ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Una Sevilla sin anécdotas

ES cuestión de paladar. Sevilla está perdiendo el paladar. Cuando vemos a los figurones que se encumbran, sin el menor interés, sin categoría ninguna, con mucho malage, pensamos que cada ciudad tiene los gobernantes y los personajes que se merece. Las anécdotas que se cuentan siempre son de archivo hispalense. Los sevillanos de hoy dan pie a muy pocas. La ciudad gris da personajes planos, no gente con gracia. ¿Ha perdido la Gracia la Ciudad que con ella se autotitula? Pienso en el libro sobre la taberna de Vicente el Traga que escribió el difunto Antonio Garmendia. Allí había gracia a esportones, a fanegas. Gracia propia. No repetición de chistes antiguos o chascarrillos de baturros que intentan pasar de matute como gracia. En lo de Garmendia sobre El Traga hay cientos de personajes con decenas de anécdotas. Como los hay en los libros sobre el ambientillo cofradiero que publicaron antaño Marín Vizcaíno y hogaño Garrido Bustamante. ¿Quedan esos personajes? De un cantor de sevillanas que murió hace veinte años, de mi ahijado El Pali, se siguen contando anécdotas con los Villarines, gracia plena. De los actuales cantores de los siete mil conjuntos de sevillanas, ¿qué anécdotas se cuentan? Ganan discos de oro y de platino, pero no queda de ellos ni una triste anécdota con arte y gracia.

Y en el toreo, ni te cuento. Ahora, mucho llamar «maestro» a todo el mundo, incluso a muchos que aún son aprendices, pero no se cuenta una sola anécdota de ninguno de ellos. En cambio, de los que se fueron, tomos enteros hay en el Cossío. O en la memoria de Sevilla. Tras el artículo «El hombre del tiempo, una señora», me escribe un fiel y generoso lector, que me hace pensar en esta pérdida del paladar y de la gracia. Y como él lo dice mejor que yo, déjame que él lo cuente, limeña: «Le escribo, como siempre, al socaire de su recuadro de hoy. Porque creía, al leer el título, que iba usted a referir la anécdota de Don Luis Fuentes Bejarano que como sabe era un auténtico vivero de ellas. Todas para reírse con él, nunca de él, porque a perfecto modelo de caballero nadie le ganaba. Lástima que entre su pertenencia al mundo del toro y una anécdota como la que le refiero a continuación, hoy estaría camino de la pira en el mundo de lo políticamente correcto. Qué lástima, Dios mío. Porque por un lado estamos en la mentalidad de no matar (qué progreso, qué delicadeza) al más mínimo animal, respetar los derechos de quienes no lo respetan, etc., cuando al ser humano indefenso, llámese víctima del terrorismo, llámese niño no nacido, ése, bah, silbemos y miremos al techo. El tema es que parece que Don Luis Fuentes Bejarano vivía con una hija o se encontraba en casa en ese momento con una hija, la cual hubo de ausentarse un instante del salón donde ambos estaban viendo el telediario. La hija tenía mucho interés en conocer el pronóstico del tiempo para algún viaje o plan inmediato, pero tuvo que levantarse para atender algo y dejó a su padre encargado de que se enterase bien del pronóstico. Le insistió en ello. Don Luis le dijo que no se preocupase. Ella remachó, dado su extremo interés. Cuando la hija volvió, efectivamente, ya había pasado la información meteorológica y por consiguiente le preguntó al padre: «Papá, ¿qué han dicho del tiempo?». Y ahí vino la respuesta de Don Luis:

—¿El tiempo? ¿Que qué han dicho del tiempo? ¡Una mujer ha dado el tiempo, hija! ¿Y qué va a saber una mujer del tiempo ni del tiempo?

Así que la hija se quedó sin saber el pronóstico.»

¿Fue verdad o leyenda creada por la aureola de la fama del gran torero y gran caballero cubierto de Sevilla, uno de los últimos sombreros en sus betunerías, el que lidió y estoqueó un toro al cumplir 80 años? Lo que sí fue verdad, y me lo cuenta el mismo lector, es que un día iba Don Luis Fuentes Bejarano andando por la calle Sierpes, garboso, con empaque, con ese porte personal e intransferible del: «¡Ahí va un torero!». Y de pronto, con cierta precipitación, Fuentes Bejarano, como si le hubiera dado algo, se refugió en un zaguán. La gente que lo vio y lo reconoció acudió en su auxilio, preguntándole qué le había sucedido. Y su respuesta fue genial:

—¡Es que había perdío el paso!

Ooooooooooole. La que ahora ha perdido irremisible el paso es esta Sevilla sin paladar y sin anécdotas. Que contrimás pasos saca a la calle, más pierde el paso.

 

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