ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Carné por puntos para la Feria

En Sevilla somos mucho del carné. Quien más y quien menos lleva en su cartera el carné del Sevilla, el carné del Mercantil, el carné de su colegio profesional, el carné de la Federación de Tenis, el carné de antiguo alumno de los Maristas, quizá el carné del partido y la intemerata de carnés. Ah, y el mejor carné de la cartera de todo sevillano: la estampa del Cristo o la Virgen de su hermandad.

Y en esta Sevilla tan encarnetada, donde todo está reglamentado, donde vas a entrar en cualquier sitio y el portero te pregunta si eres socio, o si eres afiliado, o si eres hermano, o si eres abonado, o si eres por lo menos amigo de Don José, llega la Feria y resulta que, como señalaron la otra noche en el robleño «Ojos que nos ven», lo fundamental del festejo de abril se hace sin carné, por libre. No es que te vayan a pedir el carné de sevillanía en la portada, hasta ahí podíamos llegar. Me refiero a los caballistas y a los enganches, como señalaron ante Doña Rosamar en el programa de Sevilla TV que me inspira este artículo.

Aparte de los carnés, en Sevilla somos mucho también de los palquillos. En La Campana está el famoso palquillo del Consejo, donde las cofradías piden la venia y los capataces se lucen... ante esos micrófonos de Canal Sur Radio que los hace a todos sentirse momentáneamente líricos de guardia. ¡La de sensiblerías cursis y oportunistas que dicen los del martillo! Pero no sé si han advertido que en la Feria también hay otro palquillo, donde enganches y carruajes han de pedir la venia. El Manuel Román de allí es un guardia municipal con un cartapacio muy grande, que pide los papeles a todo coche de caballos que entra. Vamos, como si en La Campana pidieran el Libro de Reglas a las cofradías. Pero mientras en La Campana pueden entrar los palios con esas flores horrorosas de las que larga Sevilla desde la misma noche que las colocaron, y pueden pasar esos nazarenos zarrapastrosos con los pantalones vaqueros asomándoles por debajo de la túnica y zapatillas de deporte en vez de zapatos, ya que ante el palquillo del Consejo todo cuela, en la Feria son muchísimo más estrictos. Por mucho dinero o mucho apellido que tenga, usted no puede entrar en la Feria con un carrodoma impresentable con ruedas de tractor y llantas de Land Rover, o con un motocarro tirado por una burra y enjaezado a la calesera con flores de papel, como se veía en aquellos tristes años de la Transición.

Mas todo el control reglamentista municipal, ay, se va en los carruajes, pero no hay la menor verificación sobre la capacidad profesional y la destreza en su oficio de cocheros y caballistas. No digo yo que le fueran a pedir el carné al jerezano Mata que volviera a la Feria. Pero usted, nuevo rico potrico, sin tener ni puñetera idea de un enganche ni de unas riendas, se puede subir en el pescante de una jardinera en la calle Virgen de Luján creyéndose Poti Domecq, y entrar guiándola por esa portada, como si fuera el mejor mayoral que hubo en el romance jerezano de Toto León sobre Doña Petra. En el palquillo de La Campana de la Feria le pedirán todos los papeles del carruaje, incluido el seguro, antes de dejarlo entrar. Pero a usted no le preguntarán ni el nombre. Y usted, a lo mejor, va en el pescante roneando de señorito de Jerez no sólo sin tener zorra idea de guiar un tronco de mulas enganchadas a una jardinera muy cortijerita, sino a lo mejor con una papa muy simpática o incluso muy gorda. Ciego. Si fuera en un auto, los mismos municipales que lo dejan pasar tras mirarle los papeles le haría soplar el canuto de la alcoholemia y se le iba a caer el pelo, iba a perder lo menos 6 puntos del carné. Ah, pero como no hay carné de conducir enganches en la Feria... Usted puede armar un desaguisado con su papalina y su carruaje en esa Feria llena de criaturas, pero nadie le dirá nada.

Y quien dice carruajes, dice caballistas. La Guardia Municipal se harta de parar muchachos con la amotillo y motoristas con la máquina del cuarto de litro. Esos mismos, si van de jinetes, pueden ir tajarinas perdidos, totalmente ajumados, y echarle el caballo encima a la gente, que no pierden ni un punto del carné. Ay, si en la Feria hubiera que soplar el canuto de la alcoholemia... Iba a estar el paseo de coches y caballistas más vacío que la calle Francos a las 11 de la noche.

 

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