, como hacíais dudar en cada instante del
pensamiento único, en fotocopia, seriado, que ahora tanto se
lleva. En esta España tan políticamente correcta, tan
ideológicamente educada, sabíais comer con las manos el medio
pollo de las estadísticas triunfales, mientras que os resistíais
a tragar el habitual sapo de la comunión con ruedas de molino.
La otra noche, al hilo de las 12, escuché la
despedida de alguno de vosotros. Esta noche volverá a mi
transistor el adiós de otros. El lunes, quizá, cuando lleguen
las once, no habrá voces que dibujen la orografía informativa
del día, con sus relieves y sus hondonadas. Espero al menos
poder seguir escuchando a Manuel Antonio Rico. Y en la ausencia
de vuestras voces, nunca comprenderé que algunos llamen libertad
de prensa a vuestra ausencia en mi transistor de cada noche.
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