ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


El Mudo de Santa Ana

 

   

ESTO érase que se era una ciudad con palmeras, jacarandas, buganvillas, magnolios, vencejos y canarios que cantaban su mozartiana flauta mágica en las jaulas colgadas de los altos balcones, donde el arte negaba a cada paso la lógica, con la mayor gracia del mundo y a la mayor gloria de Dios. En aquella ciudad de la que hablo, de la que ya apenas queda ni sombra de su memoria, hubo una vez un Cojo, de nombre Enrique, que fue maestro del baile flamenco, y a quien por genio aún tienen todas las generaciones de batas de cola. En aquella ciudad reinaba un ábaco enloquecido ante tanta penumbrosa belleza catedralicia, de modo que al sumar seises, siempre le salían diez. Aquella ciudad tenía también un mapa de torres alocadas según cuya planimetría los vértices geodésicos determinaban que los toreros de Triana nacieran en la calle Feria y en Triana, a la orillita del río, los de la Alameda. Lugar por cierto único en el mundo, donde, con el referido ábaco, a Hércules se le multiplicaba por dos, de modo que eran Los Hércules. En aquella ciudad mágica, en fin, los mutilados torsos de las estatuas romanas eran incrédulos Hombres de Piedra. De la misma piedra en la que eran decapitados los crueles reyes de Castilla, que la memoria de todos, magnánimamente, hacía justicieros.

Y en el arrabal y guarda de aquella ciudad soñada que ahora evoco y que ya no existe más que en la memoria de sus gentes y en el malva de sus atardeceres, había un peregrino anual prodigio de estos portentos. Cada Viernes Santo por la mañana, cuando después de pasar el puente en su nave de plata y terciopelo verde, tras haber navegado invicta y gloriosa, heroica e inmortal todos los mares de la otra orilla del río, una voz proclamaba valiente y rotunda, como un ángel anunciador de la primavera, la Pureza de la Virgen que nombre a la calle Larga del barrio le daba, y que resulta que era la Madre del Que, con su Gran Poder, aquella mañana había vuelto a crear la belleza de su pintura del amanecer al llegar al Museo. Tal proclamación no se hacía en latín evangélico, ni en griego de doctores, ni en castellanos versos de poetas populares, sino que era traducida al lenguaje de la gracia del barrio con una sola palabra: «¡Guapa!» Y hete aquí que en ese justo momento es cuando el portento anual se obraba, pues tan profundo y rotundo pregón lo daba, iba a decir un mudo, pero no, era El Mudo: el más sabio, humilde y sufridor Mudo de la ciudad de tantas vanidosas palabras vanas y tantos silencios cobardes. No lejos de allí, en la esquina de la Cava, el Evangelista anónimo de tal calle lo decía con sus letras de barro vidriado de los hornos de Mensaque: «En Triana, cuando Cristo se levanta de sus Tres Caídas y hace más alto el Altozano, los ciegos ven a Dios mismo en la esquina de Berrinche y los mudos hablan, proclamando la Suprema Gracia de su marinera Madre».

Aquel Mudo, que se llamaba Francisco Rodríguez Moreno, fue sacristán de la real parroquia de Santa Ana y siempre sirvió a la Iglesia según Triana. Los más viejos del Corral del Cura aseguran que formaba parte de la parroquia, como un viviente azulejo del Negro, y que era una prolongación de la pila de los gitanos, donde le echaron el agua de la verdadera gracia, la gracia de Triana, a los que luego llevaron su nombre de arte o de esforzado trabajo por el universo. El Mudo, cuentan las crónicas escritas en el papel de estraza de los pavías de Enrique, era como la concha del bautizo de los trianeros desde los tiempos del Padre Ladrillo.

Y cuando estaba llena la primera luna de la primavera, horas antes de su proclamación particular de la Pureza en la calle Larga, El Mudo era también itinerante evangelio puro, pues cogía su cruz, la alzada Cruz de plata de una manguilla parroquial, seguía a Cristo en un paso y abría el cuerpo de nazarenos de una Virgen. Alzando una cruz parroquial, en silencio, humildemente, El Mudo proclamaba mejor que muchos predicadores la Palabra de Dios. Milagros de aquella ciudad con palmeras, jacarandas, buganvillas, magnolios y vencejos, que ya apenas existe más que en el malva de sus atardeceres, cuyos prodigios llegaron a oídos del Papa de Roma, quien impuso la Cruz Pro Eclessia et Pontifice en la rebequita de punto de aquel Mudo que habladora excepción era, y raya en el agua del río entre tantos silencios cobardes.

 

 

También sobre el Mudo, en El Recuadro,  Monumento al Mudo de Santa Ana

. Personajes de Sevilla en El Recuadro
 

SOBRE EL MUDO, POR FRANCISCO CORREAL, "Diario de Sevilla", 9 octubre 2008, reproducimos el siguiente reportaje  

 

Una leyenda que llega al vaticano La distinción coincide con las obras de mejora en la iglesia de Santa Ana

Cuando calla Sevilla, habla Triana


Francisco Rodríguez Moreno, el 'Mudo de Santa Ana', recibirá la cruz Pro Ecclessia et Pontifice por concesión papal · Vive con su memoria histórica y le dan de comer las monjas de la Cruz Roja de Triana

Francisco Correal


De los diferentes silencios de Sevilla, el suyo es el más sutil. Francisco Rodríguez Moreno nació, asegura su documento de identidad, el 15 de febrero de 1933. Hombre de iglesia en el sentido más amplio de la palabra: todos los que visitan la iglesia de Santa Ana, que por las obras de la Capilla de los Marineros en la calle Pureza acoge a la Esperanza de Triana y al Cristo de las Tres Caídas, se encuentran en la puerta que da a Vázquez de Leca a un hombre sentado en una mesa con estampas, un cepillo y un almanaque.

Recibe los donativos, tiene llaves de todas las capillas. El Mudo de Santa Ana es una institución. Hace mucho a cambio de nada. Le dan de comer las monjas de la Cruz Roja, eso sí. Y allí mismo le asisten en sus dolores de las piernas, que le obligan a caminar por el interior del templo, las pocas veces que abandona la mesa de las estampas y el cepillo, con ademanes de pistolero crepuscular.

Su vida es un misterio alimentado por continuas leyendas. "¿No ha escuchado cuando el Mudo le habla a la Virgen?", pregunta al periodista el prioste de la Esperanza de Triana, Julián Arenas, que hasta su jubilación fue comerciante en Triana y en la calle Feria, en los dos dominios de Juan Belmonte. En la puerta de la iglesia que da a la plazuela de Santa Ana, ese parnaso del rock andalusí de la Triana californiana, hay un cartel que dice No aparcar. Reservado novios. ¡Cuántas parejas fueron a Santa Ana para apalabrar los dichos y se encontraban con el Mudo! Dicho y hecho. "Cuando yo me casé, estaba de párroco don José María Arroyo", recuerda el prioste, "y ya estaba el Mudo. Cuando vine a celebrar mis bodas de plata, había cambiado el párroco, era don Juan Martín Pérez, pero el Mudo seguía allí".

Unos turistas romanos se llevan una estampa de Santa Ana que les acaba de dar el Mudo. No saben que hasta Roma llegó la noticia de este hombre de Iglesia. Y el mismísimo Papa de Roma, Benedicto XVI, estampó su firma para que el próximo 1 de noviembre, en ceremonia presidida por el cardenal de Sevilla, Carlos Amigo Vallejo, le entreguen en Santa Ana la cruz Pro Ecclessia et Pontifice.

Para entonces ya estará colocada sobre la sillería coral, frente al muro del órgano, el busto del Mudo de Santa Ana que esculpió el imaginero Enrique Lobo. "Sólo necesité dos sesiones en mi estudio de Coca de la Piñera", dice el artista, "es el modelo más disciplinado que conozco". El párroco, Manuel Azcárate, había decidido darle compañía al Rey David en una hornacina simétrica, en la zona más alta de esta iglesia que mandó construir Alfonso X el Sabio. Dicen que es la única de las que existen en Sevilla que no se construyó sobre una mezquita. El Mudo frente al rey David. Ésa sí que es una decisión salomónica.

Los 30 jóvenes de los dos módulos de Carpintería y Restauración de la Escuela Taller Alfonso X el Sabio se han habituado a su compañía. Están trabajando en la cripta y en la capilla de la Virgen del Carmen. En la capilla de la Inmaculada está el grupo original de Santa Ana, la Virgen María y el Niño Jesús, el nieto de la titular de la iglesia. En el altar mayor, detrás de la Esperanza de Triana, la Santa Ana es un lienzo. En la trasera del retablo está la casa del coadjutor. Los albañiles y carpinteros han ido oyendo retazos de la historia del Mudo: a su padre lo fusilaron en la propia iglesia y él se ocultó en una cripta. Fue acogido posteriormente por el párroco José María Arroyo, que ejerció entre 1939 y 1968. Se ríe cada vez que ve a Paul, albañil nigeriano de 21 años. Lo asocia con un cura guineano que estuvo en verano y siempre cantaba cánticos espirituales. Soléas místicas.

Lleva consigo su memoria histórica, que apunta con gestos y exclamaciones. Los que le conocen saben cuándo se refiere al Señor de las Tres Caídas que el 15 de noviembre estrena cruz con madera de cedro del Canadá, cuándo habla del Cachorro o cuándo del Gran Poder, que muestra en una fotografía con un cortejo presidido por Queipo de Llano. Se le ilumina la cara cuando el prioste lo recuerda tocando el martillo para que le abran la puerta a la Esperanza de Triana. El Mudo dice "guapa" y mira al cielo. El Mudo habla. La que calla es Sevilla. Las monjas le darán de comer sopa de ganso en homenaje a Harpo Marx. Su música es callada, como el toreo de Paula según Bergamín. Sonará el órgano cuando le llegue la distinción de Ratzinger. Vive con sus recuerdos al modo de Nabokov: ¡Habla, memoria!
 

 

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