ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


No hay más Estado que el Gobierno

LAS cuentas salen. Las de las elecciones que no han cambiado nada para que todo siga siendo el mismo desastre. A mí me salen por la cuenta de la vieja, que es pegar la oreja en la calle. «Vamos a escuchar», que dicen los aficionados al cante. «Callarse, que vamos a ver esto», como dictaminan los aficionados a los toros cuando hay que poner los cinco sentidos en el torero que se acaba de echar la muleta a la izquierda ante un toro que mete la cara y repite.

Las cuentas me salen porque acabo de oírlo en la calle. Ciudad de bote en bote para las fiestas, y más llena que se pondrá a partir de mañana y hasta el sábado, con el Ave hasta la corcha. ¿Crisis, dice usted? Crisis no hay. Y si la hay, no hay que darle la menor importancia. ¿Wall Street, el euríbor, la banca americana? ¡Tonterías! Niño, llena aquí otra vez y ponnos más tortillitas de bacalao, que están enormes.

Por la ciudad de bote en bote, alrededores de un hotel más bien modestito, sale camino del autobús una excursión de jubilados, con acento gallego. Inserso puro de oliva. Ellos llevan los bolsos de ellas en las manos, qué clásico. Los llevan de vuelta porque se acabaron los días de baja ocupación y como medio Madrid y media España se viene a Andalucía, tienen que dejar libres las habitaciones.

Y cuando los jubilados van por la acera, camino del autobús que ya tiene cargadas sus maletas, pues el autocar no ha podido estacionar en la puerta misma del hotel, está un camión descargando mostradores de cerveza para los puestos de fortuna de estas fechas grandes del turismo. Uno de los abueletes no se da cuenta, y por poco le dan con el bulto que descargan en toda la cabeza. El obrero español de la descarga, en vez de darle excusas al abuelete de las vacaciones casi gratis total por el accidente que se ha podido provocar, lo increpa. Con el tú por delante, ni respeto a la edad, ni a las canas ni a nada, en esta España del Informe PISA que ha perdido la educación en todos los sentidos de la palabra. Y le dice:

—Abuelo, ¿ahora que te paga el Gobierno te vas a matar?

No «ahora que recibe usted su pensión gracias a sus contribuciones a la Seguridad Social durante toda su vida laboral». No «ahora que gracias a lo que estamos pagando de cuotas de la Seguridad Social los que formamos parte de la población activa percibe usted su pensión». No «ahora que el Estado le abona su bien ganado retiro». No: el Gobierno.

—Pues ese obrero de la descarga de los mostradores de la Cruzcampo que usted vio no estaba en lo que hay que estar. Pero no por el lado que insinúa usted, que lo estoy viendo venir, sino porque cuando dijo lo del Gobierno no añadió como la tele y como la radio, «Gobierno de España».

Pues eso. Según los consumidores españoles (los consumidores de propaganda del poder, aclaro), que sepa usted que las pensiones no las paga el Estado. Que el sistema de la Seguridad Social no depende de las cotizaciones de los trabajadores y de los empresarios. Que el Estado del Bienestar no es una condición obvia de una sociedad avanzada. Para los que descargan camiones, para los que conceden las mayorías en las urnas, las pensiones las paga el Gobierno. Le faltó al operario abroncar al abuelete del Inserso matizar lo que todos piensan:

—¿Ahora que Zapatero te paga de su bolsillo la pensión y encima te trae de excursión con aqui-mi-señora te vas a matar, criatura?

Así nos va. Y así les va de estupendamente a ellos. Este artista de la ceja ha logrado identificar Estado con Gobierno. Y es el Gobierno el que te atiende en el ambulatorio, el Gobierno el que te ingresa en el hospital, el Gobierno que lleva a tu niño a la escuela, el Gobierno el que paga la pensión a las viudas, el Gobierno el que lleva a los jubilados de excursión. El Estado no existe. ¿Cómo vamos a elegir a otro Gobierno, si entonces nos quedamos sin hospitales, sin escuelas, sin jubilación? Lo más triste es que esto mismo pensaban los mismos sobre las mismas cosas cuando Franco. Ante el nuevo caudillaje democrático, sólo falta la voz del pelota de entonces que saltaba en los discursos sobre lo bien que estamos: «¡A ti te lo debemos!»

 

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