ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Un Oscar para el perro Pancho

EN este oficio de los papeles suele decirse como norma de conducta que perro no come carne de perro. Pero hay un perro por el que cualquiera se saltaría todos los preceptos. Porque es un perro para comérselo, de bien lindo que es. Un soporte de ternura en este tiempo de tensiones, ceños fruncidos y caritas descolgadas: el perro Pancho de los anuncios de la Primitiva.

Estás viendo el telediario y los cabreados cada vez nos vamos poniendo más cabreados, mientras los vivalavirgen modelo ZP cada vez están más encantados de haberse conocido. Acaban las noticias, y a la vista de la crisis económica te queda una tremenda duda: la elección entre la pistola de Larra o el tubo de optalidones de Marilyn. Hasta que llegan los anuncios, donde te muestran todos los coches que no te puedes comprar porque la cosa está achuchadísima y todos los suliveyantes perfúmenes, mujer, a los que las amas de casa han tenido que renunciar para pagar los libros, el uniforme y la matrícula de los niños. Pero se escapa entre esos anuncios el perro Pancho, qué gran actor. Como un cinematográfico pirata del Caribe, con el ojo tapado por la mancha color canelita de su cabeza, Pancho conquista las pantallas. Las pequeñas pantallas nuestras de cada día. Pancho es las pocas alegrías que nos llevamos a la cama en esta España donde cuanto más informados estén, más pánico te transmiten tus amigos bancarios cuando te hablan de cómo está el patio económico y de lo negro que viene por allí, uf, qué negro viene por el déficit público y por el paro, no va a caer ná...

Pancho es «un traidor y un disoluto» que se ha echado al monte del amor y lujo. Pancho es una raya en el agua de la crisis. Cuando a todos nos amenazan con que la empresa va a cerrar o por lo menos va a reducir plantilla, Pancho está encantado de haber cobrado su primitiva y haber dado su pelotazo, pegándose el piro, Juan Naja de Levante. Cuando todos estamos que no nos llega la camisa al cuerpo de la cuota de la hipoteca, Pancho se ha hecho en Beverly Hills un pedazo de casoplón que no sé si lo han visto, porque tiembla el misterio. Pancho apalea millones y no la dobla. Como antes la gente aquí. Pancho no tiene más preocupación que machacarse en el gimnasio para hacerse un metroperro que las vuelva loquitas. Ni más dedicación que su piña colada al borde de la piscina o en tumbona flotante dentro de ella. Con razón Pancho, el simpático Pancho, el adorable Pancho, recuerda como un auténtico horror sus tiempos pasados, en los que tenía que limpiar los zapatos de su entrenador Ramiro Benítez, que poner la lavadora, que fregar los platos, que pasar la fregona.

En torno a Pancho no hay el menor desacuerdo. A todos les arrancan una sonrisa de ternura las gestas de Pancho cuando ahora va con su chófer uniformado por las colinas de Hollywood, Antonio Banderas y Julio Iglesias en una sola pieza. Pancho sí que es memoria histórica. La memoria histórica del pelotazo. ¿Te acuerdas cuando nuestros empresarios, o lo que fueran, con el pelotazo de la burbuja inmobiliaria, vivían como Pancho, y no ahora, que están aprendiendo a llevar vida de perros?

Yo tenía puestas muchas ilusiones en Pancho a efectos de los Oscar. Yo creía que, por fin, una producción española iba a ganarlos todos: al mejor actor, al mejor director, al mejor guión, a la mejor fotografía. Si de mí hubiese dependido, no lo habría dudado. Para representar a España en los Oscar no habría elegido, por supuesto, «Los girasoles ciegos». Que me perdone mi admirado José Luis Garci, pero tampoco habría elegido «Sangre de mayo», aunque a él le hubiese venido como agua de ídem. Y de «Siete mesas de billar francés», ni te hablo. Yo habría seleccionado a Pancho, con sus obras completas: sus anuncios todos de la Primitiva. ¿Qué tiene José Luis Cuerda que no tengan Alberto Arce y Juan Seguí, los geniales creativos publicitarios que han montado a Pancho en el dólar de la popularidad?

Total, Pancho hace como ZP y como Solbes. Pancho es una negación de la crisis en sesión continua. Vemos a Pancho con su collar de Swarovski, y nos pasa como a estos señores del Gobierno: que nos creemos que aún estamos nadando en la abundancia de la burbuja inmobiliaria. Esos sí que son unos disolutos, y no el genial Pancho.

 

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