ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


El voletío del gurmé suizo

AL gurmé suizo raro, raro, raro, que pegó el voletío (vulgo revolotío) y desapareció cuando cenaba en el bulle bulle de El Bulli de Gerona lo han encontrado por fin los guardias en Ginebra. Supongo que en ginebra Beefeater por lo menos, porque con estos críticos gastronómicos no puede ser de garrafa. El resumen de lo publicado de esta serpiente desestructurada e hidrogenizada de verano quizá lo conozcan, pero como nunca por mucho trigo es mal año, lo repetiré. Como hay gente pá tó, este Pascal Henry, autotitulado crítico gastronómico suizo, se venía dedicando a recorrer todos los restaurantes distinguidos por la Guía Michelín.

—Pues se iba a poner como el muñeco de Michelín que han colocado en Jerez a la entrada de la autopista.

No lo creo, porque el tal Pascal Henry se trabajaba mayormente la nueva cocina. Y como el muñeco de Michelín (que de ahí vienen los michelines propiamente dichos, las mollas buenas de la cintura) es muy difícil ponerse a base de reducción de brócoles con trócola y espuma caramelizada de erizos de mar sobre un lecho de la leche que mamó el tío que nos toma el pelo con estas tonterías. De modo que el gurmé suizo, en vez de ir al mentado Jerez, a ponerse púo de una buena berza con tós sus avíos en la Venta Esteban, se dedicaba a conocer uno por uno el pintamiento de mona de los cocineros de la estrella Michelín. Y así fue que llegó donde Fernando Adrián, el gran cuentista catalán de la gastronomía, el gran culpable de que los restaurantes de toda España se hayan llenado de platos cuadrados, de fuentes triangulares, de cubiertos como alicates, de raciones mínimas y de facturas que siempre merecen el premio a la mejor estocada de la Feria.

Me imagino que el crítico gastronómico suizo, como muchos gorrones de su especie que yo conozco bien aquí en España y que organizan entidades varias para vivir del cuento y comer de gañote en los mejores restaurantes, lo que quería era que lo convidara el catalán Fernando Adrián, ése que se pone de mote Ferrán Adriá, como me imagino que anteriormente había pegado el mangazo en todos los restaurantes de estrella Michelín por donde había pasado. De otra forma no se explica que la visita del tío del voletío a cada restaurante fuera precedida por un fax de Paul Bocuse, otro que tal baila, el embaucador máximo de la nueva cocina, anunciando la llegada y se supone que dejando entender que no le cobraran, porque iba a hablar muy bien de la casa.

El caso es que el suizo llegó, vio, comió, le dejó al metre una libreta para que le apuntara el nombre de lo que se había tomado, y a la hora de la dolorosa dijo que iba al coche por una tarjeta de visita. Esta es la hora en que aún lo están esperando. Esto pasa por las leyes antitabaco. Antes de que se persiguiera tanto el fumeque, cuando uno se quería quitar de enmedio decía que iba a por tabaco, no a por una tarjeta de visita al coche. El caso es que los de El Bulli se alarmaron porque el tío no volvió. Dieron parte a los Mozos de Escuadra, a la Policía Nacional, a todo Cristo. Y el suizo sin aparecer por cielo ni tierra.

Ahora, al cabo del Dios te salve, la Policía suiza lo ha encontrado por la filmación de la cámara de seguridad de un cajero automático. Una cosa muy rara. Y siguen diciendo que no saben por qué desapareció el suizo sin dejar rastro. Yo sí lo sé. En el rebobinado del relato de su desaparición he encontrado la clave: es que el tío no quiso pagar la dolorosa. Se pegó el voletío (vulgo revolotío) cuando le presentaron la factura. Que eran 240 euros por la cena de un solo comensal, yo creo que es algo. Y tengo otra clave: seguro que el gachó, con el fax y toda la pesca, le dijo por la cara al catalán Fernando Adrián que lo convidara, que era coleguilla de la rebullasca de la nueva cocina. En buen sitio fue a poner la era el suizo. Este lo que quería era que le pusieran un monumento en El Bulli, con una placa que dijera: «En este lugar, en junio de 2008, un suizo gañote con muy poca vergüenza consiguió algo tan insólito como que un catalán lo convidara». Como no lo consiguió y le presentaron la factura con derecho a estocada, «cuando la vio/fue a por tabaco y no volvió», como cantó ya El Peña en el popurrí del cuarteto «La Boda del Siglo».

 

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