ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Cenita con apagón informativo

ESTUVE antier noche en una maravillosa cenita simpática en casa de unas amigas, que son tan elegantes, tan elegantes, que dijeron como lo más normal, cuando empezaron a comentar lo colapsados que están los bufetes especializados en concursos de acreedores:

—Pues mamá nos enseñó que era de mal gusto hablar de dinero y de religión. Y como la crisis es cosa de dinero, aquí en casa no hablamos de la crisis.

Y no hablamos de la crisis en toda la noche. Y les aseguro que No Passssa Nada si no se habla. Siguiendo las divinas enseñanzas de la madre de estas amigas, yo estaría por proponer un cierto apagón informativo. Lo peor de la crisis es el pánico que te da escuchar a los que saben. Los españoles, cuanto más altos estén en el escalafón de su empresa y más información manejen, más aterrorizados andan. Hablas con el jefe de personal de una empresa y te acongojas; pero si hablas con el consejero delegado, el miedo te atenaza también a ti, porque ves al hombre paralizado por el pánico.

¿Y los agoreros de la señorita Pepis? Si echamos tan buen rato en la cenita simpática es porque gracias al apagón informativo familiar en aplicación del maternal código de buenas costumbres, nadie dijo lo que todo el mundo te suelta, y que maldita la gracia:

—Pues esto es sólo el comienzo. Lo peor está por venir. El año 2009 va a ser horroroso.

Eso no es una predicción económica: eso es una ordinariez de los tíos cenizos. Yo por eso, como venía diciendo, propondría una mijita de apagón informativo. Como lo que hicieron los catalanes con el Carmel, algo así. No, no se verá conculcado ningún derecho constitucional, tranquilos. Simplemente pasaremos menos canguelo, que falta hace. Los que sepan predicciones catastróficas, que se callen, por favor, y que metan en el establo los caballos de los jinetes del Apocalipsis. Pero que no vayan por ahí pregonando terrores del milenio. Porque la información cierta de los que están en puestos claves de la economía y de las empresas, cuando llega al común de los mortales, a los que antes eran los tópicos hombres de la calle o españoles de a pie y ahora son los famosos «ciudadanos y ciudadanas», se traduce inmediatamente en pánico. ¿Por qué no se venden coches, por qué los comercios despiden de tres en fondo a sus dependientes, pero no a los dependientes de la ley de este mal nombre, los que no se pueden valer por sí mismos, sino a los dependientes de toda la vida, a los de «García, un repaso» y a los de «llévese esta lanita y seda, doña Consuelo, que acaba de llegar de Barcelona»? Pues esta versión de la crisis a ras de tierra ocurre porque el que no sabe de economía y ve el telediario, de momento se va de vareta, y después no se compra los zapatos que se pensaba comprar. «Retracción del consumo» llaman ahora al canguelo colectivo de la gente hasta las mismísimas trancas.

Nunca se han mirado los precios como se miran ahora. ¿Cómo hemos podido pasar en menos de horas veinticuatro de una sociedad consumista, que es que lo tiraba, a una pandilla de avaros que se lleva diez minutos mirando en el súper los precios de media docena de huevos y compra la más baratita, y a tomar por saco los de granja y los del omega no sé qué? Ni en El Prado ni en El Louvre fueron nunca contemplados los cuadros con la atención con que ahora mira la gente los precios de las latas de conserva en el supermercado. Lo he visto con estos ojitos, el matrimonio con el carrito semivacío ante las latas de conserva, y el marido que le consulta a la mujer, como si estuvieran celebrando un consejo de administración:

—Mari, ¿puedo coger una lata de melva canutera?

—No, Pepe, cógela mejor de caballa, que es más barata.

¿Qué va a ser de las pobres melvas canuteras del Estrecho, si a este paso ni las van a querer pescar, porque los atemorizados consumidores prefieren la caballa caletera? Por eso se impone un poquito de apagón informativo sobre la crisis. No Passsa Nada si se hace. Mis amigas, tan elegantes, lo impusieron durante su maravillosa cenita simpática y les confieso que lo pasamos divinamente, en plan jí,jí,já,já. Precisamente gracias al apagón informativo.

 

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