ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Silvio y Garrido Mesa

ME parece que Carlos Colón lo puso como cita inicial en su Guía de la Semana Santa, libro tan decisivo como el «Cruz de Guía» de Sánchez del Arco para conocer las claves de Sevilla, que debería ser reeditado para que las nuevas generaciones degustaran su lección de paladar y armonía. De lo que sí estoy seguro es que Colón lo utilizó en su pregón. Me refiero al pasaje más sevillano que hay en las Escrituras, que es «lo que no está en los escritos» de exacto y nuestro. Pero que está en los Escritos. En Apocalipsis 21, 1-4. Dice así la descripción de Sevilla en los días que se acercan: «Vi también bajar del cielo, de junto a Dios, a la ciudad santa, la nueva Jerusalén, ataviada como una novia que se adorna para su esposo. Y oí una voz... Esta es la morada de Dios entre los hombres. Habitará con ellos; ellos serán su pueblo y Dios mismo estará con ellos. Enjugará las lágrimas de sus ojos y no habrá ya muerte, ni luto, ni llanto, ni dolor, porque todo lo viejo se ha desvanecido.»

Doctores tiene la Iglesia, pero me huele (a naranjos en flor) que este texto lo escribió San Juan Evangelista tras ir por Sevilla tantos y tantos Domingos de Ramos al lado de la Amargura. Al leer eso de «la nueva Jerusalén, ataviada como una novia que se adorna para su esposo», ¿no están viendo los nupciales naranjos en flor, los balcones colgados de damasco, las palmas nuevas? Que por eso precisamente le pusieron a San Juan el mote de la Palma. Vamos, igual que el padre de Antonio Ordóñez, el de la Esperanza de Triana y La Soledad: El Niño de la Palma.

Un barbero de Sevilla que no es de Beaumarchais, sino de Los Remedios, me ha hecho pensar en ese texto del Nuevo Testamento, al leer sus palabras en la entrevista de Félix Machuca. Don Curro, el jefe de Silver Barber y Sus Intocables, que lo mismo tocan por Pink Floid que por Triana (pues este Fígaro cuando te da Floid tras el afeitado te está echando en realidad Pink Floid) dice: «Tuve la sensación durante el homenaje de ayer a Silvio de tenerlo a mi lado». Silvio el Rockero. Silvio Fernández Melgarejo. El que tiene una calle que lo recuerda en ese corazón de Los Remedios que fue un Liverpool a la sevillana. Silvio, el que una tarde que iba yo paseando por allí, salió de su copa en el Bar ABC y me dijo, siempre con el usted por delante:

—Que tenemos ahí una discusión, y usted me va a dar la razón: ¿a qué donde hay gracia de verdad es en Cádiz, que en Sevilla lo que hay es guasa?

Ese Silvio estaba al lado de su amigo Don Curro cuando lo recordaban todas las guitarras eléctricas de todos los discos de vinilo que los rockeros sevillanos sacaban de la base de los americanos. Pero es que lo mismo que a Silvio el Rockero le estaba pasando a esas horas al canónigo don Juan Garrido Mesa en El Salvador. En su Salvador salvado. Juan Garrido estaba allí. Cualquiera de los que fueron movilizados por él para hacer una obra tal que los siglos venideros los tomasen por cívicos, podía decir exactamente como Don Curro sobre su amigo Silvio: «Tuve la sensación durante el homenaje de ayer a Juan Garrido Mesa de tenerlo a mi lado.»

Apocalipsis puro. Nada apocalíptico. Apocalipsis sin caballos. Los caballos, vamos a dejarlos para Santa Catalina, que hacen más falta, a ver si tiran de aquello y la exaltan, como a la Cruz de Cristo. Don Curro o el Cardenal, Moeckel y Jaime Ybarra, ¿qué más da?, hacían verdad las palabras del Evangelista que tiene calle en Triana: «Dios mismo estará con ellos. Enjugará las lágrimas de sus ojos y no habrá ya muerte, ni luto, ni llanto, ni dolor, porque todo lo viejo se ha desvanecido.» ¡Qué romana es esta Sevilla nuestra! Cómo sabemos rendir culto a los lares y penates, a nuestros dioses familiares, un recuerdo en el patio de los nupciales naranjos en flor. En Sevilla hay muertos que están mucho más presentes que los vivos. Silvio el Rockero o Juan Garrido Mesa no han muerto. La verdadera muerte es el olvido. La memoria de ellos permanece (¡endecasílabo, toma ya!). En cuanto a Silvio, lo dijo Don Curro. Estaba allí. En cuanto a Juan Garrido, lo dijo la vieja luz que se filtraba por las antiguas vidrieras y llegaba como una Verdad al ara que se consagraba: todo lo viejo se ha desvanecido. Juan Garrido estaba allí.

 

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