ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Soraya y el Niño de Sherlock Holmes

OJALÁ no llueva cuando esté usted leyendo este artículo, y ojalá esta noche, mientras se imprime este ABC, no haya caído una sola gota de agua sobre el Ascua de Luz. Pues estoy deseandito que llegue el paseo de coches y caballistas con más caballistas que coches.

—Para ver los enganches, claro...

—No, para ver al Niño de Sherlock Holmes, que puso el mingo el Domingo de Enganches en la exhibición del Arenal, y nunca mejor dicho lo de exhibición. Mi amigo don Julio Domínguez dice que parecía Ascot más que Sevilla. Aquí nunca le hicimos ascos a Ascot a la hora de pintar la mona, y durante la Feria se celebra cada año en Sevilla el Congreso Mundial de Pintamonas. Como si no hubiera aquí bastantes, los importamos de Madrid, de España y de la Humanidad.

Por lo visto no hay nada más andaluz y campero, más sevillano y cortijero que llevar en el coche de caballos al Niño de Sherlock Holmes. El traje corto está ya muy antiguo. Y el de flamenca, igual. ¡Donde estén una buena pamela y una buena sombrilla del siglo XIX, que se quite Lina! Y de sombreros de alancha, nada: García el de la Alcaicería, a los albañiles. Un buen sombrero de copa es lo que siempre se ha llevado en el campo andaluz. El que gastaba Fernando Villalón: su sombrero de copa gris junto al Niño de Sherlock Holmes.

—¿Y el águila, dónde me deja usted el águila?

—Pues yo la dejé en el Senatus de los armaos el Viernes por la mañana, por Anchalaferia.

—Pues el domingo apareció en la calle Adriano en un coche de caballos.

—No, si aquí todos los pájaros pintan la mona...

Todo esto es porque no ha llegado todavía Soraya. Cuando llegue Soraya, acaba con el cuadro. Por eso deseo que no llueva en esta primera mañana de Feria para dos cosas: para ver pasar al Niño de Sherlock Holmes y para tocarle las palmas a Soraya, que me han asegurado que viene.

—No me diga usted que Soraya viene a la Feria...

—Lo que le estoy diciendo...

—Es que nada más de pensarlo se me ponen los vellos de punta.

—Pues váyase haciendo a la idea, que viene.

—Pero usted ¿a qué Soraya se refiere? ¿A la que bailaba en la caseta de La Esmeralda? ¿O a la emperatriz de Persia, la que estuvo casada con el Sha?

—No, ésa la palmó la pobre, y pertenecía además a otra Feria afortunadamente superada. Una Feria que no tenía glamour ninguno, y no como ahora. La otra Soraya era de una Feria elitista y clasista, sin casetas de distrito, a la que venían Jacqueline Kennedy, la Begum, Grace Kelly... Gentuza así. Yo me refiero a la verdadera Soraya, a la única Soraya: a Soraya Sáenz de Santamaría.

—Entonces el revuelo que se formó anoche en la calle Pascual Márquez...

—Era por eso. Los rumores falsos, que son muy peligrosos. Se había corrido la voz de que Soraya estaba en una caseta de distrito, y había bofetadas por verla.

—Es que Soraya tiene tanto tirón popular...

—Ni me lo cuente, que Pepe Aulet está preocupadísimo, porque no sabe cómo la Policía Local podrá contener a las masas, enfervorizadas para acercarse a Soraya y pedirle autógrafos o incluso un hijo tuyo.

—¿Y usted cree que irá por la caseta del Distrito Sur?

—Sin falta: Soraya es mucho del Distrito Sur. ¡Es tan democrática y tan campechana!

—¿Y por el Aero?

—El Aero ni pisarlo, que allí son todos de Esperanza. A lo más que llegará Soraya será a Pinedilla; pero, vamos, una entrada por una salida, de puro compromiso. Lo suyo será ir andando por la calle, con la gente arremolinada, tocándole las palmas, gritándole: «¡Soraya, Soraya!». Es tan nuestra esta Soraya, tan de toda la vida... Yo es que no me imagino una Feria sin Soraya.

—¿Y usted sabe si coincidirá con el Niño de Sherlock Holmes?

—Eso sería ya el acabóse. Cualquier cosa: el símbolo de los papafritas y el símbolo de los pintamonas, juntos y en la misma foto. No puede ser verdad tanta belleza.

 

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