ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


La nueva profesión de Valero

Nicolás Valero fue un emprendedor cuando de verdad tenía mérito. Cuando a los emprendedores no les llamaban así, ni los inflaban a subvenciones, sino que cuando llegaban a la ventanilla con su idea les decían que les faltaba el certificado de Penales, una póliza de un duro y un timbre móvil de dos reales. Que Valero era un emprendedor desde que tenía pantalón corto, o por lo menos pantalones bombachos de los Maristas, me lo descubrió Francisco Otero Nieto, subdirector de este ABC, el que dio prestancia literaria al «Sevilla al día» que firmaba como Quintaval. Me contó Otero que una tarde llegó a la Redacción, en prácticas de verano, un alumno de la Escuela de Periodismo de Navarra. Y que nada más llegar, le preguntó:

—A título curiosivo: ¿ustedes tendrían aquí la dirección de Kennedy?

—¿Y para qué quieres saber dónde vive Kennedy? ¿Le vas a mandar el cuestionario de una entrevista o algo? —le dijo Otero desde la guasa macarena de su bigitito de ex combatiente de la División Azul.

—No, es que quiero escribirle para que me ayude a poner una Escuela de Turismo.

Aquel estudiante de Periodismo se llamaba Nicolás Valero y Montes. Y no sé si con ayuda de Kennedy o sin ella, lo cierto es que fundó su Escuela de Turismo. Y no conforme con ello, abrió escuelas de todo lo que entonces no se estudiaba y, si se estudiaba, estaba muy mal visto por los padres, que querían que los niños hicieran obligatoriamente Derecho y las niñas, Filosofía y Letras. Luis Carandell, cuando lo conoció aquí en Sevilla una Semana Santa, dijo en broma que Valero era capaz de poner una Escuela de Perropaseadores. Cuando luego he visto por el barrio de Salamanca de Madrid a los argentinos que se ganan la vida paseando perros ajenos atraillados, he pensado:

—¿Será que Nicolás Valero puso aquí en Madrid la escuela que Carandell decía en plan de coña?

Con Tere Garrido su mujer, y con su íntimo socio Luis Uruñuela, y con Alfonso Pérez Moreno, y con sus dos curas Gil (Gil Pachón y Gil Delgado), puso la Escuela de Publicidad, la de Marketing, la de Azafatas, la de Decoración, qué sé yo cuántas, en su Centro de Nuevas Profesiones de Sor Angela de la Cruz, semillero de vocaciones en aquella Sevilla juvenilmente inquietorra que veneraba a Kennedy y a Juan XXIII, que iba al Club Gorca y al Cine Club Vida, que hacía teatro con Arbide en el TEU y que, viniéndole pequeña la ciudad provinciana y conformista, quería hacer realidad sus sueños de arte y ensayo.

Y todo esto siempre con la sonrisa en los labios. Nicolás Valero tenía una sonrisa de sesión continua. En términos de estatuaria griega clásica yo la clasificaría de eginética. Al que Valero le pusiera una mala cara o al que Valero se negara a hacerle un favor, yo creo que le regalaban una semana de estancia en Costa Rica. De estudiar Periodismo se le quedó una curiosidad universal. Te lo preguntaba todo siempre tan a bocajarro que no tenías más remedio que decirle la verdad. De sopetón, no te daba tiempo para engañarlo inventándote un camelo. Y luego te lamentabas: «¿Seré tonto? ¿Pues no que le he respondido a Nicolás con la verdad?». Mucho antes de ser Rey Negro en la Cabalgata, Nicolás se hartó de repartirnos a todos caramelos: caramelos de amistad, de favores, de agrado, de cariño. Aún lo veo en su Noche de la Ilusión de cónsul de Costa Rica, camino de la Embajada en el Vaticano, con su traje de ojales colorados. Te hablaba de Costa Rica con la misma ilusión que del andalucismo en aquellos años en que por su cercanía a la triada secretarial de Uruñuela, Rojas Marcos y Arredonda, la guasa de Sevilla lo llamaba «el cuarto secretario general del PA».

Cuando no había Facultades de casi nada, más que el sota, caballo y rey de Derecho, Medicina y Ciencias, miles de chavales sevillanos que hoy son hosteleros, o publicitarios, o periodistas, pudieron seguir su vocación gracias a Valero. Hoy también gracias a ti, Nicolás querido, las generaciones más viejorras empezamos a aprender contigo, ay, esta tu nueva profesión, que pronto será también la de todos nosotros: la nueva profesión de estar un día muertos.

 

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