ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Las farolas marcheneras

ME equivoqué cuando dije que igual que Carlos III y Olavide fundaron con alemanes las Nuevas Poblaciones de La Luisiana, La Carlota y La Carolina, porque no se fiaban de los españoles, había que repoblar con germánicos el Ayuntamiento para que funcionara con precisión teutona. Paseando por la Avenida en el coche de San Fernando y viendo las espléndidas farolas tamaño XXL que ahora sostienen los cables del tranvía, comprendí que en el Ayuntamiento hay ya un alemán. Un solo alemán que cunde por ciento: el autor de la desaparición de los negros, gordos y retotollúos postes metálicos del tranvía, vulgo catenarias. Las nuevas farolas, mal llamadas fernandinas, han limpiado el paisaje y el lenguaje. Han obrado el milagro de no sólo dejarnos la Avenida como tenía que haber estado siempre, sino que, además, han borrado del habla sevillana una palabra más espantosa aún que los palitroques que designaba: Catenaria.

— ¿Catenaria la del Puerto?

No, Catenaria la del Puerto era de Quintero, León y Quiroga, y estas Catenarias del Puerto de Arrebatacapas de las prisas electorales por inaugurar el tranvía no tenían padre conocido y en buena hora han desaparecido ya desde la Plaza Nueva a Correos, y pronto hasta la Puerta Jerez.

La Avenida ha quedado que es otra. Vamos, la misma, la de siempre. Aproveche y pónganse frente al Edificio Aurora, que por allí creo que va la sustitución de disparates. Póngase usted en la acera de la Casa Lonja, vulgo Archivo de Indias, y mire a su derecha: tiene la maravilla de las nuevas farolas estilizadas y la sutil tela de araña de los cables del tranvía, que parece que están ya esperando a la Custodia del Corpus. Pero si mira a su izquierda, hacia el Coliseo, tiene aún los armatostes de los antiguos postes negros, más propios de la vía del Ave o del Cercanías de Lora que del mejor cahíz.

La solución ha sido un huevo de Colón: mirar cómo eran antiguamente las farolas que sostenían los cables del tranvía en la Avenida o en la Ronda, y repetirlas, adaptadas a los tiempos y los espacios hodiernos. La solución ha sido coger las llamadas farolas fernandinas y hartarlas de danoninos y de vitaminas, para que den el estirón como los niños chicos en edad de crecimiento, y que no atosiguen el paisaje urbano como los postes negros y gordotes. Ha bastado con mirar las fotos de Serrano en la Hemeroteca Municipal para hallar la solución. ¿Quién ha sido el autor? Pues uno que es alemán y no lo sabe. De ahí que haya arrancado reconociendo mi error sobre la necesaria repoblación alemana del Ayuntamiento. En el Ayuntamiento hay ya un alemán, pero no sabe que es alemán. Un señor tenaz, cuadriculado, serio y riguroso, en cuya palabra puedes confiar si te da la mano, como hijo de tratante que es, eficacísimo en su envidiable capacidad de trabajo.

— ¿Von Qué se llama este mirlo blanco alemán?

Pues no se llama Von Nada. Se llama Marchena. El alemán del Ayuntamiento es el catedrático de Geografía, profesor doctor don Manuel Jesús Marchena Gómez, ex gerente de Urbanismo y actual consejero-delegado de Emasesa y baranda principal de las empresas municipales, entre ellas Tussam, la del tranvía. Marchena se cree que es de Brenes, pero está equivocado: es alemán. Pinceladas de Paco Robles al margen, su forma de trabajar es totalmente teutónica. Hasta tiene la suerte del milagro alemán. Llegar Marchena a Emasesa y empezar a caer chuzos y a ponerse los pantanos hasta la corcha ha sido una y la misma cosa: tenemos agua hasta el 2012. Y Marchena ha acabado de la noche a la mañana con las mal llamadas catenarias. Las nuevas farolas para los cables del tranvía no son, pues, fernandinas: son marcheneras. Fernandinas de Fernando VII suena a «Vivan las caenas», lagarto, lagarto. O a «Vivan las catenarias». Las nuevas de la Avenida para los cables del tranvía son las farolas marcheneras. Con las que Marchena nos devolvió el paisaje monumental sin agresiones visuales. Las que por cierto debería llevar, calle San Fernando adelante, hasta la Pasarela, y después usar en todas las futuras líneas del tranvía. Si él quiere, podrá. Lo que no sé, querido Manuel, vecino de los toros, es si seguirás en el cargo, porque con esto de que elogie hasta tus farolas marcheneras sé que te estoy buscando, una vez más, una ruina con los tuyos.

 

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