ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Triana, Cinema Paradiso

LA fábrica de sueños no sólo es el cine. Un libro también puede serlo. Iba a Madrid para acompañar al dilectísimo Ignacio Camacho en la entrega de su justo premio González Ruano, y me eché en la cartera un libro nuevo para leerlo en el Ave. Se llama «Triana, un barrio de cine». Lo ha escrito Ángel Vela y lo acaba de publicar RD Editores. Y gracias a este libro de recuerdos trianeros, el Ave no pasaba por los riscos de Brazatortas: me asomaba a la ventanilla y me creía que me iba a encontrar con la taquillera del Cine Emperador. Ni por el pasillo llegaba el carrito de la venta a bordo: creía que iba a venir el tío de las gaseosas en un intermedio del Avenida de Verano, mientras cambiaban los rollos de «Currito de la Cruz», de «La Virgen del Rocío ya entró en Triana», de «La cruz de mayo», o de «Macarena», que, lo que son las cosas, se rodó íntegramente en el Hotel Triana.

En las páginas del libro de Ángel Vela va uno descubriendo, junto a los locales de exhibición y las películas que se filmaron sobre Triana, toda una intrahistoria social de la otra orilla sevillana, con su gracia, sus personajes, sus ilusiones, sus tejares, sus cantes, su devoción «rociana» (como en Triana se llamaba a lo rociero), sus corrales, sus toreros, sus artistas. Como en una vieja cinta muda, como del Mudo de Santa Ana metido a peliculero, o de Carlos Gardel: «Melodías de arrabal... y guarda».

No me ha sorprendido que Ángel Vela sepa tanto, y tan verdadero, y tan hondo, de Triana. Estoy harto de leerle descubrimientos y semblanzas, como un nuevo Arana de Varflora que publicara el «Aparato (cinematográfico) para escribir la Historia de Triana». Triana tiene unos lujos que no se permite Sevilla, como la meritísima revista que se llama como el barrio, «Triana», y donde en cada número hay cien vidas, cien historias, cien sueños, escritos por Ángel Vela Nieto, por Manuel Macías Míguez, por los animosos cronistas del Círculo Don Cecilio o de la Peña Trianera. Lo que sí me ha sorprendido es la urdimbre, tan literaria, de este libro, en el que toda la Triana del siglo XX pasa ante tus ojos como en una película. Ángel Vela toma al viejo cine Rocío (donde yo aún acerté a ver una representación de Salvador Távora, en aquella calle empedrada con chinos lavados en cuyo bar de la esquina echaba la mañana La Finito con sus perros) como el sentimental local de proyecciones de «Cinema Paradiso». Al fin y al cabo, Triana es el Paradiso de tantos amantes del barrio, al que Ángel Vela le ha puesto el Cinema. Del Cinema Paradiso Rocío se oye hasta el chiscar de las cáscaras de las pipas, y del Cine Alfarería hasta se ve la salamanquesa de plantilla recorriendo el telón cuando ha terminado la proyección y suena la música de la marcha del Puente sobre el Río Kwaii. Sí, Ángel Vela convierte el Puente de Triana en cinematográfico Puente del Río Kwaii, en Puente de San Francisco, en Puentes del Sena con la primera noche de amor, en Puente de Madison, puente de un sueño, por donde pasa la reina. Reina que no se llama Juanita, sino Antoñita (Colomé), Gracita (de Triana), Paquita (Rico), Lolita (Sevilla) o Isabelita (Pantoja).

En esa Italia interior del Trastevere romano o de la otra florentina orilla del Arno que es Triana, hay también en el libro de Ángel Vela una novela que está por escribir: la de los sueños y esperanzas de aquellos hijos del hambre que juntaban una peseta, perra gorda a perra gorda, para ir al cine del bayón de Ana, que se repetía tres veces. En el libro, a retazos, se adivina como una «Crónica de los pobres amantes» de Pratolini, con los muchachos que imitaban a los artistas y acabaron fusilados en las tapias del Cine Playa, mientras los García Matos, Manuel el pianista y Antonio, Antonio Triana, el bailarín, se tenían que ir al Hollywood de verdad, donde le enseñarían flamenco a una de Castilleja que se llamaba Margarita Cansino, a la que luego trajo al barrio nada menos que don Juan Belmonte, cuando ya era Rita Hayworth.

Proyectaban en el Cinema Paradiso Rocío «Así canta Jalisco», de Jorge Negrete, y un trianero de arte y de gracia se tiró un sonoro cuesco que se oyó en todo el local y dijo: «Y así se pee Triana...» Quizá el mismo trianero que, echándole valor, cuando salió un día el león de la Metro, imitando la voz de Queipo de Llano dijo: «¡Buenas noches, señores!». Y se acabó el carbón, tercer año triunfal.

 

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