ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Aún no se han cargado Triana

SÓLO nos acordamos de Santa Bárbara cuando truena y a los sevillanos sólo nos viene a las mentes Triana cuando suenan cohetes rocieros anunciando las carretas. Triana es a las nuevas hermandades rocieras de la ciudad lo que El Silencio a sus cofradías: la Primitiva, la Madre y Maestra. Aquí, entre la vida que rebosa el barrio y la evocación de sus viejos cines, nos hemos acordado últimamente mucho de Triana. Y habremos de hacerlo más. Ya que se han cargado a Sevilla y su esencia, haciendo del centro de la ciudad un parque temático de sí misma, salvemos al menos Triana. Es la única parte de Sevilla que se mantiene en plan simpático y cómodo, como siempre estuvo, sin estropicios carísimos ni reinvenciones de diseño.

A Triana, en este florido mayo en que está, como siempre, esperando a las carretas de la novela póstuma de Alejandro Pérez Lugín conclusa por José Andrés Vázquez, le pasa como en los comienzos de su carrera y de su leyenda a un ilustre hijo del barrio, a Juan Belmonte. Es voz común que cuando Belmonte empezaba tan temerariamente, derrochaba tal valor ante los novillos que la gente decía:

—Corre a ver a Belmonte, antes que lo mate un toro.

Triana está como Belmonte cuando toreaba sin caballos. Hay que darse prisa por ver a Triana, antes que el Ayuntamiento decida cargársela, como se ha cargado el centro de Sevilla. Como están entretenidos con el tranvía, la piel sensible, la peatonalización, el carril bici, los parasoles, los separadores de la Ronda, las farolas fernandinas y las farolas marcheneras, a Triana la están dejando tranquilita y es todavía una delicia. La calle Pureza está como siempre estuvo, que parece que Fernando Morillo va a salir de la puerta de su casita, La Finito va a pasar con sus perros y Zepelín va a empezar a organizar la Velá de este año con el boticario alcalde de Triana, que se escribía Farmacia de Aurelio Murillo y en trianero se pronunciaba Botica Urelio. Para la calle Pureza no hay ningún proyecto de peatonalización, ni la Esperanza lo permita. Y la calle San Jacinto sigue siendo la calle San Jacinto, sin que hayan talado el ficus monumental de la esquina de la Cava como se cargaron los árboles del Coliseo. Por la dicha Cava no han puesto separadores para la circulación rápida de autobuses ni ha llegado el Tío de la Cachimba con la dictadura demagógica del carril bici. No han llenado el Altozano de bancos de Ikea ni de farolas de «¿pero qué es esto, Dios mío de mi alma?» como la Puerta Jerez. Ni en la esquina de López de Gomara con el ambulatorio han plantado parasoles como en La Encarnación. Y la Capillita del Carmen tiene el color que siempre tuvo, no la han puesto color tarta de nata de La Campana, como la Catedral o El Sagrario. Y no han prohibido la circulación por Rodrigo de Triana ni por Alfarería, y no tienes que llegar a Huelva para coger mano por donde entrar para la calle San Jorge, como te pasa si quieres ir en coche hasta el desfiladero de la Cuesta del Rosario, que como no llegues a la Puerta Carmona, no hay forma.

Cuantos más prodigios se enumeran de Triana, más coraje nos da lo que han hecho con Sevilla, desnaturalización perpetrada ante el habitual silencio cobarde de sus vecinos, que se tragan todo lo que les echen, sin rechistar. No es que Triana sea más protestona que Sevilla: es que tiene más suerte. Nadie ha reparado en ella y se está escapando de la modernización, de la peatonalización y del tranvía. Ahora que pienso en voz alta y pongo con tinta negra estas cosas, me entra miedo, y me digo:

—¿Mira que si se dan cuenta de que a Triana no se la han cargado todavía y empiezan a estropearla?

En «El trabajo gustoso», Juan Ramón Jiménez hablaba de un personaje del barrio, el jardinero de Triana enamorado de su oficio. Quizá gracias a ese jardinero se ha cuidado la flor del arrabal, con el deseo juanramoniano: «No la toques ya más, que así es la rosa». A la rosa de Sevilla, ya ven, la han toqueteado tanto que nos la han convertido en un cardo borriquero...de diseño y carísimo. Triana, encantada en su olvido, resiste, sigue siendo ella misma, sin moderneces. Yo sé por qué. ¿Lo digo? Pues lo voy a decir. A Triana no la han tocado y es aún una ciudad cómoda porque como el alcalde vive allí, en la calle San Jacinto, ha dicho que los experimentos con gaseosa, digo, con Sevilla.

 

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